I
Canto la bizarría de mis mayores;
el empuje de aquellos justadores
que llenos de esperanza y fortaleza,
en medio de la suerte a los agravios,
cruzaron de la lucha la maleza
con la dulce sonrisa entre los labios.
Canto el valor indómito y potente
que fue alud y torrente.
Canto la heroicidad de las mesnadas
que fulminó, en sus horas intranquilas,
el rayo de la muerte en sus espadas
y el rayo de la gloria en sus pupilas.
¡Oh bravos compatriotas, hijos bravos
de la Patria, que el galo en sus anhelos
no pudo hacer esclavos!
¡Oh de Cuauhtemotzín los descendientes
grandes siempre y valientes;
prole gloriosa en la extranjera guerra
del águila, verdugo de serpientes
que empolló en los picachos de la sierra!
Si el que enjuga a la Patria el llanto amargo
y le ofrece su sangre y su consuelo
y su cariño inmenso como el cielo;
si el que ofrenda la vida en la conquista
de un derecho perdido,
a la luz de los cielos infinitos
puede ser bendecido,
vosotros, los valientes, sed benditos
en nombre de las razas que cruzaron
el suelo de la Patria en otros días,
en nombre de los pueblos del mañana
que cruzarán la tierra americana
arrastrando tristezas y alegrías,
en nombre de la Musa que me inspira
y en nombre del Amor de los Amores,
que en el iris prendió siete colores
y puso siete cuerdas a mi lira!
II
Fue aquí, sobre la cumbre siempre en vela
que vigila cual mudo centinela
el sueño de mi Puebla, la Sultana
del Atoyac, donde a nuestros sentidos
es más blanco el brial de la neblina,
el cielo más azul y más sereno,
más luminoso que el rayo que fulmina
y más sonoro el retumbar del trueno.
Fue aquí, sobre las cúspides enhiestas
como dos rudas testas,
donde el pueblo abnegado
improvisó a sus hijos en guerreros,
improvisó en baluarte el muro débil,
improvisó en trincheras los senderos,
al cachorro en león...
Y ante el ultraje
injusto de la suerte,
puso en sus armas cóleras y enojos
la visión termopílica en sus ojos
y este grito en sus labios: ¡Patria o muerte!
Fue aquí, por las rotundas altiveces
de las colinas, cuyas desnudeces
cubrieron el amor de los patriotas,
donde el francés, valiente y aguerrido,
miró caer sus fieros batallones
y, queriendo mellar nuestra hidalguía,
ciñó un laurel al águila bravía
en lo blanco de nuestros pabellones
Fue aquí, sobre el escueto
dorso de Guadalupe y de Loreto,
donde clavaron ávidos los ojos
las sombras de los heroes, impacientes,
y al ver la decisión de esos valientes
no sintieron sonrojos,
sino orgullo por tales descendientes.
Y fue aquí sobre el campo en que aun se escucha
el eco de la lucha,
donde sobre las vidas inmoladas
en aras de la Patria, parecía
extenderse el arcoíris de la gloria,
y el suelo era una alfombra que sangraba,
y el rubio sol era un "chimalli" de oro,
y un índice e! cañón que señalaba
el sendero que cruza la victoria!
III
Padres de nuestros padres, que en el día
de prueba y de dolor, con bizarría
opusisteis el pecho a la metralla
y por legarnos una Patria libre
recibisteis horrendas cicatrices,
o moristeis felices,
sobre el sangriento campo de batalla:
desde el teatro de vuestro sacrificio,
que ayer os fue propicio,
vuestros hijos os juran que en la hora
tremenda de las nuevas invasiones,
seguirán vuestro ejemplo que atesora
blasón del solar, y harán ante ellas
una muralla fiel de corazones;
y antes que nuestro suelo mancillado,
pisarán nuestro cuerpo inanimado,
antes que nuestras aguas, bebéranse
nuestra sangre vertida,
y antes que nuestros bosques seculares
talarán el rosal de nuestra vida!