Alas, todos pedimos alas; pero ninguno
sabe arrojar el lastre en el tiempo oportuno…
A todos nos aqueja un ímpetu de vuelo,
una atracción de espacio, una obsesión de cielo;
tendemos nuestras manos codiciosas de lumbre
a la divina llama de la olímpica cumbre;
mas al hacer impulsos de volar, nos aferra
el misterioso lazo que nos ata a la tierra…
Un amor, un recuerdo, un dolor es bastante
para apagar las ansias de la pasión errante.
¡Oh, la cruz afrentosa, los efectos humanos!
¿Cuándo desclavaremos nuestros pies, nuestras manos?
¿Cuándo sacudiremos la pesadumbre infecta?
¿Cuándo revestiremos la desnudez perfecta
de nuestro propio espíritu? ¿Cuándo daremos con
la ruta que nos marque nuestra liberación?
¡Y pensar que no es fuerza desandar el camino!
Que sea cada cosa el escalón divino
que nos preste su apoyo para dar aquel salto
de todo lo que es hondo a todo lo que es alto;
sólo que es necesario esquivar, lo primero,
todo lo que es inestable, lo que es perecedero,
para tomar lo eterno, lo que no se consume,
el alma de la piedra y el alma del perfume,
hasta lograr, por último que vaya confundida
con nuestras propias almas el alma de la vida.
Alas, todos pedimos alas; pero ninguno
sabe arrojar su lastre en el tiempo oportuno.
¡Oh, la cruz afrentosa, los afectos humanos!
¿Cuándo desclavaremos nuestros pies, nuestras manos?