Cada día la mesa de la inmensa mayoría de las familias mexicanas se encuentra más vacía, pues, al ir al mercado las amas de casa se encuentran con la novedad de que ya subieron los precios de varias verduras, legumbres y frutas, que el precio del kilo de tortilla (al 24 de febrero) anda entre los 13 pesos (en Puebla) y los 25 pesos (en Nogales, Sonora), según el Sistema Nacional de Información e Integración de Mercados de la Secretaría de Economía; que el precio del kilo de pierna y muslo de pollo en enero era de 63 pesos. Lo mismo sucede con el aceite, el huevo, las sopas de pasta, el arroz, el frijol y con los artículos para el aseo del hogar o el aseo personal. Cada vez, pues, son más las familias mexicanas que compran menos alimentos y de menor calidad, lo que ha provocado un empobrecimiento alimentario; ahora, dos de cada 10 mexicanos padecen hambre. De acuerdo con el presidente de la Alianza Nacional de Pequeños Comerciantes, Cuauhtémoc Rivera, “son los hogares más pobres los que gastan la mayor parte de su ingreso para la compra de alimentos… 6 de cada 10 hogares en México están en esa condición.”
Además del golpe a la alimentación y sus implicaciones, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) actualizó la cuota del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS), por lo que a partir de este año diversos productos aumentarán de precio. Tal es el caso de los combustibles que, a su vez, incrementan tanto el precio del transporte público que utilizan a diario millones de mexicanos, como el del transporte privado que mueve todo tipo de mercancías. En comparación con el año pasado, para este 2022, los combustibles tuvieron un alza de 2.34 el litro de gasolina Magna, de 3.88 pesos el litro de la Premium y de 2.62 el litro del diésel. Si las familias más necesitadas dedican el 85 por ciento de su ingreso al gasto en alimentación, ¿cómo podrán pagar un transporte más caro? En las grandes ciudades son millones los trabajadores que viven lejos de sus centros de trabajo, por lo que a diario tienen que tomar entre dos y tres transportes distintos para llegar a ellos y la misma cantidad para regresar a sus hogares. En la Ciudad de México la tarifa para el microbús va de los cinco pesos hasta los seis pesos con cincuenta centavos (dependiendo de la distancia que se necesite recorrer), la de los autobuses de los seis a los siete pesos (por la misma razón) y la del Metro, que es de cinco pesos, pero en otros estados como Baja California, Coahuila y el Estado de México la tarifa de los camiones urbanos anda por los cielos, en 14, 13 y 12 pesos, respectivamente.
Pero, ¿y el pago de la renta, el de los servicios, el de los uniformes y materiales escolares de los hijos? Y si algún miembro de la familia se enferma, ¿con qué van a pagar la consulta y los medicamentos?, y si por desgracia fallece, ¿cómo costear el funeral y el entierro? Bajo esa terrible presión viven o, mejor dicho, sobreviven, millones de mexicanos, a pesar de que son ellos quienes con su trabajo crean la riqueza social. ¿Y qué decir de quienes se quedaron sin empleo y no han podido conseguir otro? Los afortunados forman las filas del empleo informal, y los que ni en eso pueden ganarse su sustento y el de sus familias, se forman a lo largo de concurridas avenidas ofreciendo todo tipo de cosas cuando el semáforo marca el alto a quienes transitan en sus vehículos por ellas, ¡y todavía deben pagar una cuota a quien les distribuye las mercancías!
En la primera década de este siglo México ocupaba el lugar número 12 de las 15 economías más grandes del mundo, ahora ocupa el número 16. Recordemos que en 2020 el Producto Interno Bruto (PIB) del país tuvo una caída de 8.4 por ciento, y aunque para el 2021 creció 5 por ciento, ello no fue suficiente para compensar la caída del 2020. Nikhil Sanghani, economista especializado en América Latina de la consultora británica Capital Economics, estima que el crecimiento del PIB para este año podría desacelerarse hasta un 2 por ciento; de ser así -agregó-, ello indicaría que “la economía de México seguirá estando rezagada en la región este año y que la producción estará algo alejada de su tendencia previa a la pandemia.” Por su parte, la consultora internacional Moody’s, una de las que han sido descalificadas por el presidente López Obrador, considera que la falta de inversión hará que el crecimiento económico para este año sea “mucho más débil de lo proyectado por las autoridades"; es decir, por el gobierno de la 4T.
En pocas palabras, la economía no crecerá en este año. Y con ello seguirán sin crearse empleos formales, seguirá creciendo el empleo informal, que al cierre de 2021 era ya de 56.6 por ciento de la Población Económicamente Activa (según el Inegi) y, con todo y las ayudas monetarias directas, la pobreza seguirá creciendo. Derivado de ello, crecerán también la inseguridad, los homicidios, los feminicidios, los suicidios y el narcotráfico. Evidentemente, este no es el tipo de país que los mexicanos queremos para nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones futuras. Por el contrario, queremos un país con una economía fuerte y en constante crecimiento, en el que haya confianza para invertir y, en consecuencia, haya creación de empleos formales y bien remunerados; en donde las familias más necesitadas puedan volver a poner sobre sus mesas alimentos en cantidad y calidad suficientes para satisfacer sus necesidades alimenticias, en donde el ingreso familiar alcance para llevar una vida digna, que incluya la cultura, el deporte y el descanso, en donde gocemos de un servicio médico de calidad y al alcance de nuestros bolsillos, en donde podamos transitar sin el temor a ser asaltados, agredidos o asesinados. En fin, queremos un país que evidentemente el actual Gobierno federal o no ha podido o no ha querido forjar. Por ello, es ya tiempo de que el pueblo tome consciencia de esta realidad, se organice y luche por una patria más justa y equitativa, antes de que sea demasiado tarde.
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