Que un niño de 10 años, a punto de ingresar a quinto año de primaria, no pueda leer y comprender un texto simple es preocupante para sus padres y maestros, que deben tomar acciones de refuerzo y repaso de lo aprendido para que ese niño lo supere. Pero que cientos de millones de niños de diez años no puedan leer un sencillo texto, es un gran problema social mundial, el efecto de una mala distribución de la riqueza, que genera un pésimo sistema educativo y será la causa de muchos otros males sociales.
Pues bien, según el Banco Mundial (BM) en el mundo se presenta “la peor crisis de la educación y el aprendizaje de la que se tenga registro en la historia”. Y el indicador para afirmarlo es la gran cantidad de niñas y niños de diez años que no pueden leer un texto simple. Dice el BM: “La pobreza de aprendizajes se incrementó en un tercio en los países de ingreso bajo y mediano, donde se estima que el 70 % de los niños de 10 años no pueden comprender un texto simple (que es como se mide la pobreza de aprendizaje)”, un dato global que resume el hoyo social en que se encuentran millones de niñas y niños, a los que la retórica oficial suele llamar el futuro del mundo, en muchas partes del mundo en donde habita la mayoría de la humanidad. Por si eso no bastara para alarmar a las personas medianamente sensibles, “las tasas de deserción escolar se incrementan en algunos países, junto con el matrimonio a temprana edad, el embarazo precoz, el trabajo infantil y los problemas de salud mental”.
Antes de la pandemia, el porcentaje que no podía leer un texto sencillo ascendía al 57% de niños de esa edad, dato ya de por sí demasiado elevado y un gran obstáculo para el desarrollo de cualquier país. A su modo, el BM lo dice: “Si los niños no tienen habilidades fundacionales sólidas, es poco probable que adquieran las aptitudes técnicas y de nivel superior necesarias para prosperar en mercados laborales cada vez más exigentes y en sociedades cada día más complejas”. Dicho en otras palabras, en el futuro serán mano de obra no calificada, obligada a vender su fuerza de trabajo a bajo precio, en su país o en el extranjero si los dejan migrar, o tal vez se desbarranquen en la delincuencia. Un país así, con una educación básica tan deficiente, dificilmente tendrá suficientes cuadros técnicos y científicos en donde basar su desarrollo y estará condenado a depender de la ciencia y la tecnología extranjeras.
El problema ya era muy grave antes de la pandemia, pero en nuestro continente aumentó de manera extraordinaria al sur del Río Bravo: “Los cierres de escuelas prolongados, la escasa eficacia de las medidas de mitigación y las alteraciones en los ingresos de los hogares tuvieron el mayor impacto en la pobreza de aprendizajes en América Latina y el Caribe: el 80 % de los niños en edad de terminar la escuela primaria no pueden comprender un texto simple, cifra superior a la tasa de alrededor del 50 % registrada antes de la pandemia”, dice el informe del BM, el cual señala a México como un país afectado significativamente por el problema.
Creo que los mexicanos debemos preguntarnos cómo está reaccionando el Gobierno de México a esta traba que, dígase lo que se diga, impedirá el desarrollo de nuestra patria y nos seguirá condenando al atraso y a la dependencia de los Estados Unidos y otras potencias. Se trata de un reto que otros países, destacadamente los asiáticos, han enfrentado y superado en el pasado, reconvirtiendo sus sistemas educativos en mecanismos altamente eficientes para formar científicos, profesionistas y técnicos de todo tipo que le han dado un gran impulso al crecimiento cientifico, cultural y productivo de sus respectivos países, empezando por lograr que sus niños sean capaces de dominar textos, operaciones matemáticas básicas y razonamientos científicos relativamente complejos. Quien lo dude, ahí está China para demostrarlo con su primer lugar en las pruebas internacionales para evaluar el nivel de aprendizaje.
Pues bien, puedo afirmar desprejuiciadamente que en México no hay ninguna acción verdaderamente significativa en el terreno educativo, ni para superar el rezago provocado por la pandemia, ni para sacarnos de esa lista de países en donde aumentó el número de niños que no pueden leer algo simple; mucho menos para entrarle a fondo a una evaluación científica, conducida por expertos en la materia y tomando en cuenta las experiencias internacionales en aquello que sea aplicable a nuestra patria para ponerla a la altura de las mejores del mundo.
Lo que hay es un plan de estudios descoyuntado de la realidad capitalista de México y que incrementará el desamparo laboral de millones de egresados; una improvisación que padece izquierdismo ciego y que ni la propia secretaria de Educación pudo explicar. Y lo que hay es, también, una anemia presupuestal para impulsar a las escuelas, a los maestros y los alumnos, como puede verse con nitidez en el proyecto de presupuesto federal que ha sido enviado a la Cámara de Diputados, donde encontraremos ingentes recursos destinados a los programas para comprar votos a favor de Morena, pero ningún incremento presupuestal significativo que fortalezca la educación y ayude a construir un país grande y próspero.
En el grupo de sectarios que nos malgobiernan también está ausente aquella visión educativa que dijo Gabriel Celaya: “Educar es lo mismo / que poner un motor a una barca, / hay que medir, pensar, equilibrar, / y poner todo en marcha. Pero para eso, / uno tiene que llevar en el alma / un poco de marino, / un poco de pirata, / un poco de poeta, / y un kilo y medio de paciencia concentrada”.
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