Mi amigo conformista: de antemano te confieso que este texto ha sido inspirado por otro, escrito por Diego Fusaro, al que consideré oportuno personalizar en este mensaje a ti, más con la esperanza de hacerlo comprensible a tu cortedad de miras que con intención de plagiar sus excelentes razonamientos y, desde luego, porque me parece buena, en términos generales, la descripción que hace de gente como tú, así como recomendarte su lectura vía el enlace que añado al final de esta larga carta, cosa que, estoy casi seguro, en el remoto caso de que lo leyeras a él directamente, poco comprenderías. Con perdón de Fusaro, pues, aquí va, una versión para tu mentalidad.
Comprendo, amigo, que, en estos aciagos momentos, estás liberado de los remordimientos de la conciencia infeliz de ver los retrasos de nuestras metas y, a la vez, satisfecho por la miseria del presente cosificado, oscura cosa que te quedará clara más adelante. Tus actos delatan que tal inconsciencia no te atormenta y las cosas te satisfacen por sobre los ideales. Para ti, nada mejor que el equilibrio, la estabilidad y la normalidad, te alegra encontrar gente conformista como tú, tus pares, y no confías en los que son distintos, por eso te consideras un verdadero ciudadano, un real patriota.
No te remuerde la conciencia, amigo, porque no conoces nada grande por lo que luchar, en realidad hace añales que dizque luchas por nuestros ideales, pero no los conoces en verdad, o lo haces de una manera muy limitada. Tampoco te tortura el escaso avance de sus benévolas consecuencias en la vida personal de cada uno de nosotros. En el fondo no tienes en lo que creer, por lo que esforzarte y en lo que esperar: dices que lo tienes, pero no; eres hijo del desencanto en boga, un incrédulo de las grandes metas y de un futuro redimido.
Estás contento con lo que hay entre los luchadores sociales, pues piensas que es todo lo que puede haber, cuando en realidad no es más que la semilla de lo que proponemos. Te diría que eres un practicante del pensamiento depresivo, vestido de oropel y chaquira.
Resuelves las posibilidades en la realidad dada, perdón por insistir, en la realidad dada, creyendo que no es posible crear otra y hasta allí aspiras. Aceptas que el futuro es la eterna repetición del presente. Te conformas con los placeres vulgares que te ofrece la civilización del consumo, tanto de mercancías ordinarias, como de mercancía cultural y de sus imposiciones políticas e ideológicas, cuyos viejos conceptos, adornados con luces led, te tragas enteritos.
Careces de valores que opongas al torbellino social de negar todo, toda creencia o todo principio moral, religioso, político o social —lo cual, aquí entre nos, es del todo imposible, porque la ideología dominante ya te los inculcó y ni cuenta te diste— torbellino que te ha capturado. En ese sentido, eres miembro en serie de un rebaño amorfo y sin pastor, miras desde el hielo de tu aristocrática incredulidad todo anhelo de verdadera libertad, del cual te consideras lejos, muy lejos, y muy por arriba. Todo proyecto de renovación del mundo te parece demasiada poca cosa y merece tu desprecio: son “ídolos” caducos del pasado.
Estás convencido de que ya es el tiempo del ocaso de esos ídolos, por tanto, según tu superior sabiduría, no queda otro camino que la conciliación y la adaptación respecto de un orden de cosas que, por mucho que se cuestione, no admite alternativas ni vías de escape. Impones, aceptas que te impongan y te auto impones el imperativo ne varietur: que nada cambie, que todo siga igual. Y para no sentirte mal, compensas con un crecimiento en lo que consideras “crecible”, aunque sea hipertrófico, estadísticas infladas son tu sangre, datos tergiversados tu alimento, falsedad tu fisonomía y esencia.
Así quieres tener un cuerpo o una mafia cada vez más fuerte que se rebele al cambio y que esté dispuesta a aceptar tu dictado. Esta es tu vulgar mediocridad, sin entusiasmo ni pasión, en la que se hizo chiquita la potencia creadora, miserable que nunca viviste. Te resignas con lo que hay, te adaptas a tu miseria una vez tras otra y te esfuerzas por callar cualquier voz interior de disidencia que aún pudiera subsistir en ti, en tu clan o en quienes han confiado en ti… para cambiar.
Te enconchas, te repliegas a ti mismo ante la fuerza subversiva de la transformación de la realidad, la expulsas de tu vida de fundamentalismo económico y de economicismo tradeunionista. Haces de tu vida una ordinaria miseria que aceptas como tu destino irreversible al que prestas acatamiento sumiso. Resiliencia, le llaman hoy. Esclavitud, sin eufemismos.
Hay que aceptar, me dices, la lógica de lo real, “dar a la lucha económica misma, en la medida de lo posible, un carácter político”. En tu miseria predicas esa misma miseria como “el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud para incorporar a las masas a la lucha política activa”. Así envileces el alto ideal al ir de restricción en restricción, al dar sólo lo que el predicado quiere. Esta es tu receta mediocre para la felicidad mediocre que enalteces, pero la lógica de la realidad es la lucha de contrarios, la revolución misma, forma superior de felicidad, inconcebible para tu insectil cerebro.
Tu impotencia individual convive extasiada con la omnipotencia capitalista que te restriega en la cara tu impotencia como ideal supremo de tu individualismo. Tienes el oscuro deseo de ser servil para que te dejen en paz, de ser dominado para no ver interrumpido (¡ay, iluso!) tu goce ilimitado del flujo de circulación de los servicios y de las mercancías.
Eres, aunque aparentes ser educador, el esclavo esclavista ideal que no sabe que lo es y que ignora la existencia de las cadenas que lleva y pone o, alternativamente, las confunde con irrechazables oportunidades para la maduración interior.
Así, bien comportado, eres líder de los ermitaños en masa que, tan socialmente distanciados como tú, tratan de sobrevivir adaptándose a lo posible.
Vives en la inextinguible ausencia de sueños que te permitan pensar la realidad como algo transformable, forastero en los pechos de grandes ideales y huraño del eros pedagógico, al que matas implacable.
¡Pero vaya contradicción!: eres dócil y sumiso al mandato burgués, siempre el mandato, la orden ineludible, bajo la forma de un imperativo omnipresente, que te llega principalmente, no a través de los tuyos, sino a través de la ideología burguesa de la que te amamantaste y del repique falsamente polifónico del sistema de mass-media, que es el megáfono de la voz de tu amo. Y crees que esa docilidad y sumisión son la característica de las personas y líderes inteligentes. Pero ¡cuidado!, no venga el mandato de la estructura central que amenace tu cómoda sumisión, porque entonces te surge lo crítico con tal vozarrón que Júpiter Tonante te queda chiquito.
Abandonas todo antagonismo por inoportuno y exhortas a soportar todo, sin retornos a la flama roja que ilumina o a los “dogmas ya superados por la sociedad democrática y civilizada”.
Me propones, con tus hechos cobardes más que con palabras valientes, adaptarme a lo ya existente como única realidad posible. Te olvidas, o nunca comprendiste realmente, que nuestra unión original fue para revolucionarla, porque jamás la aceptamos. “Resisto, luego existo”, dijiste mezquino, cuando que nuestro pacto era no adaptarnos a la mezquindad de esta sociedad, sino rebelarnos con el pecho henchido de futuro, soñando esperanzados ese “mundo de luces solamente donde el hombre trabaje y viva sin llorar, donde el alma se expanda y vibre tiernamente como el ave que canta, como el cielo y el mar”.
Tu optimismo, oportunista por principio, tiende a leer los acontecimientos negativos como circunscritos, es decir, inconexos, más como excepciones que como regularidades en movimiento y desarrollo y, en todo caso, a leerlos como una oportunidad de mejora, dentro de los límites de lo posible, claro, porque “el crecimiento de las tareas del partido…crecen junto con éste…”; sigues pensando que eres capaz de controlar y gobernar tu propia vida, y no ves ninguna derrota, por más estruendosa que sea, que te suscite la voluntad de luchar para cambiar el orden de cosas. Mucho menos convocas a tus cofrades a ello. ¡Dios te libre de semejante osadía… “y luego quién nos va a abrir la puerta!”. Quieres jugar a los toros, pero sentadito, decía el maestro.
Me refiero a ti, sí, tú, no te hagas ni desvíes la vista. Alardeas de tu “agilidad emocional”, de un manejo inteligente de tus emociones y sentimientos, expresado en tu capacidad de adaptarte camaleonicamente a los contextos más diversos y a las situaciones más adversas, encontrando cada vez en ti mismo los recursos adecuados y el espíritu preciso, glorificándote, para aguantar, cual soldado estoico, el orden burgués de cosas entre los luchadores sociales y la glorificación de la razón cínica de quienes, al fin y al cabo, no aspiran más que a su propia salvación individual en medio de la tragedia colectiva. Ese eres tú: “resisto con célebre esfuerzo sin igual, no transformó nada luego existo”. Eres la expresión concentrada de la vorágine nihilista. Eso sí: la contraparte necesaria para la credibilidad de tu argumento es responsabilizar a los otros de tu propia derrota: entonces no los niegas, canalla. ¡Oh, tragedia tan miserable en la que te ves envuelto! ¡Te ves obligado a creer tu mentira porque si no, no existes!
Bueno. Te dejo, mal amigo, con la esperanza siempre de que te desembaraces de tu oscurantismo espiritual y te decidas, de una vez por todas, a abrazar nuestros viejos ideales, que todavía nadie ha demostrado que sean erróneos. Porque yo sé que, de no ser así, tarde o temprano tu camino será inevitablemente el de las guardias blancas, pero aún eres inconsciente de ello. Te dejo aquí el enlace prometido, para que termines tú mismo este texto. Saludos. Resiliencia, una palabra del poder (geoestrategia.es)
Postdata. Se me olvidaba. Eso del presente cosificado lo podrás descifrar con el presente de lucha.
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