A principios del año 2020, a través de nuestros televisores, periódicos, radios o plataformas digitales por medio de aparatos electrónicos nos llegaba la noticia de que en Whuan, Provincia de Hubei, China reportaron la aparición de un nuevo coronavirus SARS-CoV-2 del cual se desconocía por completo y que la propagación del contagio era con mucha facilidad y rapidez. A medida que pasaron los días nos informaban que el virus iba cobrando las vidas de ciudadanos de aquel lugar de una forma trágica, e incluso se mencionó que los contagios se salían de su control. De pronto, es cuando se propagó la noticia de que estábamos a punto de sufrir una de las pandemias más adversas, un virus que no distingue género, edad, posición política o estatus social.
A pesar de que se han presentado otras pandemias a lo largo de la historia como la plaga Justiniano en el año 541 que acabó con 25 millones de personas; la gripe española en 1918 con cerca de 50 millones, o la peste negra de 1348 – 1350 que acabó con 200 millones de personas en el mundo (A. Bell Prescot - BBC Mundo, 7 de marzo 2020), el coronavirus nos da una lección: ni las potencias mundiales están preparadas para una catástrofe de esta magnitud (211´232,169 casos de contagio y 4´420,984 muertes en el mundo), menos los países en vías de desarrollo.
No cabe duda que a más de dos años en que el mundo entero se paralizó para hacer frente a la pandemia, poco se ha podido hacer para controlarla de una manera eficaz. Y podemos observar dos mundos: los países desarrollados y las clases altas, países que hicieron obligatorio el confinamiento teniendo como prioridad la vida de sus ciudadanos y luego la reactivación de la economía, o como China que pudo construir un hospital para los contagiados en solo 10 días; o las personas que pueden pagar sus gastos médicos e internarse en los hospitales privados. Y en contraste vemos el mundo de los pobres, los países subdesarrollados o los que están “en vías de desarrollo” donde no hay seguridad médica, con salarios de hambre, con desempleo, mala calidad educativa, entre otros males. Y aquí en este último, en el mundo de los pobres es donde nos encontramos, a pesar de qué México se encuentra entre los 20 países más ricos del mundo y en el 11avo lugar de exportaciones a nivel mundial de acuerdo con datos del portal proyectosmexico.gob.mx
Aun así, conociendo los datos anteriores, ¿por qué México se posicionó como el tercer lugar a nivel mundial de muertes por covid-19? La culpa no es totalmente (pero sí de la mayor parte) del gobierno o de López Obrador (y no lo digo por no lastimar a los “AMLOvers”), porque el desempleo o los trabajo informales, o incluso los que obtienen ingresos muy bajos no pudieron quedarse en casa para morir de hambre, tuvieron que salir a buscar el pan para sus familias; por la falta de un sistema de salud capaz de controlar los casos con medicina, personal Médico o infraestructura para hacer frente, agregando que tenemos aproximadamente 70 millones personas sin seguridad social en el país; o que la Secretaría de Bienestar que debió proporcionar apoyo alimenticios a para todos al momento de entrar en confinamiento, o la compra de vacunas a tiempo en lugar de destinar los recursos de los mexicanos a las megaobras del gobierno de López Obrador. Todo lo anterior en este párrafo si es culpa de quienes nos gobiernan, y cada quien es libre de creer lo que considere correcto.
Pero aún hay más. Y aquí es donde el pueblo también tiene su parte de culpabilidad. Recordemos, el primer caso de Covid-19 fue el 27 de febrero 2019 y en 64 días después dieron la cifra de 19,224 casos confirmados y 1,859 defunciones ¿Por qué no entraron en confinamiento los mexicanos que podían hacerlo? ¿Por qué no fue obligatorio el “quédate en casa? ¿Por qué los mexicanos no vieron la mortalidad de la pandemia? Pues como dijo Confusio: “cuando el gobernante mismo no obra rectamente, todas sus órdenes son inútiles”, y en México la Secretaría de Salud recomendaba usar cubrebocas, entrar en cuarentena y aplicar la sana distancia, sin embargo, por otro lado, encontramos el mal ejemplo del primer mandatario ya que éste realizaba giras por el país, no portaba cubrebocas en sus eventos, abrazaba y besaba a sus seguidores como si no pasara nada… pero ahí están las consecuencias.
Y a los problemas antes dichos agregamos la ignorancia de la población mexicana para no tomar en serio las medidas sanitarias, e incluso sentir la urgencia de que abrieran bares, o que se realicen fiestas con un gran número de personas (que sí se han realizado), entre otras actividades innecesarias; o dejándose llevar por las fake news de que si existe o no el virus; incluso cuestionarse del video “simulacro” de la visita de López Obrador a un hospital teniendo en cama a uno de sus guardaespaldas, como un teatro del gobierno. Le sumamos ver a diario que mueren personas; acostumbrarse a ver por televisión puras malas noticias, a modo que se hace “normal” escuchar a constantemente el tema de covid y sus efectos; mentalizarse que hay que aprender a vivir con el virus, o sentir que basta con tener la vacuna. Pero lo que es peor es creer que bastaba con un escapulario o una estampita religiosa, un caldo de guajolote, o lo más absurdo aún fue decir que los pobres no se contagian, esto último en palabras Miguel Barbosa, gobernador morenista de Puebla. Con todo lo anterior solo queda que usted, querido lector, saque sus propias conclusiones con más de 252 mil muertes y más de 3.2 millones de contagios (según cifras oficiales) en México.
Por último, sólo me queda por decir algo. Que no solo veamos la situación, sino que nos propongamos cambiarla. Como dijo Martha Harnecker en su libro ¿Qué es la sociedad? “quien controla el poder económico, controla el poder político e ideológico”, y he ahí un motivo para luchar por la creación de un gobierno que vea primero por lo pobres y en situaciones como esta, tome decisiones correctas para la población. Y en el Movimiento Antorchista llevaremos estas ideas a los mexicanos hasta convertirlas en hechos.
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