En 1959, el entonces presidente de la república Adolfo López Mateos decretaba el surgimiento de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, desde entonces, las portadas de los libros incluyen grandes obras artísticas ad hoc al contenido, es por esto que encontrábamos imágenes emblemáticas de nuestro pasado revolucionario en libros de historia, algunos más “pícaros” para la lectura e imágenes cuasi mágicas en aquellos que tenían que mostrarnos el universo, los planetas, el cosmos, los anillos de Saturno y las lunas de Júpiter.
Y aunque se dice que no podemos juzgar a un libro por su portada, es innegable el gran impacto emocional que sentimos al volver a ver estas pinturas y reconocerlas de inmediato con aquellos momentos de la infancia y los libros pesados en la mochila. Sin embargo, pocos de nosotros conocemos algo más de estas pinturas que nos incitaban a abrir los libros de educación básica, pero de estas grandes obras artísticas y de sus autores, hablaremos un poco a continuación.
Todos reconocemos el “Atlas de Geografía Universal” por su tamaño, más que por la pintura de Remedios Varo “Fenómeno de Ingravidez”, o el libro de “Español” de sexto año en cuya portada se podía observar la pintura “Madre Campesina” del gran muralista David Alfaro Siqueiros. Esta pintura tan contrastante entre el ambiente tan austero y la protección del seno maternal tiene otra característica importante y es que está construida en óleo sobre yute.
Era común en esta época poder mostrar a la madre proletaria en ambientes similares: los cactus, el fondo que parece estar en llamas, son una clara prueba del contraste que muestra Siqueiros en su pintura.
Regresando a nuestro tema, el libro de Español de 5to año tenía, tal vez, a una de las más grandes obras pictóricas mexicanas, por referirse al máximo exponente del indigenismo en México, me refiero a don Saturnino Hernán: “La ofrenda” obra dedicada a la festividad del día de muertos en Xochimilco y en la cual podemos observar a un hombre en la trajinera, acompañado de varias personas que parecen retratar el ciclo de la vida: un bebé cargado en el típico rebozo, una niña, un hombre y una mujer adultos y un par de hombres de avanzada edad son contrastados por el naranja de la flor de muertos que inunda el cuadro.
Y qué decir del “Juguete de barro” de Roberto Montenegro, que adornaba el libro de lecturas de primer año, sí el que todos recordamos, el libro del “perrito” que encerraba cuentos y leyendas, algunos realmente maravillosos, y otros que serán eternos en la mente de los que hoy rozamos los 30 años, como “Paco el Chato” y la moraleja de nunca desobedecer a nuestros mayores.
José Vasconcelos, en su tiempo, se dio a la tarea de hacer copias de los grandes clásicos de la literatura universal a costo módico para ponerlos al “alcance” del pueblo mexicano. Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, al entonces Secretario de Educación Pública se le hubo olvidado que, para cosechar, primero hay que sembrar y, mucho antes de eso, poder humedecer el suelo, realizar el barbecho y la fertilización de la tierra para que la semilla pueda penetrar en el suelo y recibir los tibios ósculos de la lluvia con olor a petricor, sólo así es posible cosechar.
Algo similar pasó con las ilustraciones de los libros de texto gratuitos, pues, aunque compartimos gran empatía por los recuerdos de nuestra infancia, poco sabemos sobre la obra en cuestión o sobre el autor y mucho menos sobre el contexto y la relación de la obra con el contenido de nuestro libro. Es momento pues, de voltear la vista al arte mexicano y darnos cuenta de las profundas vibraciones espirituales que puede provocar y más aún, estudiar la coyuntura en la que se realizaron y conocer su valor e importancia. Seguramente así, en un futuro no lejano, podremos ver las pinturas del gran maestro Ubaldo Vázquez Somera adornando los libros de historia de las próximas generaciones.
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