La administración de la 4T, encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su sucesora Claudia Sheinbaum, ha logrado mantener una imagen de aceptación popular, sustentada por los altos índices de aprobación que algunos medios y encuestadoras resaltan.
La 4T prometió un cambio profundo en la estructura del país, pero el resultado ha sido un país cada vez más dividido, con una élite política y económica que sigue enriqueciéndose a expensas del pueblo trabajador.
Sin embargo, esta aprobación no refleja la realidad económica y social que vive la gran mayoría de los mexicanos. A pesar de las transferencias directas y los programas asistenciales que parecen aliviar momentáneamente a las clases populares, los problemas estructurales del país no solo persisten, sino que se han profundizado.
Desde su llegada al poder, la 4T prometió un cambio profundo en la estructura del país, con un gobierno que no fuera rico mientras el pueblo siguiera empobrecido.
Sin embargo, tras casi siete años de gestión, el resultado ha sido un país cada vez más dividido, con una élite política y económica que sigue enriqueciéndose a expensas del pueblo trabajador, mientras millones de mexicanos viven en la pobreza extrema.
Las promesas de acabar con los grandes proyectos corruptos y establecer una verdadera justicia social se han quedado en palabras vacías. Hoy, el país enfrenta una deuda histórica de 15 billones de pesos y un incremento alarmante en los índices de pobreza.
El gobierno de la 4T se ha caracterizado por un autoritarismo disfrazado de democracia, donde el “pueblo” que recibe transferencias es utilizado como un instrumento de control electoral.
La supuesta redistribución de recursos se ha quedado en un mero paliativo que no toca las raíces del problema: la concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Los programas sociales, lejos de ser una solución estructural, actúan como un opio que adormece la conciencia crítica del pueblo, evitando que reconozcan que el verdadero cambio sólo puede llegar con la transformación radical de las relaciones de producción y el fin de un sistema que perpetúa la explotación.
La narrativa del “cambio” promovida por AMLO y sus seguidores no es más que un espejismo. Bajo la administración de la 4T, la infraestructura pública se ha deteriorado, los servicios de salud y educación son cada vez más precarios, y la violencia y la inseguridad han aumentado en todas las regiones del país.
La falta de apoyos a los sectores productivos nacionales, especialmente al campo y las pequeñas empresas, refleja un modelo económico que sigue favoreciendo a los grandes monopolios y a las élites económicas, en lugar de priorizar el bienestar de las grandes mayorías.
En cuanto a las grandes obras de infraestructura como el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, estos proyectos no son más que una fachada que oculta el desmedido gasto público y la sobreexplotación de los recursos naturales, sin ningún beneficio real para el pueblo.
La verdadera promesa de la 4T, el “cambio”, se ha convertido en una burda repetición de las políticas neoliberales que supuestamente combatía, favoreciendo a los mismos intereses económicos que han dominado el país durante décadas.
El problema no radica sólo en el fracaso de estas políticas, sino en la total falta de una oposición real que represente los intereses de la clase trabajadora. Los partidos políticos tradicionales han abandonado su papel de lucha en favor de una verdadera justicia social, intercambiando su lucha por espacios de poder y privilegios.
Así, el sistema político mexicano sigue operando bajo las mismas dinámicas de cooptación y corrupción que durante años han sometido al pueblo.
Para avanzar hacia un cambio real, no basta con la crítica a un gobierno que ha demostrado ser tan neoliberal como los anteriores. Es necesario construir una verdadera alternativa que articule las demandas del pueblo trabajador, que promueva la organización y la lucha en todos los sectores de la sociedad.
La clase obrera debe organizarse para luchar por el control de los medios de producción, por una distribución justa de la riqueza y por la independencia nacional frente a las potencias extranjeras. Sólo de esta forma será posible crear un país libre de explotación, donde el pueblo sea dueño de su destino.
La 4T ha demostrado ser un proyecto que, bajo la fachada de un “gobierno del pueblo”, continúa beneficiando a unos pocos. No podemos permitir que la ilusión de un cambio progresista nos desvíe de la necesidad urgente de una revolución socialista que termine con el régimen capitalista y construya una nueva sociedad basada en la justicia, la igualdad y la solidaridad.
El pueblo mexicano debe despertar y tomar las riendas de su destino, organizándose y luchando por un país verdaderamente libre, sin imperialismo ni opresión, con trabajo digno y una vida de bienestar para todos. ¡La lucha continúa! ¡Organízate y lucha con Antorcha!
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