Señor, Señor, ¿por qué odiarán los hombres
al que lucha, al que sueña y al que canta?
¿Qué puede un cisne dulce
guardar sino ternuras en el alma?
¡Cuán doloroso es ver que cada ensayo,
para volar, provoca una pedrada,
un insulto mordaz, una calumnia!…
¿Por qué será la Humanidad tan mala?
¿Por qué junto al camino de la Gloria
siempre la Envidia pálida
acecha el paso del romero cándido
y le lanza su flecha envenenada?
Almas que se revuelcan en el lodo,
¿por qué serán las almas
que siempre han de manchar las vestiduras
de aquel que lleva vestidura blanca?
¡Cómo castiga el mundo
al que nació con alas
y sueña con la luz del Infinito
desde las lobregueces de la jaula!
Este siglo egoísta
nunca ha sabido de quimeras cándidas,
ni de ilusiones, ni de empeños nobles:
este siglo se arrastra.
Estos hombres de ahora solo piensan
en el oro, que enfanga
todas las limpideces de la vida
y todas las alburas de las almas.
Señor, ya nadie sueña;
Señor, ya nadie canta.
Los caballeros de este siglo buscan
la oscuridad de arteras emboscadas
y en sus noches sin gloria jamás viven
su fina aristocracia,
el eco de una lira,
el amor de una dama
y el brillo, ante el asombro de la luna,
del acero atrevido de una espada…
Y manos que se esconden en la sombra
son las manos que clavan
el puñal de imprevistas cobardías.
Y traiciones satánicas
sobre todos los pechos sin amparo
y todas las espaldas.
Yo no puedo vivir en este siglo
sin cerebro y sin alma.
Señor, Señor: yo soy águila o cisne:
dame una cumbre altiva, como el águila,
para olvidar en ella
mi lírica nostalgia,
o igual que al cisne, dame
como suprema gracia,
un lago silencioso y solitario,
de ondas azules y de espumas blancas.