“Las tragedias de México están en el oro. En el oro de sus minas, en el oro blanco: el algodón. En el oro verde: el henequén. En el oro negro: el petróleo”. En el nuevo oro verde: el aguacate”.
Desde el Porfiriato hasta nuestros días el sector agrícola mexicano se ha caracterizado por tener a un grupo minoritario de productores altamente especializados en el mercado exterior. Los recursos naturales y la abundante mano de obra barata han funcionado como trampolín para posicionar a estos productores en el mercado mundial. Además, los precios altos, el incremento de la demanda y los apoyos del Estado, han sido factores para crear zonas de producción agrícola casi exclusivas para la exportación.
Así, durante el porfiriato se desarrolló el modelo primario exportador basado en la producción y exportación de henequén, café, maderas finas, caucho, chicle, vainilla, plátano, azúcar, ganado, pieles, etc. El boom de estos productos obligó a los productores aumentar la producción mediante la incorporación de más tierras al cultivo y por supuesto más trabajo mal pagado. Era tal la bonanza que al henequén le llamaron el oro verde.
En la época de oro de la agricultura mexicana (1940-1965) en la que concurrieron varios factores como la incorporación de tierras por la reforma agraria, la inversión en infraestructura de riego y de comunicaciones, la incorporación al proceso de producción de nuevas tecnologías creadas por la revolución verde, el crédito agrícola, entre otros; hicieron posible el surgimiento del oro blanco, el algodón.
Los altos precios y alta demanda de la fibra provocaron que de 1947 a 1950 incrementara la producción en 170%. México se convirtió en uno de los mayores productores de la fibra a nivel mundial y con los mayores rendimientos por hectárea. Sin duda hubo grandes ganancias, pero solo para un pequeño grupo de productores que tenían la capacidad de sufragar los altos costos de producción de este cultivo. El oro blanco no logró arrastrar a todo el sector, ni mejoró las condiciones de vida de los trabajadores del campo.
Ahora, el sector agropecuario mexicano vuelve a tener su nuevo oro verde, el aguacate. México se ha convertido en el mayor productor y exportador de aguacate con el 32% del volumen mundial, que se traduce en más de 3 mil millones de dólares. Se siembran alrededor de 241 mil hectáreas, obteniendo un volumen de 2.4 millones de toneladas. Y genera alrededor de 300 mil empleos directos y unos 70 mil indirectos. Este es el Boom del nuevo oro verde. Sin embargo, las consecuencias sociales, ambientales y económicas no son todas buenas.
Se estima que se pierden al año alrededor de mil hectáreas de bosque a causa de las nuevas plantaciones de aguacate. El amplio cultivo de la variedad Hass está provocando la pérdida de la diversidad de aguacates criollos en México. Las prácticas de producción son poco sustentables debido al uso intensivo de agua y agroquímicos, ocasionando el agotamiento y contaminación del suelo y agua.
Los beneficios económicos son muy desiguales, los que captan las mayores ganancias son alrededor de 10 empresas estadounidenses que exportan alrededor del 80% del aguacate, por otro lado, los trabajadores de la cadena de producción y exportación tienen bajos salarios. De hecho, el boom del aguacate en Michoacán no ha frenado la migración al país vecino. Por otro lado, la alta demanda de aguacate en EE. UU. provoca altos precios en el mercado nacional, ocasionado que se convierta en un producto de lujo para los hogares mexicanos.
La historia del sector agropecuario mexicano demuestra que los productos estrella de exportación no son viables a largo plazo sin planeación. El Estado tiene la obligación de cuidar que el aguacate no se convierta en una tragedia para el medio ambiente ni para los mexicanos.
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