En la terrible guerra que se desarrolla en Europa central (todas las guerras son terribles, aunque unas más), los elementos que debemos considerar para tomar posición y que nos hagan primero ver la realidad y con base en esta definir lo que corresponde a los intereses propios, van mucho más allá de la simple interpretación mecánica del derecho internacional o las melifluas y huecas aserciones generales en favor de la paz y contra la guerra.
En efecto, la guerra y toda violencia sucede como con un arma, la cual puede usarse para hacer el mal o para combatirlo; la violencia se puede reputar buena o mala en función de sus causas y desde el punto de vista de las partes en contienda, así como de los intereses de las que no, pues, en cualquier conflicto, no solamente las partes combatientes pueden reclamar intereses.
Tampoco ayuda totalmente a delimitar qué posición debemos adoptar, intentar definir quién empezó la guerra, quién golpeó primero y quién se defiende; siempre, el ataque habrá de encontrar como respuesta la defensa, pero aún estas dos categorías son relativas, son los dos contrarios de una contradicción dialéctica, uno emerge del otro, que a su vez contiene al primero, el uno se convierte en el otro y ambos se complementan.
Para el caso, por ejemplo, los líderes occidentales; es decir, algunos de los dirigentes políticos de Estados Unidos (los que están en el poder a la sazón), sus aliados de la OTAN en Europa, y todo su aparato mediático afirman que la Federación Rusa, y más en concreto su líder político Vladímir Vladímirovich Putin, son los agresores y que están invadiendo a Ucrania, que ha tenido que defenderse.
Los líderes de la otra parte (que no solo es Putin y Rusia), sostienen que son ellos quienes se están defendiendo de la agresión de los primeros, quienes violaron los acuerdos del nueve de febrero de 1990, en los que el entonces secretario de Estado de Estados Unidos (EE. UU.), James Baker, y el Presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, en el proceso de reunificación de las dos Alemanias en una sola bajo control occidental, pactaron que la OTAN no se ampliaría a más países del Bloque del Este, acuerdo que se ha violado por parte de Estados Unidos y la OTAN, y que Rusia había dejado pasar sin defenderse hasta que se cruzó la línea roja con la intervención en Ucrania y acusan a EE. UU. de apoyar, promover y orquestar ilegalmente el ascenso de los grupos neonazis ucranianos, ínfima minoría criminal y declaradamente antirusa, e imponerlos por la vía de la violencia con un golpe de estado, la implementación de un régimen de persecución étnica en contra de la cultura y progenie rusa en el mismo pueblo ucraniano, que se ha ejecutado durante 8 largos años de crímenes (bombardeos y asesinatos contra civiles, violaciones de mujeres y niños, etc.) en contra de la población del Donbass ucraniano y la amenaza de colocar bases de misiles nucleares a un tiro de resortera de la capital rusa.
Pero los ultranacionalistas ucranianos podrían alegar que ellos se defienden de los ataques de los rusos, herederos del ejército rojo que los derrotó en la Segunda Guerra Mundial, al vencer al ejército de Adolph Hitler y liberar a Ucrania del infierno nazi, y por eso ahora, por sus fueros y con el uso sistemático de la violencia, asaltan a Ucrania con el apoyo de la OTAN; y así se podría seguir sin poder definir quién es agresor y quién agredido.
Vale más, para eso, definir con rigurosa precisión qué intereses defienden las partes, qué causas los mueven y qué proponen en caso de ser los triunfadores y, ahora sí, definir cuál de esas causas y propuestas es la que convienen a los intereses de uno. Por supuesto que, para esto, necesitamos saber, también, cuales son los intereses de uno.
Esto ayudaría más y sería más legítimo, así como más fructífero, que las declaraciones formales del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) António Guterres, quien afirmó, en relación al anuncio de la diplomáticos rusos de “proceder a la anexión de las regiones ucranianas de Donetsk, Luhansk, Kherson y Zaporiyia”: “el anuncio de anexión de territorios de Ucrania por parte de Rusia no tiene valor legal, merece la condena y es peligroso”, agregando que “la posición de las Naciones Unidas es inequívoca: estamos plenamente comprometidos con la soberanía, la unidad, la independencia y la integridad territorial de Ucrania, dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas, de conformidad con las resoluciones pertinentes de la ONU” y que “no puede conciliarse con el marco jurídico internacional. Va en contra de todo lo que la comunidad internacional debe defender. Desprecia los propósitos y principios de las Naciones Unidas”.
En el mismo tenor se puede considerar la votación de la ONU en la que la Asamblea General aprobó son 143 votos a favor, cinco en contra y 35 abstenciones, la resolución en la que “pide a los países que no reconozcan las cuatro regiones de Ucrania que Rusia ha reclamado, tras los llamados referendos celebrados a finales del mes pasado (septiembre), y exige a Moscú que dé marcha atrás en su anexión ilegal”.
El espacio en esta colaboración no alcanza para tratar de demostrar qué intereses defienden las partes en conflicto. Pero se puede y se debe, y lo intentaré en una siguiente colaboración. Por lo pronto y con esa promesa, me parece necesario declarar ya, con toda la humildad que se puede desde esta humilde posición, como insuficientes y, ellos sí, peligrosos, los argumentos del señor Guterres, pues hacen de lado la parte que yo presento como la fundamental. En realidad, no la hacen de lado, no la pueden hacer de lado, él, así como los participantes y votantes de la asamblea mencionada, entienden perfectamente esos intereses y no a pesar, sino precisamente por ellos, ya han tomado partido, pero ocultándolos perversamente, por inconfesables, bajo esos argumentos pantalla de derecho internacional y las melifluas y huecas aserciones generales en favor de la paz y contra la guerra.
No nos debe extrañar que los oligarcas del Imperio Yanqui y sus esbirros apoyen a los ultranacionalistas neonazis (¡no a Ucrania, sino a los neonazis que la han asaltado!), continuación de los viejos nazis criminales, racistas, desalmados y depravados en versión ultramoderna, pues en realidad son su instrumento para imponer su hegemonía, amenazar al pueblo ruso con la conquista y el exterminio, y al mundo con la esclavización, bajo el poder de las razas superiores, de las clases poderosas dueñas del dinero, o la hecatombe nuclear.
Tampoco nos debe extrañar que los líderes de las naciones (en la ONU) hayan doblado el espinazo para esquivar la ira del poderoso imperio, que ya ha demostrado que sabe meter en cintura de las maneras menos imaginadas a quienes no se le someten, y hayan decidido ser cómplices de esta nueva guerra de conquista, ni nos debe extrañar, tal vez menos, que el gobierno de la cuarta transformación de Andrés Manuel López Obrador, a pesar de sus estrambóticos desplantes aparentemente en favor de un acuerdo de paz, también se haya alineado en el Consejo de Seguridad con el Imperio Neonazi en ascenso, pues harto ha demostrado su practicismo y oportunismo, y no me extrañaría que terminara siendo (espero que no) el principal aliado en México de los chacales que hoy amenazan al mundo.
Pero el pueblo trabajador no debe alinearse con los criminales nazis imperialistas. Y menos el pueblo mexicano, pues los inmorales a los que hoy están apoyando los “líderes del mundo” (con sus honrosas y valientes excepciones), no nos van a usar, sino a exterminar, y de esto no se salvarían solamente los que estamos chaparritos y morenos, sino todos los que no se les sometan. Amable lector, ¿De qué lado está usted?
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