Una inmensa inquietud, un largo duelo,
un temblor en las almas y en las cosas,
un reteñido suelo
con púrpura de sangre y no de rosas;
un agitado y angustiado anhelo
ante el futuro, cuya sombra avanza,
como una gran tormenta; un hosco cielo
que envuelve en las tinieblas de su velo
el último fulgor de la esperanza,
Un pueblo a quien impulsa, en el camino
del mal y del dolor y de la muerte,
la ráfaga siniestra del Destino;
un pueblo heroico y fuerte
que, atacado de insólita locura
se lanza al laberinto de la suerte,
ebrio de libertad y desventura.
Esta es la patria de hoy, este es el momento
de febril iracundia en nuestra historia,
de infortunio, martirio y sufrimiento;
mas esta obscura patria es transitoria;
alzad, por sobre el fango, el pensamiento;
el oro ha de fulgir sobre la escoria;
la luz del astro ha de triunfar del viento;
es preciso gastar entendimiento,
voluntad y memoria,
en reconstruir el blanco monumento;
esta es la solemnidad propiciatoria:
hagamos el bendito juramento:
ha de volver, con poderoso aliento,
la patria del trabajo y la victoria,
la patria del amor y el sentimiento,
la patria del honor y de la gloria.
Lo juramos bajo este firmamento
que se deshace en claridad; en esta
hora de pesadumbre y desaliento,
hora amarga y funesta,
en la que, presintiendo su agonía,
la pobre patria exangüe se recuesta
en el seno de la melancolía.
Lo juramos: puedes estar de fiesta,
frondaje milenario; prende flores
a tus viejos ahuehuetls; que la orquesta
alada de tus pájaros cantores
alce un himno ruidoso que despierte,
con sus ecos triunfales,
las vidas que vencieron a la muerte,
las sombras de los héroes inmortales.
Que así crece, del tiempo en la distancia,
salvando de la edad del negro abismo,
el sublime episodio de una infancia
que mezcló a su candor el heroísmo.
Cayó la sangre aquí, la generosa
sangre vertida en aras del decoro;
pero, al brotar, tornóse luminosa,
y al recibir del sol la flecha de oro,
cada gota de sangre se hizo rosa.
Fue una gran injusticia la que quiso
de la guerra cruel en los festines
arrancar del umbral del paraíso
la turba de risueños serafines,
transfigurados, cuando fue preciso
en fiero batallón de paladines.
¡Bosque sagrado, canta!
¡Tierra de mis mayores,
tú, que sentiste la extranjera plana
siente nuestros dolores,
y, como oración mística, levanta
el himno de tus pájaros cantores;
y, para honrar una memoria santa,
vuélvete toda flores!
¡Día azul que ves nuestros afanes,
que embelleces los llanos y los montes,
y alzas en nuestros vastos horizontes
la visión de cristal de los volcanes,
cobija en tu esplendor a nuestros manes,
sé maternal, prodígales cariños.
-mártires fueron de la lid injusta-
y besa con tu luz la sombra augusta
de los sublimes niños!
Después, danos aliento
para cumplir el sacro juramento;
esta es solemnidad propiciatoria;
alcemos corazón y pensamiento;
para alcanzar las cumbres de la historia
es fuerza reconstruir el monumento;
el oro ha de fulgir sobre la escoria;
revivamos, momento por momento,
la patria del amor y el sentimiento,
la patria del honor y de la gloria.
¡Héroes sublimes: vuestra heroica y tierna
pasión nos estimula todavía!
Por más llena de horror, por más sombría,
Noche, no eres eterna.
Esperamos en pie. ¡Volverá el día!