A la orilla del mar me había dormido,
henchido el pecho de febriles ansias,
y la brisa del piélago salobre
vino a enjugar mis postrimeras lágrimas.
Abrí los ojos y miré hacia arriba,
porque creí que un ángel me besaba;
tan tibio era el aliento de la brisa
y tan suave el murmullo de sus alas.
Y en vez del ángel que soñé bajando
a conversar a solas con mi alma,
se alzaba en el confín del horizonte
la estrella de zafir de la mañana.
Era su luz blanquísima y suave
cual de una virgen la mirada casta;
aquella estrella parecía contarme
cuitas de amor en sílabas de plata.
El cielo estaba obscuro, pero al verla
su tenebrosa faz se sonrojaba,
como amante embozado que sonríe
al acercarse a la mujer amada.
Y el mar en su lenguaje misterioso
de aquella ave celeste, murmuraba,
hablando por lo bajo, temeroso
que sacudiera sus brillantes alas.
Alzó cerca de mí su húmedo cáliz,
estuche perfumado de las hadas,
la ancha flor del nenúfar y me dijo:
¡Aquella estrella fúlgida es mi hermana!
Y una voz de la estrella descendida
como un soplo de amor llegó a mi alma,
la misma voz que en mis inquietos sueños
me transmite mensajes de esperanza.
"Yo soy la piedra de oro y fuego — díjome
"que en la onda de las nubes inflamadas
"lanza Dios a la frente de la noche
"para anunciar que viene la mañana.
"Yo alumbré del Sinaí la excelsa cumbre,
"del Taijeto la cima desolada,
"en el primero, nuncio de alegría,
"en el segundo, antorcha funeraria.
"Yo iluminé la frente de los genios
"del insomnio en las horas agitadas;
"escuché de Moisés la voz severa,
"y a Job rugir como una fiera humana!
"Yo sorprendí las pláticas del Dante
"con sus apocalípticos fantasmas,
"y en la divina lengua de la Etruria
"los místicos sollozos del Petrarca!
"¡Arriba, pensador desconocido!
"Que el ángel de la luz viene a mi espalda,
"como vendrá la libertad bendita,
"tras larga noche de miseria y lágrimas.
"¡Arriba, labrador del pensamiento!
'"Cava ancho surco en la conciencia humana,
"que si lo riega tu sudor fecundo,
"dará flores y frutos de esperanza!"