El actual panorama político en nuestro país atraviesa una coyuntura evidente e importante. La autollamada “oposición” brilla constantemente por su ausencia y está condicionada al capricho presidencial. Cuando Andrés Manuel López Obrador (AMLO) requiere saturar los medios de comunicación y con ello reorientar las miradas que se tienen sobre los enormes fracasos de su gobierno, recurre a la declaración polémica, señalando con el dedo índice a quien considere como idóneo para lograr tan malicioso fin.
Numerosos medios y periodistas han comentado que la triple alianza política pasará su segunda prueba de fuego después de las elecciones del pasado seis de junio. En esta ocasión, la bancada legislativa del PRI-PAN-PRD que labora en San Lázaro deberá replicar sus esfuerzos y rechazar la iniciativa de reforma energética presentada por el presidente de la república.
¿Quién es el señalado en esta ocasión? El Partido Revolucionario Institucional.
Tras haber perdido la mayoría calificada en la Cámara de Diputados que le permitía aprobar iniciativas sin cambiar una sola coma, el presidente está empeñado en conseguir un objetivo; resquebrajar la alianza política entre los mencionados partidos a través de su iniciativa de reforma energética que plantea limitar la operatividad de la empresa privada dejando que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) sea la principal responsable de la generación, distribución y administración del servicio eléctrico. Distante de ser una buena idea, especialistas señalan que esto representa una serie de inconvenientes de carácter económico, legal, operativo y ambiental.
En materia económica, esta monopolización de la industria eléctrica desembocaría en la pérdida de empleos pertenecientes a la empresa privada, asimismo, frenaría considerablemente la inversión del mismo sector en nuestro país.
La producción de energía llevada a cabo por la empresa privada utiliza el medio eólico y el solar para garantizar su abasto, a sabiendas de la carencia y el alto costo que representa la producción por el medio hidroeléctrico. Así se consiguió que México avanzara en torno al pacto internacional de transitar a medios de energía renovables en favor del cuidado ambiental.
No obstante, aunado a un posible retraso en materia energética, el fondo del fenómeno radica en la búsqueda del poder político del país. En 2024 se llevará a cabo una elección muy importante, ya que el partido en el poder intentará consolidar su hegemonía un sexenio más y, paralelamente, los distintos grupos políticos existentes buscarán regresar a la presidencia de la república.
En ese sentido, al no poseer proyectos de nación que representen los auténticos intereses populares, PRI, PAN y PRD pugnan por llegar juntos a la boleta y así exprimir la última gota de credibilidad que les queda ante los ojos de las mayorías. El rompimiento de esta coalición significaría un desbalance total en las urnas.
Hoy en día, la bancada legislativa priista se muestra indecisa sobre qué decisión tomar, aprobar o rechazar, alinearse a la Federación o mantenerse con la alianza. Esto se comprueba con las declaraciones de su dirigente nacional, Alejandro Moreno, quien afirma y se contradice con el discurso retorico de que “su partido obrará a favor de los mexicanos”, que “analizarán la propuesta de reforma y tomarán las decisiones que beneficien al pueblo.”
Esto, de manera institucional representa una contradicción, ya que el Revolucionario Institucional fue el principal impulsor de la reforma de 2013 que rige hasta la fecha. Hoy plantean analizar y aprobar una contra reforma, totalmente opuesta a la promulgada durante el sexenio pasado.
¿Qué utilidad tienen, pues, los partidos políticos si estos se ven corrompidos cuando se tiene la oportunidad de conseguir el poder, dejando de lado sus principios ideológicos y compromiso con la sociedad civil?
En la historia de nuestro país, los partidos políticos se concibieron formalmente de acuerdo al desarrollo del federalismo, sucedido tras la abolición del sistema virreinal del México colonial. Ya en el siglo XIX existían logias, que aglutinaban a personas cuyos intereses ideológicos, proyectos sociales y económicos eran comunes.
“Al consumarse la Independencia, inicia en nuestro país la actividad de los mexicanos a través de grupos políticos. Es entonces cuando aparecen tres grandes grupos, los “iturbidistas, los borbónicos y los republicanos”, todos con el deseo de intervenir en la vida pública, de discutir y aplicar los sistemas políticos que a su juicio debían gobernar la nueva nación.” (Partidos Políticos en México, Los sentimientos de la Nación, Museo Legislativo. P.11)
Actualmente, nacen y desaparecen partidos políticos en grandes cantidades cuyos principios e intereses se pregonan especialmente en periodos electorales. Esto se explica porque todos los partidos políticos carecen de un proyecto de nación incluyente, y, respetuoso con las clases y sectores sociales, por la ambigua planificación científica y viabilidad de sus proyectos y el inexistente compromiso de sus militantes. Si no, ¿cómo se explica la creciente farándula, populismo, asistencialismo, la mentira o el exceso de retórica discursiva?
La sociedad mexicana amargamente tiene que elegir entre “el menos pior” de los candidatos y partidos corruptibles. Existen sus honrosas excepciones, desde luego, minoritarias. No es de sorprender entonces, que partidos longevos como el PRI, cercano a sus 100 años de fundación y existencia, pendan de un delgado hilo, que oscila entre los intereses de la clase dominante y los de las mayorías. Es clara su tendencia.
México requiere un partido a la altura de su potencial económico, cultural, cívico e histórico, respetuoso de todos los intereses de la sociedad, con militantes comprometidos; profesionistas, estudiantes, artistas, obreros, empresarios, campesinos, amas de casa, luchadores sociales, intelectuales, conscientes de las problemáticas y soluciones que requiere nuestro país. La solución está en manos todos los mexicanos.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario