El feminismo es un movimiento social que ha evolucionado a lo largo de siglos, años y décadas. A través del tiempo ha impulsado luchas por la igualdad de género en el ámbito político y económico, como el derecho al voto, la representación política y mejoras en las condiciones laborales. Por ejemplo, aumentos salariales, paridad salarial, espacios temporales y públicos para la maternidad, entre otras. Así ha ido adquiriendo importancia en la actualidad.
Sin embargo, el feminismo actual está atravesado por varias corrientes internas que desde una perspectiva crítica pueden distinguirse en dos: el feminismo con perspectiva de clase y el que carece de ésta. El primero se caracteriza por un feminismo que analiza el problema de género desde la teoría marxista de la sociedad, donde la desigualdad de género y la explotación de las mujeres son fundamentales para la comprensión y la solución del fenómeno. Este feminismo de carácter socialista surgió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, encabezado por Emma Ihrer, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Nadezda Krupskaya y Alexandra Kollontai. Así como Flora Tristán, quien fue pionera de este movimiento.
El feminismo marxista y, por ende, las feministas marxistas sostienen que la opresión de las mujeres está estrechamente relacionada con la explotación de clase. De hecho, han demostrado cómo el capitalismo perpetúa los roles tradicionales de género que mantienen sojuzgadas a las mujeres. Rosa Luxemburgo, quien analizó y escudriñó en mayor medida el capitalismo y el imperialismo, así como la acumulación del capital, nunca evadió la cuestión de la mujer en relación con el sistema capitalista. Ella fue, precisamente, quien planteó la disyuntiva a la que se enfrentaba el movimiento feminista: ¿Feminismo burgués o feminismo de clase?
Rosa Luxemburgo escribió en 1912 El voto femenino y la lucha de clases. Allí sostuvo contundentemente que “en realidad se trata para el Estado actual de negar el voto a las mujeres obreras, y sólo a ellas. Teme, acertadamente, que puedan ser una amenaza para las instituciones tradicionales de la dominación de clase… El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior; es decir, a la socialdemocracia. Si se tratara del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará como un apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase”.
No cabe duda que la posición de Rosa Luxemburgo y las feministas marxistas aboga tanto por la emancipación de las mujeres como por la emancipación de las clases trabajadoras y no sólo por la lucha del sufragio femenino de una clase. Es decir, para esta corriente el enemigo a vencer no es el otro género sino el sistema que produce y reproduce los tradicionales roles de género y de explotación: el capitalismo.
Por ello, uno de los temas centrales del feminismo marxista es el trabajo reproductivo. No obstante, en este punto se han dado debates importantes todavía en nuestros días. Silvia Federici (2014), por ejemplo, pugna por que el trabajo doméstico sea remunerado, pues, de acuerdo con ella, también éste produce valor. En suma, que el trabajo doméstico es productivo bajo el sistema capitalista de producción y que, por ende, las mujeres amas de casa deben percibir un salario; sin embargo, Rosa Luxemburgo (1912) señaló que “el trabajo doméstico no es productivo en el sentido de la economía capitalista actual, por enormes que sean los sacrificios y la energía gastados… Esto puede parecer brutal y demente, pero corresponde exactamente a la brutalidad y la demencia del actual sistema económico capitalista”.
Definir si el trabajo reproductivo en el capitalismo es o no productivo es fundamental, sobre todo por las conclusiones a las que se llega. De tal manera, desde la concepción de Federici el problema se resuelve cuando las trabajadoras domésticas reciben un salario. En cambio, desde la perspectiva de Rosa Luxemburgo, el sojuzgamiento que sufre el género femenino es producto del sistema capitalista de producción. De modo que el objetivo del feminismo marxista no puede ser exclusivamente la lucha por la remuneración del trabajo reproductivo sino la transformación de la sociedad capitalista, que es la que permite la explotación de género y clase, en una nueva sociedad en donde las mujeres y las clases trabajadoras sean libres de estas ataduras.
El feminismo marxista es, por eso, interseccional, porque busca combatir contra todas las formas de opresión: de clase, género, orientación sexual, de las personas racializadas, entre otras. En cambio, el feminismo no interseccional, sin perspectiva de clase, el feminismo neoliberal se caracteriza por ser un movimiento regido por el individualismo. Se basa en la ideología liberal del capitalismo. Hace hincapié en la importancia de las elecciones “individuales” y en la supuesta libertad de tomar decisiones con respecto a su cuerpo y a su vida personal.
Asimismo, se enfoca en “romper el techo de cristal”. Crea la ilusión de que las mujeres podemos lograr la igualdad de género tanto en la política como en la economía con esfuerzos individuales. Su principio es el empoderamiento femenino. De tal manera se incita a que las mujeres se afirmen, se empoderen, en sus puestos de trabajo; es decir, que no reclamen sus derechos colectivamente como sí lo hace el feminismo marxista.
En conclusión, el feminismo actual se debate entre dos perspectivas: la perspectiva activa y transformadora, representada por el enfoque marxista, que aboga por agendas anticapitalistas, y la perspectiva pasiva y contemplativa, que se asocia al enfoque neoliberal o burgués y que no busca la transformación social. Para las feministas burguesas su condición de clase es lo primordial y, por ello, desde sus privilegios niegan las luchas del proletariado femenino. Es indispensable, entonces, que las mujeres hagamos conciencia de nuestra situación social y económica para poder discernir de qué lado estamos y poder llevar a cabo la transformación que nuestro género y clase necesita.
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