Desde que apareció la propiedad privada de los medios de producción, aquellos que le sirven al hombre como herramientas para facilitar la producción de los bienes que necesita para vivir, hace miles de años, se formaron dos grupos de personas con intereses opuestos, que conocemos como clases sociales: los que se adueñaron de estas herramientas (los ricos) y los que se quedaron sin nada (los pobres).
Esto trajo como resultado que el conocimiento de la realidad, que es parte de la riqueza cultural, también quedara del lado de los poseedores de la riqueza material. Y así fue como los poderosos inventaron una estructura que les sirve para mantenerse en su posición social: el Estado. Para probar esto, no hay más que recurrir a la historia, que es la ciencia que registra todo el movimiento, todo actuar del hombre bajo estricto apego de las leyes del desarrollo.
Así, de toda la riqueza que se produce a los desposeídos del mundo sólo les toca la parte más pequeña. Y es tan mínima que millones y millones de seres humanos mueren por falta de alimento. Esta inequitativa distribución de la riqueza se opera con un modelo económico cuyo objetivo es que los ricos se hagan cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Es fácil entender así que no hay pueblo del mundo en el que los pobres, cuando quieren disfrutar un poco más de la riqueza que generan, no deban dar una dura batalla para lograrlo. No hay ejemplos, en la historia de la humanidad, en los que los pobres hayan conquistado un derecho sin poner la respectiva cuota de sangre, lo que prueba la existencia de la lucha de clases.
Todos los beneficios conquistados por los pobres del mundo fueron logrados con grandes luchas, sufriendo los embates del poder. Porque cada vez que el pueblo reclama sus derechos, como el tener un espacio para vivir, los que se creen dueños de todo, responden con lo mejor de sus instrumentos represivos, para obligarlo a que acepte vivir en las mismas condiciones inhumanas. Y las cosas se agravan si lo que se reclama es el derecho a gobernar.
En nuestro país sobran ejemplos: como cuando el pueblo, encabezado por el cura don Miguel Hidalgo en 1810, intentó liberarse de los españoles; en Guanajuato, como respuesta de castigo, el ejército virreinal diezmó a la población, es decir, formaron a toda la gente y a quien le tocaba el número 10 era fusilado. O el movimiento más grande y más cercano a nosotros, la Revolución Mexicana encabezada por Francisco Villa y Emiliano Zapata. En estos y muchos otros acontecimientos el pueblo participó activamente. Sin duda, no se han conseguido por completo los objetivos que se plantearon pero se ha logrado algo, gracias a que hombres valientes se pusieron a la cabeza no importando los peligros, si la lucha es para conquistar los beneficios que negados a los pobres.
En nuestro estado, en un lugar enclavado en la Sierra Nororiental de Puebla, compuesto en su mayoría de habitantes náhuatl, hace 33 años que el pueblo pobre, consciente y cansado de tanta explotación de que fue objeto por décadas, tomó la firme decisión de organizarse y liberarse de esa situación que hacían su vida injusta e indignante. No sólo del cacicazgo se tuvo librar, si no de los falsos salvadores que habían prometido al pueblo regresarle sus tierras que los ricos se apropiaron mediante la usura, me refiero al grupo de pistoleros de la UCI (Unión Campesina Independiente), que lejos de salvar al pueblo, lo llevaron a las ruinas cometiendo más de 150 asesinatos mismos quedaron impunes, pues siempre encontraron protección de los grupos de "izquierda" y "defensores" de derechos humanos como hasta ahora lo hacen.
Pero esta liberación no hubiera sido posible sin la existencia de Antorcha Campesina, organización fundada en Tecomatlán, Puebla, por el Ing. Aquiles Córdova Morán en 1974. Al que un grupo de hombres valientes y con un cariño profundo a su pueblo acudieron para pedir auxilio y buscar que se restableciera la paz y la tranquilidad social y lo lograron. Porque cayeron en buenas manos, encontraron a un hombre sin par en la lucha de los desposeídos de nuestra patria, con un cariño verdadero a sus hermanos de clase y, sobre todo, con una herramienta muy poderosa para la lucha de los pobres, el conocimiento universal, es decir, la ciencia puesta al servicio de los pobres, pero no la que sirve para plantear modelos que favorezcan a los poderosos, sino aquella que sirve para formar al hombre nuevo, aquella que busca regresar al hombre la parte humana. Sólo así, cientos de familias regresaron a Huitzilan de Serdán el 21 marzo de 1984 y empezaron a reconstruir el pueblo, sin imaginar cuáles serían los alcances de esa lucha. A medida que el pueblo empezó a trabajar y con el poder municipal en sus manos, el avance en favor de la gente pobre se potencializó, entre otras cosas podemos destacar que la demanda educativa está cubierta, todos los pueblos tienen caminos, se tienen espacios suficientes para la práctica del deporte, hay calles pavimentadas, se cuenta con un hospital, se practica la cultura en las escuelas y muchos otros avances. Hoy existen más de un centenar de profesionistas, prácticamente todos de origen náhuatl, cosa que antes ni se soñaba.
El pueblo de Huitzilan ha sido educado y politizado, pero sólo ha sido posible mediante la lucha constante y una vez que ha conquistado el poder municipal la vida de los trabajadores se ha dignificado, en la actualidad nadie es obligado a realizar trabajos forzados, el centro de la población es el lugar de las reuniones del pueblo y de los eventos culturales; antes, por asomarse a una fiesta de los caciques, los indígenas eran encarcelados. Eso ha quedado atrás, podemos decir que los huitziltecos hemos conquistado en buena medida nuestra libertad como seres humanos, al grado de que han brotado ya varios talentos artísticos y académicos. Las condiciones materiales han hecho que desarrollemos nuestra inteligencia.
¿Cuál es el costo de todo esto? Varios compañeros valiosos caídos en la lucha, todos ellos con una inteligencia y liderazgo natural que los ayudaron a encabezar este gran movimiento y no les importó si sufrieron hambre o las inclemencias del tiempo para visitar a todos sus hermanos que se habían refugiado en los pueblos vecinos o en las ciudades para organizarlos y regresar a su pueblo.
A todos ellos les decimos: compañeros caídos, sepan que lo que hicieron con su lucha es buscar una mejor distribución de la riqueza y hemos avanzado bastante: hoy hay mucha inversión para diversas obras en nuestro pueblo en beneficio de la gente pobre. Su muerte no fue en vano, pues hoy contamos con una mejor vida: tenemos un hospital, estamos pavimentando tramos importantes que comunican a nuestro municipio, está cubierta la demanda educativa y Huitzilan se ha convertido en un semillero de talento, pues tenemos cientos de jóvenes que practican diversas disciplinas tanto deportivas como artísticas y, sobre todo, existe la libertad de los pobres a organizarse y a gobernarse. Ya no existe la humillación que sufrían nuestros hermanos indígenas, ahora se pueden educar y penetrar en el conocimiento de la realidad, es decir, ahora también los pobres podemos conocer la ciencia y evitar esa trampa que hay entre la maleza ideológica, arma eficaz de los poderosos. Nosotros, sus hermanos indígenas, ahora podemos desarrollar con toda libertad nuestra inteligencia. La razón está de nuestro lado con su significado más profundo. ¡Salud compañeros caídos! Los llevaremos siempre en nuestra memoria y haremos de Huitzilan un pueblo ejemplo de bienestar, gobernado por la gente pobre.
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