El rostro de uno de los pueblos más alejados del estado de Puebla, entre uno de sus 217 municipios y fundado en 1895, el municipio de Huitzilan de Serdán, ubicado en la sierra Nororiental, ofrece no solo un paisaje colorido y bello, un pueblo de gastronomía y música encantadoras, sino una prueba viva de cómo el pueblo debe gobernar.
Hace años, el municipio de Huitzilan de Serdán, por sus características orográficas y climáticas, que hacen que el café de sus tierras sea tan apetecible, vivía un cacicazgo férreo que imposibilitaba su desarrollo.
Sí, Huitzilan es tierra fértil de hombres valientes, que danzan al llanto del violín y que celebran cada mañana en la neblina el mañana distinto que les trajo su organización.
Las tierras, la mano del hombre y su propia voluntad estaban en manos de grandes explotadores que ponían precio a voluntad a los productos que eran fruto del campesinado de la zona y que atentaban, incluso, hasta con la propia vida de los que ahí vivían.
El pueblo guardaba silencio al atardecer, los cascos de caballos de los explotadores causaban terror en la población pues, todo aquel que buscaba levantarse terminaba siendo callado por las caravanas de los caciques y, de forma inhumana, los cuerpos eran dejados en las calles sin poder siquiera darles sepultura cristiana, pues aquel que los levantara corría con la misma suerte.
Así vivía la gente de Huitzilan de Serdán, y la situación se agravaba con el correr de los años, hasta que, sabiendo de los logros que una organización social estaba logrando en la mixteca poblana, decidieron acercarse y organizarse con “los de Antorcha”, un grupo aún incipiente pero de mucha voluntad que empezó a estudiar la situación y prontamente imprimiría una solución que ha perdurado ya por más de 40 años en este municipio.
¿Qué tanto ha funcionado? No sólo la vigencia de la organización ha sido prueba material de su asertividad, sino que el ver hoy una de las clínicas de salud más grandes y mejor equipadas del estado; un auditorio en el que la voz del pueblo retumba en cada asamblea; escuelas de nivel básico y superior para toda la población; una casa de cultura que se erige como el orgullo del pueblo y tantas y tantas obras que al día de hoy hablan por sí solas, son juntas un ejemplo vivo de cómo el pueblo puede ser suficiente, si se organiza y educa para gobernar.
La lucha en Huitzilan no ha sido sencilla; han muerto tantos de nuestros compañeros por quienes quieren callar la voz del pueblo y, por eso, ese pueblo que dejó los grilletes hace años se niega a regresar a su condición de atraso e ignominia.
Ahí vivía don Máximo de la Cruz, hombre leal y trabajador, cuyos pies caminaron las sendas que hoy se revisten de asfalto; allá don Manuel Hernández Pasión, abogado y hablante del náhuatl, quien fue no sólo presidente municipal sino, incluso, uno de los grandes educadores del pueblo que, a través de su labio, tuvo la gracia de enardecer a todos sus semejantes y aquí, Berenice Bonilla, nuestra eterna Bere, joven que entregó su vida al arte y que, sin duda, sigue siendo un ejemplo de cómo los jóvenes pueden transformarse en un entorno seguro que procure todas sus potencialidades.
Sí, Huitzilan es tierra fértil de hombres valientes, que danzan al llanto del violín y que celebran cada mañana en la neblina el mañana distinto que les trajo su organización.
Hoy, Huitzilan se viste de color y alegría celebrando XL años de servir al pueblo y sus reivindicaciones no sólo siguen en aumento, sino que son ahora inspiración para los pueblos vecinos que buscan que, como ellos, un amanecer distinto.
Así canta el colibrí las letras de sus hermanos; aquí el olor del café matinal despierta a todos por igual y el arado, que desde temprano trabaja, está libre de grilletes y sogas que explotan el cuerpo y corazón. Huitzilan existe, canta y ríe como un solo hombre, por lo que ha construido y por lo que falta por hacer.
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