La pandemia exhibió las desigualdades en nuestro país. Investigadores internacionales y nacionales señalan: la tasa de mortalidad de los pacientes hospitalizados con covid-19 en el IMSS fue de alrededor del 55% y en los hospitales privados más o menos el 20%. La diferencia en los fallecimientos de pacientes se explica por factores como infraestructuras viejas, altos volúmenes de pacientes, falta de personal, insuficiente número de camas o ventiladores, escasez de medicamentos, capacidad inadecuada y criterios restrictivos de hospitalización. Los trabajadores de la salud de la primera línea se enfrentan a una crisis sanitaria extrema en condiciones muy desfavorables.
De igual forma la crisis sanitaria ha dejado al descubierto quienes están detrás de la estrategia del gobierno de la Cuarta Transformación que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador de ocultar a rajatabla la verdad de que vamos muy bien en el manejo de la pandemia y la economía, que no es una equivocación o un síntoma de desequilibrio mental, sino una muy bien calculada política, cuyo costo ha dejado casi 2.3 millones de casos de coronavirus y más de 210,000 muertes en México, la tercera cifra más alta del mundo.
El ejemplo más visible es el magnate Ricardo Salinas Pliego, el tercer mexicano más rico, quien rechaza que la desigualdad sea el principal problema de la sociedad y defendió su visión de “no tener miedo” ante la pandemia de la Covid-19. Estas declaraciones las dio, luego de revelarse la lista de Forbes que lo sitúa como el tercero más rico de México con una fortuna estimada de 12,520 millones de dólares en 2021, solo por detrás de Carlos Slim, de América Móvil, y Germán Larrea, del Grupo México.
Mientras la riqueza de Salinas Pliego creció 7% en 2020, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social calculó un aumento de hasta 9.8 millones de mexicanos con un ingreso inferior a la Línea de Pobreza por Ingresos para un total de 70.9 millones, el 56.7% de la población. El fundador del Grupo Salinas y Asesor Empresarial del presidente Andrés Manuel López Obrador, consideró que la desigualdad “es una condición natural de la vida y del ser humano”.
Pero no nos engañemos, la concentración brutal de la riqueza como su agudización a los niveles realmente alarmantes de la pobreza que vemos hoy, son ambas, hijas naturales del neoliberalismo, solo empujadas un poco por el SARS-Cov-2. Los defensores de la teoría neoliberal formularon su principio básico: la única obligación de la empresa privada, su único deber con la sociedad, es enriquecerse tanto como pueda y a la mayor velocidad posible. La riqueza así acumulada permitirá mayores inversiones, más empleos, mejores salarios y el bienestar generalizado de la población, pero a estas alturas sabemos que la empresa privada, ayudada por los Gobiernos, ha cumplido con creces la primera parte de la sentencia, pues se ha enriquecido sin freno y sin medida; pero de la segunda parte, no quiere ni siquiera oír hablar. He aquí la verdadera causa de la actual concentración de la riqueza en manos de unos cuantos y el incontenible crecimiento de la desigualdad y la pobreza.
Es cierto que la pandemia ahondó la desigualdad e incrementó la pobreza un tanto, pero no las generó. Ya existían antes. Agravó el problema al grado de que, según muchos analistas, estamos retrocediendo varios años en materia de desarrollo humano y social, pero esto es cierto solo para los pobres y débiles de siempre; los verdaderamente ricos, los dueños de fortunas inmensas no perdieron ni perderán nada; incrementaron su riqueza que es hoy mayor que al inicio de la peste. Éste es el fruto del neoliberalismo en acción. El caso de México es particularmente instructivo porque el presidente López Obrador ya abolió por decreto el neoliberalismo, y cada vez que puede asegura que en su gobierno se acabaron los privilegios económicos para los ricos.
En días recientes, por diversos medios nos hemos dado cuenta de que hay una campaña mediática para convencer a la opinión pública, sobre todo a los trabajadores y a las clases medias, de que es urgente e indispensable una reforma fiscal de gran calado que refuerce las finanzas del Gobierno para atender las necesidades sociales. Sin embargo, el gobierno federal no deja claro a quién se propone afectar y a quién beneficiará la reforma fiscal que se proyecta. La duda es: ¿se atreverá la Cuarta Transformación a tocar finalmente las utilidades de los grandes capitales?
Sobran opiniones y comentarios que sugieren que se trata de gravar con IVA a medicinas y alimentos y cargar el presupuesto de los ayuntamientos municipales sobre la espalda de quienes pagan impuesto predial y las tarifas de los servicios públicos. ¿A caso pensarán los de Morena que todos los ciudadanos son latifundistas urbanos o dueños de palacios que abusan del agua y la luz pública? ¿Busca el Gobierno “salvar” a los pobres exprimiéndolos con una mano para devolverles con la otra solo una pequeña porción de lo previamente exprimido? Los mexicanos ya conocemos este tipo de “ayuda” y no considero que nadie esté dispuesto a aceptar tal reforma fiscal.
Tampoco podemos esperar nada nuevo de AMLO y su autoproclamada Cuarta Transformación. Es indudable que los morenistas y sus aliados no van a afectar a los grupos de mayores ingresos para mejorar el reparto de la renta nacional y disminuir la desigualdad y la pobreza. De tal manera que un estallido social es casi seguro e inevitable. Por lo que solo la fuerza organizada, crítica y demandante del pueblo puede forzar una reforma de esta naturaleza; solo ella puede obligar al Gobierno a procurar una mayor equidad social. No hay otro camino.
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