En los días que corren hemos sido testigos del aumento generalizado de precios a nivel mundial y particularmente en México, de esta suerte que en agosto de 2022 la inflación alcanzó el 8.62 por ciento, el mayor registro desde hace 20 años.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (Inegi), los productos como el tomate verde, la cebolla, el huevo, la papa, la carne de cerdo y la naranja son los que han subido más en el último mes. Es decir, que se trata de alimentos que son de suma importancia en la dieta de las familias mexicanas, a pesar de que no forman parte de la canasta básica. Adicionalmente, de acuerdo con el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA), alrededor de 19 productos de la canasta básica han aumentado.
Esta coyuntura, que amenaza con dejar a gran parte de la población mexicana por debajo de la línea de pobreza alimentaria –es decir, sin recursos para cubrir sus necesidades básicas de alimentación–, muestra la gran vulnerabilidad a la que está sometida México en materia de autosuficiencia alimentaria. Esto se evidencia en que nuestro país compra en el extranjero, es decir, importa, un porcentaje alto de alimentos básicos, los precios nacionales estarán sujetos a las fluctuaciones de los precios de ese país extranjero al que México le compró.
De acuerdo con datos recopilados por el GCMA, México importó maíz, frijol, arroz, trigo y otros productos básicos equivalentes a un 56 por ciento más de dólares que en 2021, mientras que el volumen de granos básicos y oleaginosas en 2021 fue de 38.7 millones de toneladas, cuando en 2020 fue de 35 millones. Esto significa que las importaciones subieron 10 por ciento en términos de volumen y 56 por ciento en términos de valor.
Surge entonces la pregunta: ¿Por qué no producimos como país nuestros propios alimentos para no depender del extranjero? México no siempre fue un país dependiente en materia alimentaria, en las décadas de los 50 y 60 la producción de granos básicos no solo permitía satisfacer la demanda interna, sino que era fuente de divisas extranjeras, pero en los 70 el valor de la producción agropecuaria cayó a menos de la mitad, por lo que su lugar como fuente de divisas lo tomó el petróleo y las remesas (dólares que envían los mexicanos inmigrantes en Estados Unidos a sus familias en México) y se creó un círculo vicioso que no termina de crecer: los mexicanos abandonan el campo porque ya no les da para vivir y buscan emigrar al extranjero, por eso la producción agropecuaria es cada vez menor en el país y por eso México es cada vez más dependiente de esas dos fuentes de divisas (remesas y petróleo).
A partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), algunas áreas de la producción nacional, y en especial el sector primario, se volcaron a producir para el extranjero, dejando de lado el mercado interno, que tuvo que abastecerse a través de importaciones. Sin embargo, y como complemento, la política pública de apoyo e impulso al campo han sido insuficientes o han derivado en fracasos (Plan Chontalpa), lo que se ha acentuado con la actual administración, que ha desmantelado la infraestructura y los apoyos del gobierno al campo mexicano.
A partir de 2018 se han eliminado 17 programas para el sector, tales como el Crédito Ganadero a la Palabra, Desarrollo Rural, Vinculación Productiva, Fomento a la Ganadería, Fomento a la Economía Social, Infraestructura Rural, AGROASEMEX y Financiera Nacional de Desarrollo, entre otros, por lo que, en los hechos, se ha dejado a los agricultores solos en la producción de alimentos. Como resultado de esto las importaciones por ejemplo de arroz y trigo panificable representan el 80 por ciento del consumo interno.
Las políticas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) distan mucho de haber cambiado de rumbo, más bien, por el contrario ha retrocedido aún más, su política de desarrollo rural se ha enfocado desde un punto de vista electorero y clientelar, y no pensando realmente en reactivar la producción agropecuaria, ni en buscar la tan traída y nombrada autosuficiencia alimentaria, que se ha convertido, de este modo, en un slogan hueco, de simple propaganda; basta con recordar que en 2020 desapareció la Subsecretaría de Agricultura, con el único fin de que sus funciones recayeran en otras subsecretarías y ahorrarse el egreso que esta representaba, es decir como parte supuestamente de la política de austeridad republicana, pero significó, de acuerdo con el presidente del Consejo Nacional Agropecuario (CNA) Bosco Vega, restar al país la capacidad de lograr la soberanía alimentaria. De este modo, su política de desarrollo social y de apoyo al campo no busca en realidad reactivar al campo, sino dar una imagen de cambio que en realidad es retroceso, y el uso electorero de los recursos, sin resolver el problema de fondo.
De igual forma, la política inflacionaria de AMLO busca paliar el aumento de precios con maneras artificiales de contención, como la cancelación de aranceles a los productos agropecuarios de importación, lo que en efecto ayuda a que el precio al importador y al consumidor crezca menos, pero acentúa nuestra dependencia de esas importaciones; por ello, entre enero y julio del 2022 la importación de productos agropecuarios aumentó 70.4 por ciento respecto del mismo periodo del 2020, antes de la llegada de la pandemia covid-19. Además de que la aplicación de esta medida va en detrimento del ingreso fiscal, por lo que golpea también, aunque de manera indirecta, a todos los mexicanos que están pagando con sus impuestos la protección a la imagen de AMLO, subsidio que se está volviendo imposible de sostener por mucho tiempo, por lo que es probable que el rebote golpee con mucha mayor fuerza al país, y sobre todo a los sectores más desprotegidos.
Esto es así porque ninguna de las medidas que está aplicando AMLO ha puesto atención al problema de fondo: la dependencia alimentaria de México con respecto al resto del mundo.
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