Se puede recorrer grandes brechas de Oaxaca al lado de doce magníficos relatos que plasma Gabriel Hernández García en Jaguar Tuerto, su tercer aporte a la literatura mexicana. Con precisión, Gabriel Hernández elige a sus personajes, los moldea y los agrega a las historias, produciendo un armonioso ritmo en las tramas, provocando el interés de conocer el fondo de cada uno de ello: Tumba, Cipriano calaverón, El sacristán o Tunaima Tuturunaima. El escritor resalta nuevamente el sentido jocoso y burlesco en alguno de sus cuentos, así como el retrato de una sociedad actual llena de abusos, injusticias y dolor, como si quisiera hacer una crítica o reflexión a través de su obra. En un escrito directo resalta su admiración por el general Charis y hace un homenaje a las tradiciones indígenas con “Hermano te pido perdón” y el “Jaguar Tuerto”. En esta obra Gabriel Hernández nos vuelve a recordar los matices de Oaxaca, el valor de su gente y el profundo cariño que le tiene a los pueblos indígenas.
El lector tiene en sus manos el tercer libro (quizá sería más exacto llamarlo de relatos breves) de Gabriel Hernández García, quien es, además de escritor, presidente del Comité Estatal del Movimiento Antorchista en el estado de Oaxaca; y este prólogo es el segundo que tengo la satisfacción de escribir para un libro del narrador mencionado.
En el prólogo anterior intenté poner de relieve, en primer término, las inmensas dificultades, los difíciles retos y problemas que tiene que vencer quien se proponga llevar a cabo una obra de creación literaria (y cualquier obra de creación en general), así como el tipo de talento que es necesario poseer y desplegar en una tarea semejante. Quise también destacar el mérito esencial del libro en su conjunto y que a mi juicio consistía, y consiste, en el profundo cariño y la completa identificación del autor con el auténtico pueblo de Oaxaca, cosas ambas de donde extrajo, a partes iguales, la prudencia y el agudo sentido de observación y de comprensión que le permitieron coleccionar hechos, relatos y anécdotas que refleja la cultura, la sensibilidad, la filosofía (espontánea, pero por funda) y los sufrimientos, carencias e injusticias que padece ese mismo pueblo; proceder en seguida a tamizar el material en bruto y, finalmente, poner manos a la tarea de artizar el material seleccionado de artizar de tal que, sin distorsionar ni oscurecer un punto la verdad esencial de los relatos, el producto final no fuese, a pasar de ello, ni un panfleto político ni una copia burda de la realidad que quieren reflejar, sino una obra de creación artística, llena de contenido social pero también de belleza, de atractivos estéticos capaces de mover y conmover la sensibilidad de lector. Concluía reconociendo el mérito de Gabriel al haber en contratado el lenguaje, el estilo y la forma literaria que mejor se adapta a la naturaleza de sus temas, al entorno social y natural en que se desenvuelven y al tipo de público al que su trabajo va tácitamente dirigido. El autor logra con ello, a mi juicio, que forma y contenido se correspondan y complemente recíprocamente, elevando así la eficacia penetrante de los relatos.
La lectura de esta tercera obra me ha convencido de que el autor ha hecho proceso significativos desde que escribí el prólogo anterior, es decir, que este su tercer libro no está inscrito en un movimiento circular y no es, como pudiera pensarse, una simple repetición mecánica de lo ya hecho y alcanzado: no hay en él una actitud repetitiva, machacona y empañada en transitar por los mismos asuntos y con los mismos enfoques ya ensayados en sus dos obras anteriores. ¿En que reside la novedad, la frescura y el progreso de una tercera serie de relatos breves? Reside precisamente, según creo como en la naturaleza de los asuntos escogidos y en el enfoque, en el mundo más rico, más completo y complejo, de abordarlos. En efecto, en este nuevo libro, Gabriel Hernández ya no se limita al tratar de reflejar con fidelidad y eficacia las costumbres, creencias, problemas y sufrimientos de los campesinos como de los indígenas y de los pueblos pobres y marginados de Oaxaca. Sin deslindarse ni desligarse de ese entorno, de ese ambiente vital que a él mismo lo rodea y envuelven por todos lados, lo cual no sería posible ni artísticamente honesto, en esta obra alza la mira, levanta la vista de lo inmediato (lo que no quiere decir pasajero ni trivial) para intentar ver un poco más lejos y más hondo y plantear problemas de carácter general como universal y de mayor trascendencia (mediante ésta por la gravedad de sus consecuencias y por la calidad cantidad de seres humanos afectados) con el propósito de inducir en sus lectores reflexiones más hondas (o más altas, que es lo mismo) y soluciones más complejas pero más decisivas. Es obvio que en tal enfoque no excluye, ni puede excluir, los asuntos de diversa índole de los marginados y olvidados de Oaxaca, tal como se hizo en las dos obras anteriores, por la sencilla razón de que, mutatis mutandi, también ellos forman parte de la comunidad humana.
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Una última palabra sobre estilo y técnica narrativa del libro. Creo que hay avances en la riqueza y variedad de lenguaje, más soltura y maestría en la elección del vocablo preciso en cada escena, descripción o retratos de protagonista, que dan como resultado un mayor acierto para conferir plasticidad, accesibilidad y comprensión a los sentimientos, emociones e ideas fisiológicas y políticas del autor. En cuanto a la técnica narrativa, es decir, en cuanto al uso de los recursos narrativos tales como dosificar cuidadosamente en los avances de la anécdota, o posponer, tanto como sea necesario y conveniente la elucidación completa de cada hecho o incidente medular del relato para despertar y mantener el interés y la curiosidad del lector desde el principio hasta el final de cada relato y de todo en conjunto: diseñar de antemano el edificio completo de la narración a modo de aumentar el impacto de cada una de sus partes y de la totalidad del conjunto, también descubro, aunque pocas, algunas innovaciones. No obstante, me atrevo a decir, con todo respeto para el autor y su obra, pero también por la verdad, que en ambos terrenos queda un buen tramo que recorrer. Es aquí, quizá, donde se vaya reconcentrando más y más el reto y la problemática que Gabriel Hernández tiene que vencer y dominar hasta llegar a ser un narrador diestro y maduro. Pero es aquí también donde los progresos son más fáciles de alcanzar, o, por lo menos, donde dichos progresos están al alcance de quien se proponga en serio adquirirlos. Sensibilidad, percepción, observación, criterio e inteligencia para la elección y sección de asuntos e instinto injusto para rearmar las partes de un relato, son cosas muy difíciles de aprender cuando no se nace con ellas; caudal léxico, sintaxis correcta y pulida técnica narrativa son, en cambio, algo que, por su propia naturaleza, solo se adquieren en grado de perfección mediante el estudio y el aprendizaje y a través de la práctica tesonera y constante del hermoso arte de crear con la palabra humana como herramienta de trabajo, Gabriel posee ya, creo que en grado suficiente, las cualidades innatas del narrador, lo que aún le falta es cuestión de estudio tesonero, esfuerzo sostenido y capacidad de trabajo, recursos que también posee. Y de sobra.
Aquiles Córdova Morán