MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La crisis histórica del Partido Comunista Mexicano

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La década de 1950 fue testigo del desmoronamiento de la unidad interna del Partido Comunista Mexicano, sostenida tan sólo por la burocratización y el oportunismo internos. Pero después de la muerte de Stalin, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y la invasión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a Checoslovaquia, José Revueltas, como despertando al mundo de un periodo de letargo, escribiría: “hubo esos largos años durante los cuales la crítica estuvo perseguida y la autocrítica groseramente deformada, por desgracia no sólo en México. Años en que los comunistas del mundo entero hubimos de aceptar las transgresiones más burdas del marxismo-leninismo.” Pero la crítica estaba en marcha y nada podía detenerla.

El Partido Comunista Mexicano (PCM), disminuido a su mínima expresión, tenía deficiencias internas importantes: la dirigencia y la militancia se había burocratizado, su influencia en los sindicatos, en las universidades, en el magisterio y en las organizaciones campesinas era marginal y, además, se había defenestrado el estudio teórico del marxismo, como sentenciaba Revueltas: “hemos caído tan bajo en el nivel ideológico que el uso del lenguaje marxista se mira hasta como sospechoso, quién sabe qué cosas de intelectuales”. La abjuración de la teoría revolucionaria era sintomatología de una problemática más profunda 

Pero todos estos tropiezos circunstanciales, y de hecho naturales en toda formación política, no constituían un peligro mayúsculo ni el error fundamental que lastraba al PCM y que lo condenaba, de hecho, a su inexistencia histórica. La crítica auténtica, real, racional que el PCM no quería y no podía afrontar era la dinámica en la que funcionaba, la simulación en que se había instalado que negaba cotidianamente los principios sobre los cuáles supuestamente se fundó. José Revueltas, de nuevo, sentenciaba: “se es un partido comunista cuando se merece serlo, cuando se ha demostrado el derecho a serlo, cuando se ha conquistado a pulso y en plena lucha el derecho a serlo”, lo que parecía advertir: no se nace siendo partido, se llega a serlo.

Para Revueltas el PCM era una formación política que había usurpado unas siglas que no representaba. Los dos errores fundamentales del PCM que impedían su existencia real eran, en primer lugar, el autoritarismo y en segundo el dogmatismo. Estos dos conceptos, que en nuestros días han perdido su significado y son usados como venablo para atacar cualquier opinión política distinta a la personal, en la pluma de Revueltas adquirían un significado concreto y, por tanto, verdadero.

El autoritarismo, según Revueltas, derivaba en el culto a la personalidad, en la divinización de los dirigentes y en la abolición de los métodos de discusión colectiva. Cuando la opinión de los dirigentes se imponía como una condena sobre las bases, sin una discusión colectiva previa, interpretando la palabra del caudillo como las tablas de Moisés o como el huehuetlaltolli, se clausuraba la vía de conocimiento colectivo y se sustituía la línea del partido por la opinión del líder.

Para sostener el funcionamiento de esa dinámica organizativa, como otra maldición bíblica para el comunismo, se echaba mano del dogmatismo. Para José Revueltas el dogma dentro del PCM operaba de la misma manera que en la religión: como afirmaciones que no podían comprobarse en la práctica, una verdad no comprobable, un autoengaño aceptado silenciosamente para eludir la responsabilidad de comprobar esa afirmación en el devenir concreto de los acontecimientos. 

El dogmatismo instalado en la cúpula del PCM no era un dogmatismo “vago, inasible, flotante”; era un dogmatismo sólido, concreto, que se manifestaba en la idea irreal de considerar y encumbrar al PCM como vanguardia de la clase obrera, al considerar que esa calidad de vanguardia se lograba por unción o por insuflación divina y no por medio de la construcción práctica e ideológica de la vanguardia. La tarea inicial de una organización de vanguardia que quisiera representar a la clase obrera y convertirse en un partido comunista auténtico era construir una alternativa real que guiara al proletariado en medio de la lucha de clases, cosa que el PCM había olvidado mucho tiempo atrás.

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