En los anales de la historia de los movimientos comunistas pocas veces se habla de la experiencia japonesa de principios del siglo XX. Posiblemente, la diferencia cultural haya jugado un papel muy importante en este olvido; posiblemente, la dura represión y censura al comunismo en ese país dificultó una difusión más amplia, así como un acercamiento más profundo a esta experiencia. Sin embargo, la presencia de nuevos teóricos marxistas nipones (KoheiSaito o Kojin Karatani), incluso en un contexto en el que el Partido Comunista de Japón no es determinante en el rumbo político de su país, nos invitan a voltear la mirada a ese lado del mundo para conocer la experiencia que tiene que ofrecer.
A finales del siglo XIX y principios del XX, Japón era un país con un gobierno monárquico y colonial. La experiencia revolucionaria del mundo después de 1917 fortaleció a los colectivos anti-colonialistas que ya existían en Japón, pero también ofreció una nueva perspectiva a los revolucionarios: el marxismo. Sin hacer el despliegue de una potente teoría marxista, los primeros revolucionarios marxistas de Japón se interesaron más bien por la difusión de esta a través de relatos, cuentos, ensayos literarios y novelas breves. La inspiración la tomaron de la vida cotidiana de los trabajadores del campo y la ciudad. Su lenguaje, aunque sencillo, se veía constantemente entorpecido por la censura estatal, que eliminaba grandes fragmentos o que obligaba a los escritorios a suprimir ellos mismos las palabras adecuadas. El posterior rescate de esta literatura ha logrado reconstruir varios fragmentos perdidos, pero todavía hay muchas páginas en blanco.
Los revolucionarios japoneses que difundieron el marxismo de este modo fueron parte del movimiento llamado “Literatura proletaria”, en clara referencia a la postura de clase que en sus escritos tomaban y señalando también desde el principio el formato de escritura a que se abocaron. Los principales medios de difusión que utilizaron fueron revistas autofinanciadas, entre las que destaca “El sembrador” (1921) y “Bandera de batalla” (1928). También se afiliaron en colectivos como la Federación de Arte y Trabajo (1927), la Federación Nacional de Arte Proletario (1928) o la Federación Japonesa de Arte Proletario (1929). Estos colectivos estaban conformados, en su mayoría, por estudiantes y artistas interesados en el movimiento comunista y acompañaban su labor creadora con la militancia política, que muchas ocasiones los llevó a vivir en carne propia la tortura y persecución de la policía secreta.
Así dan cuenta varios relatos de Kobayashi Takiji, uno de los principales exponentes de la literatura proletaria. Kobayashi vivió tan solo 30 años, de 1903 a 1933, dejando tras de sí una vasta colección de relatos breves. Sus relatos están atravesados por las contradicciones entre un trabajador acomodado de un banco y un militante revolucionario que adquiere consciencia de la necesidad de transformar radicalmente su sociedad; por la mirada de un hijo, hermano y compañero, que observa la opresión femenina y el doble esfuerzo que las mujeres explotadas deben realizar por sí mismas y sus familias; por el sufrimiento de un militante sometido a recurrente tortura, y que hace de ella su eslabón más firme para su odio de clase.
Ciertamente los escritos de Kobayashi, y de la literatura proletaria, no tienen la profundidad de un tratado filosófico, pero logran sintetizar la experiencia de los movimientos comunistas japoneses de principios del XX y los sufrimientos de su pueblo.
Con autorización del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales
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