MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

POESÍAS

Poesía

La parábola del sembrador

Gregorio De Gante
Declama: Diego Carrasco Sáenz

Y bajarás al llano

desde la excelsitud de la montaña;

y al verte descender, llenas de angustia

te gritarán las águilas:

¡Inmortal, no prosigas tu camino,

vuelve a nuestras nidadas,

porque el fango que cubre la llanura

salpicará tus alas!

Y los riscos nevados:

¡No prosigas tu marcha,

nosotros besaremos cuando huelle

nuestra nieve, tus plantas,

y en el bajo las cubrirán de espinas

los odios emboscados de la zarza!

Y los robles que trepan por la altura:

¡Detente, en la llanada

el día es un día de maldición de fuego,

la noche una asesina de esperanzas,

el ambiente una asfixia de maldades,

el cielo una inclemencia desbordada,

el tiempo una vorágine, y las tierras

una miseria insólita de savias!

Y escucharás sereno,

y seguirás tu marcha.

Y solo el manantial que en tu camino

te dará el refrigerio de sus aguas,

alegre y bullicioso

parecerá decirte: ¡baja, baja:

daremos al oprobio de los valles

yo, mis ondinas claras,

mis purezas, mis linfas, mis frescores;

y tú inmortal, tus ansias

de perfección, visiones de futuro,

vislumbres del mañana;

y así los hombres beberán mis ondas

y gustarán la miel de tu palabra;

yo calmaré las sedes de los cuerpos,

tú calmarás las sedes de las almas!.

Y escucharás sereno,

y seguirás tu marcha.

Y llegarás al llano

henchidas tus alforjas de pujanza,

ensueños, ilusiones,

altos ideales y ficciones altas.

Y pasarás ecuánime,

con las manos preñadas

de granos, que a los vientos

arrojarás, sin que hurgue tu mirada,

si cayó en el camino,

entre las peñas que a mirarte se alzan

en las fertilidades de la tierra

o en las ingratitudes de la zarza.

En verdad, en verdad te digo, que antes

de que llenen de asombro a tus miradas

la prodigilidad de las cosechas,

veras como te infaman

la injuria de los zafios en las piedras,

las rosas de tu sangre entre las zarzas,

los lirios de tu carne en las espinas,

la angustia del futuro en la alborada,

la sierpe de la envidia entre la sombra

y el odio a tus alturas por los masas.

Y santificarás así el camino

con la huella sangrante de tus plantas:

y a todos miraras serenamente,

y seguirás tu marcha.

Perseguirán tus pasos

muchedumbres ignaras

y sobre su millón de corazones

y su millón de almas

arrojarás, como sobre las rocas

y las tierras ingratas,

la semilla fructuosa de la idea

que florece en la mies de tu palabra.

Y gritarán los menos

llenos de estupefacta

admiración: ¡cerrad vuestros graneros

y guardad vuestras casas,

que hay un ladrón de simiente en los caminos!

¿Dónde puede llevar semilla tanta?

Y escucharás sereno

y seguirás tu marcha,

derrochando el portento de tus manos

por sobre de las tierras y las almas.

Y te alzarás en la tiniebla

ignota de la nada,

ante el millón de voces que te entrañan

y ante la impavidez de tu montaña

donde los robles trepan implorando

al cielo con sus ramas,

donde los hielos inhollados sueñan

las santificaciones de tu planta,

y adonde, por seguir tus ígneos rastros,

los cóndores desatan

-estrepitosamente-

los negros huracanes de sus alas.