En estos últimos días he tenido la oportunidad de platicar con gente del campo y de la ciudad que vive al día, ya que su salario no es suficiente para costear todos los gastos de sus viviendas, situación que cada día se agrava más por el alto costo de la canasta básica, y esto no les permite realizar gastos adicionales, aún siendo estos importantes y necesarios. Su pena eterna consiste en esclavizarse aún más al acreedor, o apretarse más el de por sí apretado cinturón.
“Estoy preocupado”, me dijo un día don Francisco, luego que refirió que le llegó una carta de la escuela primaria donde estudia su hija; le dicen ahí a los padres de familia que sus hijos ya pueden volver a clases presenciales. Me dijo que esto le pareció bien; pero, su preocupación llegó cuando le dijeron que, “siempre y cuando, como padre de familia firme una carta compromiso para que su hija pueda asistir a la escuela, en su caso, a la primaria”.
“Cuando leí la carta –dijo– “fui a platicar con la directora del plantel escolar y le dije: no estoy de acuerdo con firmar dicho documento, pues me hace responsable de lo que pueda sucederle a mi niña con su salud; además, eso de tener que asistir a la escuela para vigilar mi estudiante a cuidar la sana distancia, lavarle las manos las veces que sea necesario, aplicarle gel antibacterial y cuidar el uso permanente del cubrebocas, no es posible. ¿A qué horas voy a ir a trabajar?”
Y tiene razón don Francisco. Pero además, se sabe que el gobierno sólo entregará un litro de gel, un litro de alcohol y un litro de cloro a las escuelas; y, agotándose está dotación de insumos, los padres de familia deberán comprarlos para continuar con los protocolos de seguridad y salud. ¿Y con qué dinero?
Esta situación me preocupa y mucho, ya que, este gobierno de la 4T, que prometió apoyar a los pobres, no está creando las condiciones mínimas para el regreso a clases de los miles de estudiantes que urge que vuelvan a las aulas, y está dejando en manos de la sociedad y de los padres de familia, los gastos adicionales necesarios; es decir, a la de por sí golpeada economía familiar que sufrimos los más humildes de siempre.
Es por esto que me parece muy bien, y me uno sin reservas, a la lucha de los estudiantes de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR), en su exigencia, para que se vacunen a todos los estudiantes antes del regreso a clases presenciales, y se garantice las medidas necesarios para evitar los contagios de la covid-19.
Y no es para menos la preocupación de la gente que más se expone al contagio, pues, antes de la campaña electoral pasada, teníamos ya 220 mil decesos, y hoy, ya casi alcanzamos los 230 mil muertos por todo el país. Por otro lado, la vacunación del pueblo mexicano sigue lenta; mucho menos del 30% de la población total tiene la dosis completa.
La falta de atención oficial a la salud, es desesperante para el convalecientes que sufre los estragos de la enfermedad, pero también para la familia, que busca “por mar y tierra” la cura del mal que se sufre; las farmacias de los Centros de Salud están vacías, en todas ellas las respuestas es la misma: “tenemos tiempo sin surtir ese medicamento, aquí no hay, vete a la clínica”; y allá se escucha la misma canción.
Hace tres años, 30 millones de mexicanos confiaron en la palabra empeñada por el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Vieron en él la esperanza de abatir las miserias en que se encontraban, entre ellas, el servicio de la salud tan deteriorada que se padecía. ¿Cuánto ha mejorado la salud de los mexicanos? En nada. No se está invirtiendo en la salud pública, las farmacias están sin medicamento, los Centros de Salud sin personal médico, sin servicio de laboratorio; hay abandono.
Vemos y sufrimos en carne propia las políticas publicas del neoliberalismo. ¿Quién en su sano juicio creerá, que esta es lo política que velará por los intereses de la gran masa de trabajadores?
Pasada la contienda electoral, los que sólo cuentan con su fuerza de trabajo para vivir, continuarán recorriendo el tortuoso camino de siempre. Seguirán tocando puertas para hacer escuchar su voz plagado de necesidades; como la vivienda digna, donde cuente con agua potable para el aseo diario y evitar enfermedades; electrificación y alumbrado público, que ayuda a mantener la seguridad de la población; centros deportivos, para que los jóvenes tenga espacios donde practicar el deporte de su preferencia; parques y jardines que sirvan para el sano esparcimiento, etcétera.
Nosotros, los pobres, sólo nos queda la oportunidad de mejorar nuestras condiciones de vida luchando y organizando; manifestando públicamente nuestras necesidades para ser escuchados por las autoridades correspondientes. Tenemos derecho a una vida digna; pero, aunque las leyes mexicanas lo garantizan, nadie nos lo va a dar por su voluntad; tenemos que conquistar este derecho exigiendo el puntual cumplimiento de la ley, porque es nuestro derecho de vivir mejor. Morena lo prometió hace tres años y volvió a refrendar sus promesas en esta campaña electoral. De nosotros depende que cumplan. Pero sólo organizados ganaremos nuestro derecho a tener una mejor salud para todos.
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