MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Violencia en México: entre promesas incumplidas y realidades sangrientas

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Desde hace décadas, México ha sido escenario de una crisis de seguridad que parece no tener fin. La violencia, como una sombra persistente, sigue presente en el día a día de millones de mexicanos, ya sea a través de las noticias, las redes sociales o las calles de nuestras ciudades; los actos de brutalidad y criminalidad continúan acechando a la población. Gobiernos van y vienen, prometiendo soluciones definitivas, pero la situación solo parece agravarse. La "Cuarta Transformación" (4T) no ha sido la excepción, con su estrategia de "abrazos, no balazos", que hasta ahora no ha logrado frenar el constante derramamiento de sangre.

El discurso oficial del gobierno actual sigue prometiendo una transformación estructural del país, una solución de fondo a los problemas que han permitido que la violencia se mantenga en niveles alarmantes. Sin embargo, la percepción en las calles es diferente. A pesar de las promesas de cambio, la realidad es que la violencia persiste, y en algunas zonas del país, se ha intensificado. Las estrategias tan criticadas de gobiernos anteriores no han desaparecido por completo, más bien, parecen haber sido recicladas bajo nuevas etiquetas.

Uno de los episodios más recientes que ha sacudido a la opinión pública ocurrió en los primeros días del nuevo sexenio, cuando el ejército mexicano, en un trágico error, abrió fuego contra un grupo de migrantes en Chiapas, dejando un saldo de muertos y heridos. Según los reportes, los soldados confundieron a los migrantes con presuntos criminales, resultando en la muerte de al menos seis personas. Este hecho ha encendido nuevamente el debate sobre el uso de la fuerza por parte de las instituciones militares y la falta de una estrategia clara y efectiva para combatir la violencia en el país sin afectar a los inocentes.

A pesar de que la violencia en México no es un fenómeno reciente, el nivel de descomposición social e institucional que la acompaña parece haber alcanzado un punto crítico. Las causas son profundas y complejas: una pobreza endémica que afecta a grandes sectores de la población, una institucionalidad débil que ha sido incapaz de proveer seguridad y justicia, y la cercanía con Estados Unidos, cuyo consumo masivo de drogas y tráfico de armas ha contribuido a nutrir el narcotráfico y los conflictos armados en territorio mexicano. Estos problemas no surgieron de la noche a la mañana, pero la incapacidad del actual gobierno para abordarlos de manera eficiente es más que evidente.

La estrategia de la 4T, basada en priorizar los "abrazos" sobre los "balazos", se ha convertido en un lema simbólico, pero también en uno de sus mayores fracasos. Si bien es comprensible que cualquier gobierno busque evitar un mayor derramamiento de sangre y promover la paz, en la práctica, esta estrategia ha sido incapaz de detener la expansión del crimen organizado y la escalada de violencia que azota al país. Los abrazos no han llegado a quienes más los necesitan, y los balazos, aunque en menor cantidad según las cifras oficiales, no han desaparecido. Lo que sí permanece es el miedo en las comunidades que siguen enfrentando el terror diario de los grupos delictivos.

Un aspecto que agrava aún más la situación es la negativa del gobierno a aceptar errores y ajustar su rumbo. En lugar de revisar y corregir las estrategias fallidas, se ha insistido en mantener una línea de acción que no está generando los resultados esperados. Mientras tanto, miles de mexicanos continúan perdiendo la vida, y las familias siguen sufriendo las consecuencias de un estado que no puede garantizar su seguridad.

La historia nos ha demostrado que las soluciones rápidas y simplistas no funcionan. El problema de la violencia en México es multifacético y requiere de un enfoque integral. No se trata únicamente de enviar más soldados a las calles o de buscar acuerdos temporales con los grupos delictivos. La verdadera solución pasa por atacar las raíces estructurales que alimentan la violencia: la pobreza, la falta de oportunidades y la corrupción institucional.

 La estrategia de la 4T, basada en priorizar los "abrazos" sobre los "balazos", se ha convertido en un lema simbólico, pero también en uno de sus mayores fracasos

Para lograr una transformación real, es indispensable que el Estado asuma su responsabilidad en la creación de un entorno en el que los ciudadanos no tengan que elegir entre la delincuencia y la supervivencia. Esto implica no solo garantizar la seguridad física de las personas, sino también ofrecerles un futuro digno. La falta de empleos bien remunerados, la precariedad de los servicios públicos y la desigualdad social son factores que contribuyen al ciclo de violencia. Sin una estrategia clara para resolver estos problemas, es difícil imaginar que México logre la paz que tanto anhela.

El fracaso de la 4T en materia de seguridad debe ser un llamado de atención, no solo para el gobierno actual, sino para la sociedad en su conjunto. Es hora de dejar de lado las soluciones superficiales y los discursos vacíos. México necesita un proyecto de nación que ponga en el centro a su gente, que combata las causas de la violencia de manera decidida y que, finalmente, garantice paz y justicia para todos.

El camino hacia la paz no será fácil ni rápido, pero es posible. Para ello, es crucial que el Estado abandone la complacencia y el autoengaño, y comience a enfrentar de manera seria y efectiva los desafíos que la violencia impone. Solo así podremos romper el ciclo de violencia que ha marcado a nuestro país y construir un México más justo y seguro para las futuras generaciones.

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