MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Las culpas y las disculpas

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En la reservación india que se encuentra a un costado del río Gila, un afluente del río Colorado, cerca de Phoenix, Arizona, donde habitan los descendientes de las comunidades pima y maricopa, se presentó el viernes 25 de octubre, a diez días de las elecciones para la presidencia de Estados Unidos, el actual presidente Joseph Robinette Biden Jr., activo promotor de Kamala Harris, candidata del Partido Demócrata, a pedir perdón a los indios de esa y otras regiones del país por los años de abusos e injusticias que han padecido durante cientos de años.

Joseph Biden no tuvo inconveniente en calificar el supuesto sistema educativo impuesto por el Gobierno como “uno de los capítulos más horribles de la historia estadounidense” y reconoció las décadas de abuso infligido a niños indios.

¿Qué ganan descendientes de pueblos exterminados y abundantes víctimas actuales de masacres y genocidio con teatrales actos de contrición, si se les sigue explotando y manteniendo en la enfermedad y la ignorancia?

Se refirió específicamente a las atrocidades cometidas por el secuestro de miles de niños nativos americanos que fueron internados por el Gobierno durante más de 150 años en los que se crearon más de 400 escuelas, a menudo dirigidas por la Iglesia, en los 37 estados o territorios que tenía entonces Estados Unidos.

A los menores les cambiaban el nombre, les cortaban el pelo (usarlo largo era una costumbre ancestral de sus tribus), les impedían hablar su idioma y practicar su religión y los sometían a severas y crueles medidas disciplinarias. 

A muchos de los que no lograron sobrevivir los enterraron cerca de los internados y lejos de sus pueblos y se calcula que en esas instituciones murieron 937 niños.

Remató el presidente: “sé que ninguna disculpa puede o podrá compensar lo que se perdió durante la más oscura política de internados federales”, pero, “hoy finalmente, avanzamos hacia la luz”.

En esta misma tónica, el mismo día, muy lejos de ahí, en Apia, la capital de Samoa, en la isla de Upolu, en Oceanía, el rey Carlos III de Inglaterra llegó hasta a reconocer “aspectos dolorosos” del pasado que siguen resonando en las relaciones entre el Reino Unido y el resto de los países que son miembros de la Comunidad Británica de Naciones, en una alusión que algunos despachos de prensa consideraron “velada”, al pasado de esclavitud y de colonización por parte de Inglaterra. Dijo el señor en su discurso de apertura de la cumbre de líderes de la Commonwealth: 

“Ninguno de nosotros puede cambiar el pasado, pero podemos comprometernos de todo corazón a aprender sus lecciones y a encontrar formas creativas de corregir las desigualdades que perduran”.

“Ambos leemos la Biblia por la noche y la mañana, mas tú lees lo que dice y yo leo lo que calla”, escribió el pintor y poeta William Blake. Con todo lo terrible, inenarrable que haya sido y siga siendo el trato a los niños indios de Estados Unidos, no debe ocultarse que, no solamente los abusos, sino las matanzas de los originarios habitantes de ese inmenso territorio, fueron y siguen siendo mucho más grandes y atroces. 

Howard Zinn, en su libro La otra historia de los Estados Unidos, ahora casi prohibido allá, escribió:

“Y así, la ‘mudanza de los indios’, como amablemente la han llamado, despejó el territorio entre los montes Apalaches y el Mississippi para que fuera ocupado por los blancos. Se despejó para sembrar algodón en el sur y grano en el norte, para la expansión, la inmigración, los canales, los ferrocarriles, las nuevas ciudades y para la construcción de un inmenso imperio continental que se extendería hasta el océano Pacífico. El coste en vidas humanas no puede calcularse con exactitud, y en sufrimientos, ni siquiera de forma aproximada”.

En consecuencia, siguiendo la enseñanza de William Blake, si no solamente nos fijamos en lo que dice Joseph Biden, sino indagamos lo que calla, lo que esconde, caeremos en la cuenta de que no estamos más que ante un recurso demagógico y manipulador, una treta ideológica.

Hay llagas espantosas todavía en la tierra de los indios norteamericanos que no permiten a ninguna persona racional aceptar que “avanzamos hacia la luz”. Veamos.

“Cómo es posible que un pueblo de 12 habitantes venda 11 mil cervezas al día”, tituló el 18 de enero de 2018, el diario El País. ¿Cómo, en efecto? 

Pues se trata de Whiteclay, Nebraska, algo mucho menos que un caserío en donde, según el censo de 2010, habitaban sólo diez personas, pero que según se informa, vendía 11 mil cervezas cada día.

Ello se explica porque está tres kilómetros al sur de Pine Ridge, una reservación de los indios sioux oglala, una de las más grandes de Estados Unidos, ubicada en el estado de Dakota del Sur, justo al otro lado de la línea que divide a los dos estados de la Unión y en la que está prohibida la posesión y la venta de alcohol, por lo que los habitantes indios, gravemente hundidos en el alcoholismo, cruzan la línea hacia el sur, compran y beben cerveza en grandes cantidades y, no pocas veces, se quedan tirados afuera de los rústicos almacenes que la expenden legalmente. 

Consecuencias escalofriantes: dos tercios de los adultos padecen alcoholismo, uno de cada cuatro niños nace con síndrome alcohólico fetal, la esperanza de vida es de 66.8 años y la tasa de suicidios, alimentada por la pobreza y la adicción (la tasa de desempleo ronda el 80 %), es cuatro veces superior a la media nacional.

En cuanto a los “aspectos dolorosos” a los que se refiere el rey de Inglaterra desde una remota isla a poco más de 3 mil 600 kilómetros de Australia, además de que se trata de una expresión más rebajada que la de Joseph Biden, cabe decir que Inglaterra (y Estados Unidos) han sido las dos metrópolis que más han esclavizado al mundo.

Precisamente por eso, la estudiada declaración de Carlos III no se hizo, por ejemplo, en Calcuta, ya que en la India, durante los años de la dominación británica, se calcula que murieron en exceso a la tasa normal para aquel tiempo y lugar, 100 millones de habitantes (Al Jazeera, 2 de diciembre de 2022).

Ante el discurso de Samoa, que en la época más reciente fue escenario de un enfrentamiento entre el expansionismo alemán y el británico, no deben olvidarse nunca los abominables crímenes en buena parte del mundo.

Algunos de los países que ha tenido subyugados Inglaterra son, en África: Egipto, Sudán, Kenia, Somalia, Nigeria, Rhodesia y Sudáfrica; en Asia: además de la India, Pakistán, Birmania, Malaca, Borneo, Nueva Guinea y Singapur y, en Oceanía: Australia y Nueva Zelanda; sin olvidar en Europa a Irlanda y —todavía bajo control— a Irlanda del Norte, a Escocia y a Gales que forman el llamado Reino Unido.

Ya en 1902, mucho antes de la Primera y la Segunda Guerras mundiales, de Corea, de Vietnam, Afganistán, Irak, Libia, la Franja de Gaza y el Líbano, John A. Hobson, escribió en su libro Estudio del imperialismo:

“… no hay territorio, por remoto que sea, que pueda escapar a la invasión de las naciones ‘civilizadas’ representadas precisamente por sus miembros más osados y degradados, atraídos por el olor de los frutos fáciles y rápidos de la rapiña”.

Se necesita mucho cinismo, mucha prepotencia y no sé cuántas desviaciones más, para atreverse a encarar al mundo pidiendo perdón, cuando se deberían aportar cuantiosísimas reparaciones y pugnar decididamente por la construcción de un mundo justo y pacífico.

Nada de eso se está haciendo; se sigue pisando entre cadáveres de mujeres y niños; sigue el atraco de recursos y territorios.

¿Qué se ganan los descendientes de los pueblos exterminados y las abundantes víctimas actuales de masacres y genocidio con teatrales actos de contrición muy bien difundidos, si se les sigue explotando y manteniendo sumidos en enfermedades curables, en la ignorancia y hasta en las más peligrosas supersticiones. ¿Qué se ganan, si sus hijos son acometidos en la calle por la drogadicción, el alcoholismo, el sexo violento o prematuro y se les cerca con una cultura de desecho?

¿Qué se ganan los modestos trabajadores de nuestro país si el rey de España pide perdón por la explotación colonial? Nada. Ellos, absolutamente nada. Las élites explotadoras, sí.

Conquistan un aura de humanistas y sensibles que nunca han tenido, un refuerzo a su crueldad y dominación ¿Es eso lo que se pretende? Dejo la respuesta al amable y paciente lector.

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