Arruga del océano
es la ola; parece una protesta
por sobre la tersura de las aguas,
parece una violenta
ansia de rebelión, contra la cárcel
que al monstruo azul encierra.
Apenas a lo lejos se adivina
alzando al sol el filo de sus crestas,
ya se distinguen más, ya es amenaza
traslúcida y fugaz, ya está muy cerca,
ya llegó, ya llegó al acantilado…
Y ante el peñón que eleva
su altivez impasible
como un león sacude la melena
en irisada lluvia de diamantes
y, perdidas sus cóleras soberbias,
esclavo envilecido
o sumiso lebrel, sus plantas besa.
Es luego una montaña de cristales,
un diáfano peligro que se acerca:
desesperadamente
se arroja a las aristas de la peña,
y la viste de encajes opalinos
al ciñe collar de ricas perlas.
Una tras otras vienen,
una tras otras llegan
y cual puños crispados por la ira
sobre el peñón golpean.
 
¿Llegarán sus corajes
a envolverle en horrores de tormenta
y a derribarle estrepitosamente
en el abismo, aunque ellas
mismas se abran, heroicas, las entrañas
en su tenaz intento?
 
¡Sí, la austera,
paciente, lentitud del viejo Cronos
elabora en su clepsidra
el minuto fatal en que al abismo
rodarán los orgullos de la peña!
 
Escuchad tiranías,
escuchad opresores de la tierra, el oleaje humano,
que a vuestras plantas se estremece y tiembla,
no en vano elevará sus maldiciones,
y sus gritos airados de protesta;
un oleaje llegará próximo día
y abatirá los tronos; una esplendida
aurora, fingirá el grandioso incendio
de coronas y cetros; y la gleba,
que hoy como una ola, os cubre de diamantes
que hoy como una ola, vuestras plantas besa
quebrantará sus grillos
y forjará con ellos y con ellas
puñales para herir tiranías,
cañones para libertarias guerras
y estatuas para la igualdad que reine
en las fraternidades de la tierra.