La pobreza es un mal instalado en nuestros hogares desde que tenemos uso de razón. Tanto la conocemos que nos hemos acostumbrado a ella y decimos casi con orgullo: “Con que tenga tortillas y frijoles, ya la hice, con eso me conformo”. Pero el conformismo no es normal, es una conducta introducida en nuestros cerebros durante muchos años a través de la televisión y otros medios de comunicación. Esa actitud solamente favorece a las clases privilegiadas, quienes disfrutan la riqueza que nosotros creamos, sin el temor de que algún día millones de pobres, conscientes y furiosos, nos levantemos como un solo hombre para protestar.
En Puebla, según el CONEVAL 2020, en su Informe de Pobreza y Evaluación, vivían en pobreza o en situación de vulnerabilidad, el 88.3 por ciento de habitantes, o sea, 5,638,800 poblanos y, de todos estos ciudadanos en dificultades para vivir, los extremadamente pobres sumaban 551,900 poblanos. Solamente el 11.7 por ciento, o sea, 749,300, no eran pobres ni vulnerables.
Ya estamos en el 2022 y esos datos han variado, la pobreza es mayor, sobre todo ahora que la inflación ha rebasado el 7 por ciento. Así de graves están las condiciones de vida en Puebla y en el país entero; se puede observar por todos lados gente que sobrevive pidiendo limosna o en el comercio informal, o desempleados que, de plano, ya ni buscan trabajo, otros huyen hacia EE.UU. Según los analistas, el año 2021 hubo 650 mil mexicanos detenidos en la frontera.
La pobreza solamente se puede enfrentar con la participación decidida del gobierno, el cual debe fomentar la creación de empleos. Para eso existe un camino, y ese camino es que el gobierno, con los recursos que cada año recauda por concepto de impuestos, elabore y ejecute un plan de desarrollo nacional, mediante la construcción de servicios básicos en miles de pueblos y colonias, así como la construcción de escuelas, hospitales, carreteras y obras hidráulicas para el campo.
Estas obras no solamente deben hacerse con recursos públicos, es obligado que participen los empresarios privados. Todo esto fomenta el desarrollo de la nación, y abre fuentes de empleo. Además, el gobierno debe obligarse y obligar a los empresarios a pagar salarios justos, por arriba de la inflación. Sólo así se podrá presumir que se hace algo por mejorar las condiciones de vida de los pobres.
Pero, ¿qué está haciendo nuestro gobierno? Nada de eso, al contrario. Ahora, desde noviembre pasado, y en plena cuesta de enero, vemos que se despide a trabajadores de la FGR, a médicos del ISSSTE, a trabajadores de la industria automotriz, etc. En las tres grandes obras del presidente López Obrador hay miles de obreros que protestan por las malas condiciones de trabajo y los bajísimos salarios que perciben. Renuncian unos, entran otros.
Pero, como una manera de ganarse a los pobres, hacer que coman de su mano y lo traten como a un nuevo enviado de Dios, López Obrador aplica su “maravilloso” plan de entregar dinero a una parte de la población. Así nunca saldremos del bache. En ningún lugar del mundo se ha logrado abatir la pobreza entregando dinero a algunos sectores de la sociedad. Quien entrega dinero, eso sí, tiene los votos asegurados de quienes lo reciben.
Finalmente, la otra cara de esta situación de locos, es que aquellos que han perdido sus empleos y tratan de ganarse la vida vendiendo dulces, comida, fruta, ropa usada o lo que puedan, en la vía pública, ¡son perseguidos por la policía! Se les maltrata con golpes, jalones, groserías y se les quitan, a base de fuerza bruta, sus humildes mercancías. ¿A dónde quiere llegar este gobierno? ¿Piensa que los pobres nunca responderán de la misma manera?
Lo único que falta es que el pueblo comprenda que es tan poderoso como Dios, pues está hecho a su imagen y semejanza, y el hijo de Dios vino a reivindicar el derecho de los más pobres. Pero Jesús no alcanzó a decirles el secreto de su fuerza: su fuerza radica en su número, son millones y deben estar organizados. ¡Despierta ya, pueblo humilde, únete a tus hermanos de clase, los antorchistas! ¡Eres un mar tormentoso, eres un huracán, pero no te has dado cuenta!
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