El presidente Joe Biden acaba de prometer a los norteamericanos la vuelta al paraíso, que Estados Unidos vuelva a ser la tierra de las oportunidades donde todos alcancen una vida próspera. Y reforzó su oferta con la aprobación, en la Cámara de Representantes, de un ambicioso plan de infraestructura (RT, del 4 de noviembre).
Así expresó el presidente su oferta: "Se trata de expandir las oportunidades", el plan cambiará "fundamentalmente" la vida de millones de personas y llevará al país a liderar el mundo. Al detallarlo mencionó que ampliarán los servicios para personas mayores, reducirán los costos para el cuidado infantil con el objetivo de aumentar la fuerza laboral, especialmente de las madres, y se reducirán impuestos para la clase media (serán reembolsables); también se invertirá en educación, para asegurar que los jóvenes obtengan un trabajo bien remunerado, y ayudas para que unos cuatro millones de personas puedan conseguir una cobertura médica asequible.
Ante esa oferta deslumbrante, lo primero que debemos preguntarnos son las causas que lo obligan a presentarla, porque se trata ni más ni menos de un cambio radical en el modelo económico seguido en Estados Unidos (EE.UU.) desde 1982.
Es sabido que, en ningún país capitalista, gobierna el presidente de la república o primer mandatario. El poder real lo tienen los grandes empresarios, son ellos los que toman las decisiones fundamentales. ¿Cuáles son las dificultades que enfrenta el imperio para dar este importante golpe de timón? Entre las que resaltan encontramos: el descontento de la clase trabajadora porque sus salarios no crecen desde hace cuarenta años (como lo documentó Joseph Stiglitz); la crisis financiera de 2008-2009 que, al obligar al Estado a evidenciarse como protector del capital, lo hizo perder visiblemente autoridad y prestigio, y, finalmente, la pandemia de Covid-19, que acabó de poner al descubierto la desigualdad, la pobreza y la falta de humanismo del Gobierno y la burguesía. Por estas causas pretende dejar atrás lo que el gobierno ha hecho desde hace 40 años, desde el gobierno de Donald Reagan, recordemos que el verdadero centro de su política económica ha sido favorecer a las grandes empresas trasnacionales, a las que se enriquecen con los tratados comerciales, con la carrera espacial, con las múltiples guerras y, lo acabamos de ver, a las farmacéuticas que amasan millones y millones con la pandemia.
¿Cuáles son sus posibilidades de efectuar el viraje? Es importante señalar que las cosas ya no son como antes. El desarrollo tecnológico que, como todo el mundo sabe, es descomunal en EE. UU., le está cobrando la factura a los multimillonarios, porque ven disminuir sus ganancias de manera acelerada, porque las máquinas, los grandes robots que cuestan millones de dólares, no crean riqueza, sólo transfieren su valor al automóvil, al edificio que están fabricando, al mineral que están extrayendo, pero no generan ninguna riqueza nueva. En consecuencia, cuando desciende el número de trabajadores empleados, porque se ponen en movimiento máquinas potentísimas, automáticamente desciende la ganancia que se pueden embolsar los empresarios. Este asunto lo dejó muy claro Marx hace 155 años cuando estableció, sin ningún lugar a dudas, que la riqueza la crea el trabajo de los hombres; luego, al haber menos hombres trabajando se achica la fuente de la riqueza que no es otro que el trabajo realizado por ellos, pero que no se les paga, el que queda en manos de los empresarios por ser dueños de los medios de producción.
Esta nueva situación acrecienta el hambre de ganancia de las trasnacionales lo cual coloca al estado profundo (el complejo industrial-militar, las petroleras y el sector financiero) que es el que verdaderamente gobierna en EE. UU. en serios problemas. ¿Seguirá fracturándose la clase empresarial norteamericana? ¿Ganará el estado profundo? ¿Podrá el presidente llevar adelante lo que prometió? Estas interrogantes están en la mente de todos los que siguen de cerca el desenvolvimiento de la política en el país del norte. Máxime ahora que la situación internacional tampoco le es favorable: las guerras en Medio Oriente y el norte de África han terminado en sonados fracasos (Libia, Afganistán y Siria son los ejemplos más recientes); la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el brazo armado del imperio, cada día cuesta más y es menos funcional, y, por encima de todo, el fracaso de la política de contención de Rusia y China, que cada día crecen más en lo militar y en lo económico y amenazan la hegemonía norteamericana.
EE. UU. enfrenta serios problemas que a nosotros nos deben interesar también, porque nuestro presente y nuestro futuro como nación está ineludiblemente ligado a lo que pase allende la frontera.
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