En colaboración anterior expuse cómo las transnacionales controlan sectores fundamentales de nuestra economía, directamente y mediante la banca extranjera. Pero hay otros sectores estratégicos, como el gas. “La participación de las importaciones en el consumo de gas natural mexicano alcanzó un récord de 72% el año pasado…” (Banamericas, 21 de abril de 2022). Publica otra fuente: “México rompe récord en importaciones de gas natural de EU [...] el valor de las importaciones mexicanas creció 162%” (El Economista, 3 de marzo de 2022). El 98.9% de las importaciones de gas provienen de Estados Unidos (Sener). Pero ya veníamos produciendo gas, y dejamos de hacerlo: “Entre el 2011 y el 2021 […] la aportación de la producción nacional se desplomó 52% […] mientras que el componente importado se disparó 244%” (El Economista).
Otro sector vital bajo control extranjero es la agricultura. No hay empresas mexicanas relevantes productoras de maquinaria agrícola; el mercado está controlado principalmente por: John Deere, Corporación AGCO, Massey Ferguson, CNH Industrial y Kubota. En semillas mejoradas: “La Comisión Federal de Competencia Económica informó que, en los últimos años, a nivel global se ha reducido el mejoramiento de semillas realizado por el sector público y se ha fomentado la privatización de la producción de semillas en muchos países. En el caso de México, se dividen el mercado cinco grandes empresas […] Bayer Crop Science, Dow AgroSciences, Monsanto, Pioneer Dupont y Syngenta […] Monsanto tiene 30% del mercado de semillas mexicano, y considera a Syngenta, Bayer y Dupont como sus principales competidores […] 12% de las empresas dedicadas a semillas en México son de capital extranjero, las cuales participan con 90% del mercado (Americaeconomía, El Economista, 29 de diciembre de 2015). Algo similar ocurre con los pesticidas. Y la dependencia alimentaria sigue ahondándose.
En el comercio minorista, Walmart domina. Abrió su primera tienda en 1993 (walmartstores), y hoy (considerando las que ha adquirido, con diferentes nombres) tiene 2,700 (El Economista, 5 de abril de 2022). Controla el 37.2% del mercado. Las cadenas norteamericanas controlan el sector hotelero; son las verdaderas dueñas de los “resorts”, como Cancún, Mazatlán o la Riviera Nayarita.
Imposible cuantificar el daño ambiental ocasionado por las transnacionales. Destacan las mineras, que contaminan suelos y aguas, con daño a la población cercana. Generan cierta cantidad de empleos, cierto, pero es mucho más lo que se llevan en riqueza; como cuando salían de aquí galeones cargados con oro rumbo a España. Siguen vaciando las vetas de México, dejándonos a cambio socavones vacíos y enfermedad.
Pero el poder extranjero no se constriñe a la economía, ni se mide solo por cuotas de mercado. Se extiende a todos los ámbitos: desde la tecnología y la ciencia, hasta la seguridad. Controla o influye sobre el gobierno y el Congreso; en la elaboración y aprobación de leyes y tratados; doblega también a jueces y altas instancias del poder judicial. Es el poder tras el trono. Un ejemplo es el TMEC, que nos prohíbe firmar tratados de libre comercio con países que disgustan a Estados Unidos (léase China). Somos rehén comercial de la potencia imperial: allá va el 81% de nuestras exportaciones.
También en la cultura y la información se manifiesta ese dominio. Las agencias mundiales de prensa definen los contenidos de los principales noticieros, y controlan a los “formadores de opinión” en los medios; los corporativos norteamericanos de la “cultura” determinan la música que aquí se difunde, y desde Hollywood nos envían el cine que vemos: llega al 86% de los espectadores (Imcine).
Ante este panorama desolador, cuando los defensores del neoliberalismo oyen hablar de reivindicar la soberanía, reaccionan tratando de asustar inocentes con el fantasma de que se pretende “expropiar las empresas extranjeras o impedirles invertir”. Nada más falso, en nuestro caso. La propuesta es aprovechar esa inversión en todo lo posible, pero acotada, sin capacidad para dominar, destruir el medio ambiente y dañar a la sociedad; sin cederle un poder tal que le permita dictar órdenes al gobierno, como ha ocurrido principalmente en el neoliberalismo, hasta hoy. China es un caso de éxito en el manejo de la inversión extranjera, y es un ejemplo: desde las reformas de 1978 la utiliza sin dejarse dominar por ella, mediante fórmulas de respeto mutuo, dejándola ganar, cierto, pero en un marco normativo donde la rectoría económica, indudablemente, corresponde al Estado.
Debe reordenarse la relación con las transnacionales y el imperio todo, estableciendo condiciones claras y firmes, en estricto acatamiento a nuestros ordenamientos legales, destacadamente en derechos laborales como los de sindicalización y huelga, así como el pago de salarios dignos. Impedir a los bancos extranjeros aplicar cobros abusivos de comisiones, y restablecer en sana proporción la presencia de la banca mexicana, incluida la del Estado, para otorgar así el crédito con un criterio no solo de ganancia, sino de impulso al desarrollo. Establecer medidas de protección contra la fuga de capitales, los llamados golondrinos, que son factores de inestabilidad (recuérdese 1995). Diversificar la estructura exportadora, estableciendo y ampliando relaciones con otros países; es fundamental alcanzar soberanía alimentaria y reducir la dependencia de productos agrícolas norteamericanos, que en este gobierno sigue aumentando.
Las transnacionales deben pagar impuestos en un esquema fiscal progresivo; debe impedírseles contaminar y explotar irracionalmente los recursos naturales (como hacen con el agua las empresas refresqueras, cerveceras y agrícolas). Establecer como obligación legal, y no gracioso favor, su contribución al desarrollo regional, mediante la construcción de infraestructura en beneficio de las poblaciones cercanas: sistemas de agua potable, caminos, escuelas, obras de electrificación. China establece (y ofrece en ello un ejemplo), limites en cuanto a sectores donde se permite la inversión extranjera, salvaguardando los estratégicos, y estableciendo también regiones donde pueden (o no) instalarse determinadas industrias, así como requisitos rigurosos para hacerlo, o para la desinversión.
México debe protegerse de la potestad de las transnacionales, y el imperialismo todo, de imponer decisiones desde organismos internacionales y paneles de controversias, donde se decide incluso qué impuestos podemos o no aplicar (recuérdese el tema del IEPS en tiempos de Vicente Fox). Los convenios internacionales tienen mayor jerarquía que todas nuestras leyes (exceptuando la Constitución), lo cual otorga poderes desmesurados a tratados como el TMEC. En el nuevo modelo debemos ser capaces de manejar la inversión extranjera en lugar de que ella nos maneje a nosotros.
Para ello precisamos soberanía, y un gobierno con la voluntad política real de conquistarla. Pero no basta la voluntad, pues para tener independencia política debe construirse una base económica firme, que le dé solidez y permanencia: concretamente, desarrollar ciencia y tecnología propias; asimismo, promover la productividad y competitividad de las empresas mexicanas. Con el mundo capitalista, y específicamente con Estados Unidos, debe existir interdependencia, no dependencia; es obligado el intercambio comercial ordenado y el fluido funcionamiento de nuestra frontera común. Nos unen lazos históricos y culturales, cierto, pero nada de eso justifica nuestro sojuzgamiento. Debe imperar el mutuo respeto entre naciones, como bien decía don Benito Juárez.
En fin, para lograr soberanía necesitamos un gobierno con un firme, y genuino, apoyo popular organizado, que le dé la fuerza necesaria para negociar y tratar en pie de igualdad con las transnacionales y el imperio; el ejemplo nos lo dio el presidente Lázaro Cárdenas, cuando, para proceder a la expropiación petrolera, primero llamó al pueblo y lo organizó, y con su respaldo entusiasta pudo realizar aquella gran hazaña histórica que enorgullece a los mexicanos de bien.
NOTA: con el presente concluyo la serie de escritos donde durante este año he expuesto, a manera de esbozo, algunas ideas sobre el nuevo modelo económico. Pero, como advertí al inicio, y es evidente, la tarea es de tal complejidad, desde su diagnóstico mismo, que lo aquí presentado debe concebirse solo como un punto de partida; su maduración y enriquecimiento, como todo proceso dialéctico, deberán representar un esfuerzo permanente, progresivo y acumulativo, que requerirá indudablemente del concurso de especialistas en cada aspecto analizado, y en otros que seguramente omití.
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