El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informó que en el último año a causa de la pandemia de la covid-19 hubo un aumento de entre 8.9 y 9.8 millones de mexicanos que pasaron a engrosar las filas de pobres entre los pobres, para llegar a un total de 84 millones de mexicanos que viven en la pobreza.
Ante esta situación es natural que aumenten también los reclamos populares, campesinos que piden alimentos para sobrevivir, apoyos para producir y respeto a la vida democrática en sus pueblos, colonos que demandan vivienda y servicios básicos, estudiantes inconformes porque el gobierno pretende que regresen a clases sin ser vacunados contra la covid-19, electricistas, mineros, trabajadores de todo tipo que han perdido su empleo, familias que reclaman al gobierno medicamentos contra el cáncer para sus niños y familiares enfermos, etc.
Y ¿cuál ha sido la respuesta de los gobernantes y sus ideólogos ante estas protestas? Ninguna, básicamente consideran que la gente reclama sus derechos porque alguien la instiga, pues siempre han creído que los pueblos son una masa inerte, sin una dinámica ni motivos propios para ponerse en acción y reclamar sus derechos inmediatos y de una vida mejor, por eso creen que cuando lo hacen es porque alguien los manipula bajo “intereses personales ocultos, ajenos a los de la gente”. Quienes así razonan, jamás quieren aceptar que los pueblos tienen motivos propios para inconformarse y decidirse a actuar, e igualmente descartan la posibilidad de liderazgos populares auténticos.
No son capaces de ver que cuando los pueblos se sienten marginados, privados de los satisfactores más elementales; cuando perciben que su trabajo diario sólo deja hambre y privaciones, esa insatisfacción general les empuja a la protesta, por simple instinto de sobrevivencia. Los liderazgos sólo dan forma consciente y articulada, sentido y objetivos a ese impulso social. Y lo que debe entenderse es que las ideas pueden ganar la adhesión popular, precisamente porque expresan correctamente el estado de cosas y responden a las necesidades de la población; son las condiciones, pues, las que dan viabilidad, aceptación y atractivo a las ideas de cambio.
Cualquier funcionario debiera pensar que nadie en su sano juicio estaría dispuesto a exponerse a los riesgos que la protesta entraña, que el reclamo que realizan los manifestantes representa una esperanza de cambio y que la solución no está en golpear a quienes se animan a reclamar, sino en cambiar las condiciones que inducen a la gente a manifestarse.
El gobierno de AMLO tiene que percatarse de que, es precisamente la falta de soluciones el detonante de la inconformidad social, y, en consecuencia, entender que a la gente no se la puede someter con más policía, armas, leyes más severas y amenazas. Por experiencia propia debiera entender que ningún gobierno que se basa en la injusticia puede ser duradero; que por más coerción que se emplee para mantener sometida a la población, tarde o temprano ésta se resiste a seguir aceptando su situación y que no es mediante la fuerza que pueden resolverse los problemas sociales.
Responder al hambre, a la falta de medicamentos y las necesidades de los manifestantes con perros, gases lacrimógenos, insultos en la prensa, cárcel y golpes no ha sido nunca un medio sensato de atender las necesidades sociales, tarde o temprano tendrán que ver que, los verdaderos instigadores de la inconformidad social son el hambre y la falta de sensibilidad de los gobernantes. Con sus manifestaciones los mexicanos exigen ser escuchados y respuesta a sus demandas y necesidades, nada más, pero nada menos.
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