MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENTREVISTA | Estudio, organización y lucha, garantías para la victoria

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El agravamiento de la situación económica provocada por el aumento de los productos y servicios básicos, y el nulo crecimiento de nuestra economía, van polarizando cada vez más nuestra sociedad; por un lado, los pocos que poseen la mayor parte de la riqueza, ven incrementadas sus ganancias para acrecentar lo acumulado, mientras en el polo opuesto, los que menos tienen, la mayoría empobrecida, se va sumiendo en una miseria que parece no tener salida.

Frente a esta realidad, negada cada mañana desde la retórica presidencial, se plantea la alternativa abrazada por cada vez más personas: luchar para sobrevivir, organizarse para garantizar la vida, estudiar para comprender nuestra condición social y transformarla conscientemente en beneficio de la mayoría.

Así lo manifiestan Adriana López Hernández y Sara Mejía Mucio, dos mujeres luchadoras sociales que realizan su actividad política en el noroeste mexiquense con diferentes responsabilidades dentro de las filas del Movimiento Antorchista. Ambas vecinas de la misma colonia, Granjas de Guadalupe, en el municipio de Nicolás Romero; lo cual no es coincidencia, sino en el resultado del trabajo que la organización ha desarrollado en las colonias populares de la demarcación.

En los aspectos en que tienen coincidencia, además de la organización a la que pertenecen, es en que tienen presente que la lucha que desarrollan cotidianamente, no contra el hombre, sino contra el capitalismo, al que identifican claramente como un sistema de opresión política y económica de una clase poseedora en contra de los desposeídos.

En su labor de denuncia de las necesidades de los habitantes pobres y en la concientización de sus compañeros y vecinos, saben muy bien que se necesitan los esfuerzos de todos, hombres, mujeres, jóvenes, obreros, estudiantes, empleados, artesanos y todos aquellos que quieran sumarse a la lucha.

Adriana López Hernández, vecina de la colonia desde hace 26 años, con una familia integrada por cuatro elementos (esposo, dos hijas y ella), es miembro del organismo dirigente de la colonia, llamado pleno, desde 2012. Comenzó su acercamiento con el Movimiento Antorchista cuando conoció a un activista que apoyó a su hija en atletismo, el cual, comenzó a hablarles de la organización, la animó a integrarse y decidió hacerlo.

Considera que es necesaria su actividad como plenista porque de esa manera apoya a su comunidad, que está llena de carencias como muchas en las que viven los trabajadores. Sabe también que su participación es importante ya que, de esa manera también ayuda al activista local, al maestro Alejandro Navarro, en su labor de concientización.

Tiene la decisión, a pesar de sus múltiples actividades como ama de casa, de luchar para resolver las necesidades de su comunidad y para que se termine la desigualdad que existe en nuestro país.

Si no hubiera desigualdad –expresa- no tendríamos la necesidad de luchar. Confiesa que siente una gran satisfacción cuando consiguen algún objetivo, algún logro para su comunidad, como sucede en los tiempos recientes con el agua potable para sus vecinos. Sabe que para la lucha no existe condición de sexo, que un hombre y una mujer pueden luchar juntos, además reconoce que, en los hogares de la gente humilde, la participación de los miembros de la familia es una importante colaboración que se requiere para que se incremente la fuerza vecinal y que los gobiernos resuelvan las necesidades.

A su vez, Sara Mejía Mucio, también vecina de la colonia desde hace 40 años, lleva quince de ellos como activista del Movimiento Antorchista. Se acercó a la organización porque su hija Fany Mendoza, desarrollaba, en aquel entonces, actividades organizativas en el frente estudiantil.

Comenta que, a raíz del fallecimiento de su esposo, después de una profunda depresión y, al informar de su estado a su hija, que en ese momento se encontraba en el municipio de Chimalhuacán, llegó a visitarla la maestra  que en ese momento se desempeñaba como responsable de la organización en el noroeste mexiquense.

La maestra fue quien la invitó a participar, aunque con cierta resistencia de parte de la compañera “Sarita” o “Saris”, como se le conoce en el noroeste. Relata que esa resistencia se debía al dolor que sentía por la pérdida de su compañero.

Gracias a la insistencia de la maestra, quien no la abandonó en esos momentos difíciles, fue que se organizó: “en ocasiones –recuerda Sarita- cuando no podía venir a la casa, mandaba a algún compañero por mí; también para que me regresara a la casa”.

Paulatinamente, se fue involucrando en las actividades de la organización hasta que la incorporaron a un círculo de estudio de amas de casa; a partir de ahí, con un poco de desánimo por lo difícil que eran para ella los conceptos de los textos leídos y con los ánimos infundidos por su hija, comenzó a hacer parte de su vida a sus nuevos compañeros conocidos en la adversidad, a las nuevas tareas que se le asignaban, hasta que, finalmente se incorporó a un equipo del Frente Popular del Movimiento Antorchista.

Poco a poco, con la emoción que representa enfrentarse a ciertas actividades que no formaban parte de su quehacer cotidiano, fue aprendiendo las tareas que desarrollaban los activistas, y su significado, además de las funciones de los plenos antorchistas.

Con esfuerzo y dedicación al estudio, tarea indispensable de todo antorchista, comprendió que en nuestro país, al igual que en otros donde rige el mismo sistema capitalista, la sociedad está dividida en dos clases sociales. Ella, al igual que la compañera Adriana, tiene la certeza de que la labor del activista es muy importante para la transformación de este sistema desigual. Si anteriormente las respuestas a sus preguntas del por qué había personas que tenían mucho dinero y otras que no tenían nada, ahora, a través de los libros y de la lucha, tienen una respuesta fuera de toda duda: se trata de una condición fundamental para la existencia del capitalismo.

Después de trabajar desde pequeña en una casa ubicada en la exclusiva zona de Satélite, donde la ponían a lavar pantalones grandes y la trataban mal, comenzó a percibir lo injusto de la sociedad dividida en clases sociales; ahora, ayudar a construir un país más justo es su preocupación principal, su razón para seguir luchando. Le gustaría que la enorme riqueza que tiene México, fuera repartida de una forma más equitativa, que el trabajador, que se sacrifica diariamente desde la mañana hasta la noche, recibiera más que aquellos que no trabajan. No le parece correcto que existan personas que se enferman y que no tienen para curarse y se tenga que aguantar a pesar de haber laborado durante muchas horas.

Adriana y Sara tienen presente que es necesario organizarse porque nos enfrentamos a situaciones que no podemos resolver cada uno solo, por su lado, independientemente, con sus propias capacidades. Tiene que ser la colectividad, la organización, la cual asigna a cada uno sus tareas y así, los esfuerzos unificados, con la colaboración de más gente desarrollando otro tipo de actividades, se logre el noble propósito de edificar una sociedad más humana.

En algo más coinciden, y es un aspecto muy significativo, su familia lucha con ellas: las dos hijas de Adriana y la hija de Sarita, con quien vive, son activistas antorchitas, esta es la nueva familia de los tiempos de lucha, de la resistencia contra la opresión capitalista. Como mencionó Domitila Barrios Cuenca, luchadora social boliviana: “La primera batalla a ganar es dejar participar a la compañera, al compañero y a los hijos en la lucha de la clase trabajadora para que este hogar se convierta en una trinchera infranqueable para el enemigo”.

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