Negar la necesidad del partido y de la disciplina del partido, (…) equivale a desarmar completamente al proletariado en provecho de la burguesía (…). El que debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado (…), ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado.
Lenin
¿Sigue siendo válida la teoría leninista de la vanguardia proletaria? ¿Es justa —teórica y prácticamente— o no la teoría de Lenin sobre el partido de clase del proletariado? “Tú sola, estupidez, eres eterna”. La teoría del partido y el partido mismo no son sino una expresión de las leyes del conocimiento. La gran tragedia del movimiento revolucionario desde la muerte de Lenin no ha sido otra en efecto que “la crisis histórica de la dirección del proletariado.”
Lenin demostró en numerosas ocasiones que ninguna tendencia revolucionaria que piense en una lucha seria puede prescindir de una organización revolucionaria de combate. No puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización estable de revolucionarios profesionales. Algunos rasgos fundamentales de la revolución bolchevique de 1917 tenían de hecho una significación internacional en el sentido estrecho de “la inevitabilidad histórica de la repetición a escala internacional” de lo que había ocurrido en Rusia. El ejemplo ruso había mostrado “a todos los países algo, y algo muy sustancial, de su futuro próximo e inevitable.” “La centralización incondicional y la disciplina más severa” del partido revolucionario del proletariado habían sido condiciones fundamentales de la victoria del proletariado revolucionario sobre la burguesía. Los fundamentos de la teoría y de la táctica bolchevique tenían por tanto una significación internacional inevitable. ¿Qué destino siguieron en México en relación con el desarrollo de la izquierda global en los años sesenta?
Resulta casi un lugar común en los distintos estudios que se han ocupado del tema señalar que en el largo curso de lo que se ha dado en llamar Global Sixties emergió cierta “nueva izquierda” tanto en Estados Unidos (ligada al pensamiento de Charles Wright Mills y Herbert Marcuse y al movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos) y Europa (relacionada aquí con la desestalinización, contra el armamento nuclear y por la paz, con el conflicto chino-soviético) como también en América Latina: flamante izquierda versátil que aquí, allá y acullá renegó en los hechos de la teoría leninista de la vanguardia proletaria. El “pasaje” de una “vieja” izquierda tradicional a una “nueva izquierda” o izquierda “revolucionaria” se consumó pues en el transcurso de la larga década de los sesenta.
“Los sesentas (…) empezaron extra-cronológicamente el 23 de noviembre de 1963 con el asesinato de Kennedy, y terminaron el primero de mayo de 1975 con la entrada del Vietcong en Saigón (José Emilio Pacheco, JEP).” La “nueva izquierda” renunció a Lenin en el curso de los llamados long sixties asumiendo de ahí en adelante el fetiche del horizontalismo. “Nuevas” formas organizativas vinieron a sustituir muy pronto a las antiguas. El movimientismo suplantó desde entonces al viejo partido obrero de masas: la “nueva izquierda” habría sido de hecho un “movimiento de movimientos” antes que la experiencia estrecha de una organización partidaria. La política identitaria tomó no mucho después el lugar de la lucha de clases. Y la política de masas desapareció finalmente de escena.
Pero la “nueva izquierda” no era ni tan original ni mucho menos tan “nueva” como sus adalides presumieron una y otra vez. La izquierda tradicional dogmática y autoritaria estaba muerta. Y había nacido ahora una izquierda plural y abierta. Una izquierda “democrática” y tan fresca que muchas veces presentó distintas frases altisonantes anticuadas como “argumentos” irrebatibles muy novedosos. Retruécanos obsoletos que embrollaban los problemas de política y organización con consignas demagógicas que despedían un tufillo a las antiguas consignas del revolucionarismo pequeñoburgués alemán y holandés de la década de 1920.
Resultaba que el izquierdismo no era de ahí en adelante la enfermedad infantil del comunismo. El comunismo era más bien la enfermedad senil de una izquierda “policéntrica” y cosmopolita. Y otros aspavientos del mismo jaez tales como “¡Prohibido prohibir!” más zarandajas por el estilo de eslóganes hueros como “Vladimir Illitch Lennon (sic)” —“grafiti en una esquina del bulevar Sebastopol en el París de 1968”— y “Cronopio: mezcla de Beatle y Che Guevara” —“grafiti en una pared de Coyoacán durante el 68 mexicano”—. La “nueva izquierda” repitió en efecto con otras palabras las viejas consignas que los comunistas alemanes de la llamada “oposición de principio” habían puesto de moda poco después de la revolución bolchevique de 1917 a propósito tanto de “la clase” y “el partido” como de “la masa” y “los jefes”. Había que dirimir otra vez viejas necedades: “¿dictadura del partido o bien dictadura de la clase?” “¿Partido de los jefes o bien partido de las masas?” La flamante “nueva izquierda” negó la necesidad del partido y de la disciplina del partido oponiendo en términos generales una vez más los “jefes” a “la masa”. Cometió la insensatez de apelar a la “multitud” contra los “dirigentes” en general en lugar de apelar a los buenos jefes contra los malos.
La “nueva izquierda” exhumó también las gastadas consignas que los críticos rusos habían acuñado poco antes de 1902 tachando al partido leninista de vanguardia de verdadero “areópago” u “oligarquía” que no pretendía otra cosa que concentrar el poder en manos de una exigua minoría ilustrada de revolucionarios profesionales. La rutilante “nueva izquierda” negó la necesidad del partido revolucionario en nombre de consignas tan trilladas que el propio Lenin había tenido ocasión de desacreditar muchas décadas atrás en obras como ¿Qué hacer? de 1902 y La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo de 1920. La “nueva izquierda” representó en realidad un retroceso lamentable a los antiguos métodos primitivos de trabajo. Un retorno a las viejas consignas demagógicas que saltando de una cuestión a otra oponían “la multitud” a “los dirigentes” exclamando con perspicacia: “¡Mala cosa es un movimiento que no viene de la base!” La “nueva izquierda” confundió aquí otra vez “la cuestión filosófica e histórica social” de las “raíces profundas” e indestructibles del movimiento revolucionario con una “cuestión técnica y de organización”: la necesidad de crear una organización de revolucionarios profesionales que eduque al proletariado en una lucha firme y tenaz. La “nueva izquierda” antileninista contribuyó en fin a desarmar al proletariado en provecho de la burguesía. Ayudó de hecho a la burguesía contra el proletariado.
“Un mexicano diría que para él (…) [los sesentas] “comprenden el período que abarca del primero de enero de 1959, el triunfo de la Revolución cubana, al 2 de octubre de 1968 (JEP).” La “nueva izquierda” en México se presentó en el transcurso de los años sesenta globales como una corriente depurada asimismo del “dogmatismo” leninista. Tan moderna como sus homólogas en Europa y de Estados Unidos. Izquierda inocua que asumió el último grito de la moda en materia de organización. Izquierda remozada y presentable que rechazó también la teoría de Lenin sobre el partido de clase del proletariado en nombre de organizaciones amplias de masas y de frentes populares democráticos en lugar del viejo partido leninista de nuevo tipo. Y que cayó también víctima de la “tiranía de la falta de estructuras”.
¿A qué herencia renunció entonces la “nueva izquierda” en México en el transcurso de los Global Sixties? La “nueva izquierda” mexicana adoptó un horizontalismo cada vez más guango en vez del centralismo democrático que tachaba de “despótico”. Renegó en primer lugar de la tradición espartaquista que se remontaba a José Revueltas y que representaba en México la tentativa más seria de rescatar los principios leninistas. El furor del movimientismo reemplazó asimismo el objetivo más arduo de construir la organización de revolucionarios profesionales indispensable para hacer la revolución política en México.
La “nueva izquierda” mexicana renunció en fin a la teoría leninista de la vanguardia proletaria y su extravío histórico (por no decir fracaso) resulta todavía más evidente a un siglo de la muerte de Lenin. La gaseosa “izquierda contemporánea” antileninista constituye la consecuencia necesaria de la vieja “nueva izquierda” plural y presenta signos claros de rigor mortis a cien años de distancia de la muerte de Lenin. La teoría leninista del partido permanece en cambio más vigente que nunca: un siglo de denuestos y calumnias no ha bastado para hacer mella a Lenin. Pues bien: “(…) hay muertos que en el mundo viven y hombres que viven en el mundo, muertos.”
Miguel Alejandro Pérez es historiador por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
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