Se nos atosiga todo el tiempo con noticias positivas de Sinaloa, se dice que es el granero del país, que van a la baja las tasas de homicidios; que se han generado más empleos en el estado; que la atracción de inversiones está a todo lo que da y… en fin, al estilo del profesor Pangloss, “nada puede estar mejor”.
Pero el conocimiento de la realidad o de un elemento integrante de la misma, no se logra con el análisis y posterior ensalzamiento de unos cuantos aspectos de ella. Para que la realidad pueda conocerse a un nivel aceptable, es obligado que el analista de esta se represente ante sí cuando menos los aspectos esenciales del fenómeno: su trabazón interna; sus contradicciones, su evolución; su conexión con otros elementos; hasta dónde depende de su entorno; de qué manera se presenta ante nuestros ojos, etcétera.
Hoy día, es una práctica recurrente en la clase política mexicana hacer un análisis anticientífico, y en muchos casos francamente mentiroso, para presentarnos la realidad del país, estado o municipio en el que vivimos, edulcorada, maquillada de acuerdo con los intereses de quien la trate de explicar a las masas.
Es común escuchar en los discursos de la gran mayoría de funcionarios públicos ideas vagas, adormecedoras, datos a modo para manipular a la opinión pública. Se habla de cosas que pueden ser del gusto de los oyentes: “generación de empleos”, “atracción de inversiones”, “mejoría de servicios de salud”, “mayor seguridad”; así como generalidades que nada dicen, pero se escuchan bonito: “juntos, sociedad y gobierno”, “mejoría de los niveles de bienestar”, “sigamos trabajando por una sociedad más próspera”, “el gobierno está poniendo su parte, ahora le toca a ustedes poner la suya…”, “aquí estoy, regresando a cumplir con ustedes –dicen, al tiempo que anuncian la entrega de ridículos apoyos que por ser tan pequeños y tan desconectados de otros que los complementen y hagan efectivos, poco o nada impactan en la vida de la gente-.
Basta un somero análisis para descubrir lo endeble de tales afirmaciones y del regocijo manipulador con que se comunican a la gente: ¿De qué calidad son los empleos que se crean? ¿Qué salarios ofrecerán a sus ocupantes? ¿Son permanentes, con contratos a largo plazo? ¿Otorgan a sus beneficiarios seguro contra accidentes, pago de horas extra, vacaciones, indemnizaciones justas? ¿A qué costo están viniendo las bienhechoras inversiones? Al responder cualquiera de estos cuestionamientos y más, quedará claro que no hay razón para hacer alharaca, cuando menos no por parte de las mayorías.
En mi opinión, si queremos conocer realmente la situación económico-social de Sinaloa, hay que dejar de festejar con bombo y platillo y conocer objetivamente qué situación guarda la situación general. Sólo así se podrá realmente detectar qué se está haciendo mal y corregirlo, pues de no hacerlo, las reales o supuestas mejorías se pueden acabar. Tenemos que partir de que, como miembros de una nación muy grande, con un solo sistema de gobierno y el mismo modelo económico en todo su territorio, no podemos ser ajenos a los problemas de la patria toda; las lacras que se ven en el territorio nacional, algunas más disimuladas que otras, pero todas, están presentes aquí.
El desempleo y la llamada informalidad que le es aneja se palpan todos los días en las poblaciones de norte a sur y de oriente a poniente; los centros históricos de las poblaciones grandes y hasta en las de regular tamaño están llenas de vendedores ambulantes; la inseguridad también se ve todos los días y a todas horas: asaltos a mano armada, asesinatos, violencia entre células criminales y los cuerpos de seguridad; la droga circula como agua por todos lados, en muchos casos -dice el pueblo- con la connivencia de la policía.
La informalidad, la emigración, la inseguridad, y el narcotráfico, son problemas graves que se han asentado firmemente en la sociedad sinaloense. Y podemos decir más: dichos problemas y muchos más que padecemos son hijos de la pobreza, de la terrible injusticia que se reconoce por órganos oficiales que dicen que sesenta por ciento de la población vive en esta condición. Y esta terrible situación de pobreza vivida por un millón y medio de sinaloenses, nace también del modelo económico que favorece a unos cuantos y deja en el desamparo a la mayoría.
Sería bueno que el gobierno sinaloense reconociera todos estos problemas y su raíz, y empezara a trabajar con verdadero ahínco para atemperar la pobreza. Los reclamos populares para que se dé más vivienda a los pobres, más y mejores drenajes sanitarios y pluviales, regularización de terrenos para miles de familias de zonas urbanas, mejoramiento de infraestructura escolar, contratación de maestros que laboran sin pago, entre otros muchos, deben ser atendidos pronto.
Debe dejarse de privilegiar las grandes inversiones que benefician sobre todo al empresariado e invertir en mejoras para las clases populares, si queremos que la pobreza deje de alimentar a los grandes problemas antedichos. De no hacerlo, los adelantos que tiene la agricultura tecnificada, el turismo y algunas bondades, serán cada vez más pequeños frente al mar de problemas de la entidad.
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