Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha caracterizado por ser un famoso caudillo que caminó por más de 18 años para llegar al poder que hoy ejerce. Su estrategia política ha sido de confrontación directa, casi con todo el que se le para enfrente, incluido el propio gabinete y su círculo más cercano.
A pesar de que su estrategia es la confrontación directa, AMLO cuenta con una característica muy peculiar para convencer a sus adeptos, pero siempre, manipulando y tergiversando la realidad a su capricho. La mentira es uno de sus artilugios preferidos y por eso ha dicho ya más de 70 mil afirmaciones falsas en sus mañaneras.
Hemos encontrado en él a un orador que es capaz de convencer a la gente con lo que ella quiere escuchar, pero que no le asegura atención de sus principales problemas. El presidente utiliza un lenguaje más coloquial, en comparación con otros gobiernos que no tenían la facilidad de comunicarse con las masas populares.
AMLO ha sabido manipular para mantener la popularidad de su política supuestamente izquierdista, para convencer a sus oyentes de que el camino que lleva su gobierno es el correcto.
Sabe, por ejemplo, manipular las inconformidades sociales para crear un discurso a modo, capaz de penetrar hasta los huesos para darse razón en el mensaje que trasmite a diario y en todos los eventos públicos a los que asiste. Culpa al pasado calificando a sus actores de conservadores, corruptos y de enemigos del pueblo, pero siempre olvida el presente, ese donde ya la realidad grita que los problemas que criticó como la corrupción, y que aseguró que desterraría. La corrupción la tiene en su propia casa, en su propia familia.
Como los más grandes líderes fascistas y totalitarios del mundo (Hitler, Mussolini, Franco) López Obrador se volvió un orador de contexto, en sintonía con la guerra semántica y las formas discursivas que forman el ámbito del pensamiento, para así, manipularlo. En el libro La lengua del Tercer Reich, Víctor Klemperer, un académico judío que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en Alemania describe cómo el nazismo “se introducía en la carne y la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones y de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente”. Como resultado de esta inculcación Klemperer observó: “la lengua no sólo escribe y piensa por mí, también dicta cada vez más mis sentimientos y gobierna mi pleno ser espiritual, siendo más incuestionado e inconsciente entre más me entrego a él”.
La estigmatización, golpeteo y amenazas directas que López Obrador ejerce en contra de periodistas, críticos, políticos, medios de comunicación, organismos autónomos, organizaciones sociales, etcétera, es enorme, sin agregar que, por ser el máximo representante de la nación, cuenta con la legitimidad necesaria con sus gobernantes para imponer su discurso de contraposición en contra de ellos y ganar credibilidad, aunque sea abusivo y totalitario. Su estrategia de discurso encubierta de frases huecas que están cada vez más lejos de lo que la población vive y ve, más su lenguaje cotidiano de polarización le ha funcionado y lo sigue usando, aunque ya se está acercando al límite.
Los mexicanos llevamos casi cuatro años escuchando excusas y culpas, pero nada de resultados; vemos pobreza alarmante, inseguridad y violencia desenfrenadas, carestía asesina que acorrala y mata de hambre a miles de mexicanos y una pésima atención a la salud y educación de los mexicanos.
El discurso oficial de anticorrupción se ha desgastado con el actuar de su propio gobierno. Sus expectativas y promesas se han quedado cortas para la exigencia social que urgen al país.
Y finalmente, el 10 de abril, se puso a prueba el músculo político de AMLO y toda su maquinaria electoral en la revocación de mandato, donde, sorpresivamente, de los 30 millones de votos que le dieron la victoria en 2018, se quedó prácticamente con la mitad de ese pueblo que lo respaldaba, 16 millones de votantes, de los cuales 14 millones votaron a favor de que continuara, pero sin ser vinculante la consulta por no obtener los votos necesarios.
Aun cuando más se desgañitaba a los cuatro vientos de que tiene el apoyo popular, el hartazgo social ha demostrado el mal gobierno de la 4T. Ahora tenemos que López Obrador abre la puerta a prácticas que ya eran replicadas por los gobiernos pasados, compra y acarreo de voto masivo.
Morena y la 4T se engañan porque siguen teniendo el espejito frente a su rostro que les dice lo que ellos quieren escuchar, pero López Obrador no ganó y sí perdió, aunque lo quiera ocultar.
La consulta por la revocación de mandato es una derrota que no aceptan y por eso los ataques constantes y arteros en contra del INE, sus representantes y de la democracia, volvieron a aflorar.
AMLO sigue fracasando, el rechazo y el hartazgo social del pueblo seguirá en aumento, y más pronto que tarde, tendrá que rendir cuentas de sus malos resultados.
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