Eran las 8:40 de la mañana del domingo 24 de noviembre. Era la fría capital potosina. Dentro del Teatro de la Paz, mucho movimiento: se alistaba para abrir las puertas para el ingreso de la gente, se ponía todo en orden para recibir a los mil 315 antorchistas e invitados, los actores se maquillaban y calentaban, se terminaba de instalar la escenografía, se probaban el sonido y las luces. El Canal 6 alistaba la transmisión en vivo. Afuera del teatro, a unos 200 metros de la que fue casa del gran poeta Manuel José Othón, un mar de gente se concentraba, platicaba y esperaba. En una camioneta se repartía desayuno gratuito para los campesinos, colonos y estudiantes, mientras los comerciantes vendían tamales y atole caliente.
Nuestra corriente artística busca que el pueblo practique el arte, el teatro en este caso. Es un acto de franca rebeldía contra el sistema de opresión burgués.
Y de pronto, comenzó a formarse la fila para el ingreso. Era una fila larga para entrar gratis al teatro, un domingo a las 9:00 de la mañana. Es, en México y en el mundo, un raro suceso. Los teatros, para empezar, no se abren temprano y menos los domingos. Además, a los teatros no van los obreros mal vestidos, ni los campesinos huarachudos. No, claro que no. A los teatros va quien puede pagar una función para una puesta en escena o para escuchar música de concierto. Para entrar al teatro, hay que tener dinero. El teatro es caro. No lo puede pagar la gente que sale a las calles a vender cualquier cosa para ganarse unos pesos y completar para la comida del día. No lo puede pagar quien gana un salario mínimo en la fábrica, como la mayoría de los mexicanos. Para entrar al teatro hay que tener tiempo: y el pobre, el humilde, no tiene tiempo. No se vive con un trabajo, desde luego que no. En México, el promedio de horas de trabajo para los hombres es de 10 y para las mujeres de 12. A eso súmale el tiempo de traslado de la casa al trabajo. En seis de los siete días de la semana. ¿Y el domingo? El domingo no se descansa. El domingo se busca otra cosa qué hacer para completar el gasto. Así que por lo menos 97 millones de mexicanos, según las cifras del especialista Julio Boltvinik, no pueden ir al teatro, porque no tienen tiempo ni dinero.
Pero Antorcha, hasta donde puede, sí lleva al teatro a los desamparados. Ese domingo 24 de noviembre, esos trabajadores muy contentos hacían fila para entrar a las dos últimas puestas en escena del XXIII Encuentro Nacional de Teatro: “Aquí no paga nadie”, del dramaturgo italiano Darío Fo, que fue presentada por la Compañía de Teatro “Molière” de la Ciudad de México, y “Los invasores”, del dramaturgo chileno Egon Wolff, presentada por la Compañía de Teatro de Puebla, y para presenciar la clausura del evento, con las premiaciones a los mejores actores, actrices, escenógrafos, directores y puestas en escena, y la presentación de los Grupos Culturales Nacionales de Antorcha con el espectáculo escénico “Bodas de sangre”, basada en la obra del genio de las letras Federico García Lorca, bajo una propuesta escénica de Antonio Gades. Se trató, pues, “de un espectáculo digno de Broadway, New York”, como dicen “los que saben” de grandes espectáculos escénicos.
Pero Antorcha invitó y llevó a ese espectáculo a los pobres del campo y la ciudad, porque es parte de la tarea de educación y politización de las masas. De acuerdo con las cuentas de la Comisión Nacional de Estadística, durante los tres días del XXIII Encuentro Nacional de Teatro, en los dos foros que se usaron (el Teatro de la Paz y el teatro del Instituto Potosino de Bellas Artes), acudieron más de 25 mil personas a las cerca de 30 puestas en escena, presentadas por compañías de varios estados del país. Los asistentes vieron obras de Molière, Bertolt Brecht, William Shakespeare, Johann Wolfgang von Goethe, Federico García Lorca, Félix Lope de Vega y de muchos genios de las letras.
Pero una obra llamó mi atención de manera especial: “Aquí no paga nadie”, presentada por la Compañía de Teatro “Molière”, que está formada por colonos, comerciantes y obreros de la capital del país. Antorcha no solo lleva el arte al pueblo para que lo vea, aprecie, aprenda y se eduque. Nuestra corriente artística busca que el pueblo practique el arte, el teatro en este caso. Es un acto de franca rebeldía contra el sistema de opresión burgués. Transcribo aquí lo que me contó la ahora directora de esa compañía, María de Jesús Cruz García: “Este grupo es la síntesis del trabajo que realiza Antorcha en distintos frentes y lo materializa en el trabajo artístico y cultural, no solo con jóvenes estudiantes y profesionales del teatro, sino que lo lleva verdaderamente a los estratos donde pocas veces se ha llegado: con los colonos. Personas que en su vida imaginaron tener la oportunidad de actuar y que mucho menos imaginaron presentarse en teatros de otros estados, porque antes de eso la vida cotidiana era sólo el trabajo, cocinar, barrer, trapear, lavar ropa, el cuidado de los hijos, etcétera. Esa es la realidad de millones de mexicanos.
“Los habitantes del predio “Buena suerte”, en la alcaldía Tláhuac, de la CDMX son los actores de la compañía. A pesar de muchas carencias, del trabajo diario y la cerrazón del estado para no darles un espacio digno para vivir, luchan para salir adelante, sobreponerse a la realidad que les rodea y hacen un esfuerzo para reunirse a ensayar teatro. Las actividades teatrales iniciaron en 2020, encabezadas por Óscar Hernández, y lo que fue un proyecto de esparcimiento se convirtió en un trabajo para montar distintas obras que los han llevado a foros de varias alcaldías capitalinas y a visitar estados como Puebla o el Teatro del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario.
“La compañía ensaya en las noches después del trabajo. Está integrada por doña Maguito, que es profesora de educación especial, pero además ama de casa, que debe dejar hechas las labores de su hogar para que su marido no se enoje. Mimí, una joven madre que, aunque recibe el apoyo de su esposo, apenas se da abasto con sus dos pequeños traviesos atendiéndolos para que nada les falte. Daniel es el más joven, con 17 años, trabaja como comerciante, ayudante general o lo que aparezca en el día y que se da espacio para terminar su educación primaria; sin embargo, destaca y sorprende su gran capacidad para aprender y corregir en poco tiempo cualquier indicación que se le dé en la escena. Ellos son algunos de los integrantes. No solo se enfrentan a quehaceres diarios, sino también al gobierno de la ciudad que les corta la luz, el agua, que no les da una vivienda digna y, aún así, se dan tiempo para hacer teatro, porque para ellos es un espacio donde pueden recrearse, hacer que la vida sea más llevadera y gratificante. Sacar adelante este proyecto no sería posible sin todo el antorchismo de la CDMX, que encabeza la arquitecta Gloria Brito Nájera, que está pendiente de cada detalle con los compañeros”. Hasta aquí lo que me dijo la directora.
Los colonos antorchistas de “Buena suerte” le dan a México y al mundo una lección sobre cómo el teatro puede politizar a los trabajadores. Muchas gracias a los colonos de la CDMX. Y nosotros decimos: lo mejor es que los de “Buena suerte” no son los únicos trabajadores que practican el arte en Antorcha. Ya vienen las Espartaqueadas y ahí veremos a más obreros, campesinos y colonos bailando, cantando, declamando o convenciendo al público con la oratoria. Ese es el arte de masas que impulsamos.
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