La mercantilización del deporte requiere no sólo de la monopolización por unos cuantos de toda su infraestructura básica, de las empresas dedicadas a la producción del espectáculo deportivo, su comercialización y difusión, sino, también, que en todas las ramas de la producción de mercancías, de que los deportistas mismos, simples esclavos asalariados, estén mentalizados para comportarse como tal mercancía, sentirse orgullosos de serlo y quererlo, no avergonzarse de ello o inconformarse, sino estar siempre dispuestos a colaborar con los dueños de los equipos y franquicias.
Sólo con ese ideal inyectado en su mente, el capital asegura la colaboración voluntaria de los individuos deportistas, sean destacados o no. Tal ideal deportivo implica la resignación del deportista, su adaptación al ambiente mercantilizado y a la voluntad omnipotente de los dueños para destacar competitivamente primero él, luego él y al último él y, en esa medida, vender mejor sus capacidades deportivas.
El ideal de este tipo de deportista no contempla la rebelión contra el secuestro de las actividades deportivas para hacer de ellas mero negocio de unos pocos capitalistas ni para hacer llegar el deporte a las clases sociales vulneradas por la pobreza, como un gran beneficio de la cultura que debe pertenecer a todo el pueblo trabajador; por el contrario, su ideal es realizar el deporte como una actividad esencialmente individualista, egoísta, en la que el éxito personal del deportista asalariado se representa en su mente como un elemento imaginario de gloria y honor, pero con mucho dinero y todos los lujos y privilegios que pueda comprar, si no, no vale la pena su enorme esfuerzo, aunque luego lo malgaste y retorne a las penurias de la pobreza y las deudas.
Con este resorte, bien metido en la mente del asalariado del deporte, el monopolio asegura su continuidad y mayor enriquecimiento. En su más profundo yo, el deportista así ideologizado se comporta como lo requiere el capital, dócil, cooperador y hasta encubridor, y ve como un pecado tratar de cambiar este estado de cosas, diseñado para crear fabulosas ganancias para los de por sí ya inmensamente ricos.
También en este campo, el capitalismo desarrolla no sólo gigantescas riquezas, como jamás soñaron los fundadores de las olimpiadas o del deporte comercializado, sino también enormes capacidades físicas de los atletas, que las desarrollan en su inmensa mayoría para triunfar en el mercado de mercancías deportivas, con cualidades inauditas hace algunas décadas y récords mundiales que parecían imposibles hace sólo unos años. Cada récord, cada nueva hazaña deportiva, debidamente tratada por los medios de comunicación capitalistas, genera ríos de ganancias; lo que se les paga incluso a los más caros jugadores y atletas es como una gota de agua dulce en un mar de plusvalía. Además, los lujos y el tipo de vida que se dan mientras son triunfadores, termina, en última instancia, en manos de la misma clase rica que se los vendió. La creación de la élite deportista es un negocio redondo.
El monopolio del poder deportivo se manifiesta en la propiedad privada por contados capitalistas de los poderosos medios de comunicación que controlan la producción y circulación de información deportiva, información que se regula de acuerdo a los intereses de los dueños de canchas, estadios, permisos para competir, controladores de las ligas deportivas de todo tipo, comercializadores de espacios, de jugadores y sus imágenes, logos, colores, y toda la parafernalia que acompaña la mercantilización del deporte. Dueños que, en realidad, forman toda una misma clase social expoliadora, aunque hablan diferentes lenguajes.
Claro que existen los casos de los grandes deportistas que se dedican a trabajar por su pueblo y a enseñarles la cultura del deporte sin un sentido de lucro, pero quedan fuera del esquema del gran capital y tienen que luchar hasta lo indecible por llevar a cabo sus propósitos humanistas, siempre en desventaja. Lo más común es el deportista millonario que dona o crea fundaciones que no afectan, en última instancia, el esquema explotador.
En este esquema del capital, a los deportistas de excelencia se les caza como talentos, se les endiosa, se les pagan fabulosas ganancias y después se les despluma al venderles un mundo de riquezas sin medida, volviendo así la riqueza a sus originales poseedores. Pero no todos corren la suerte de los deportistas de la aristocracia
Veamos el ejemplo del fútbol profesional en los 193 países del mundo, más algunas regiones que por su importancia poblacional también lo practican de manera independiente y organizada. Así, tenemos que en Oceanía 11 países tienen 124 equipos en primera división profesional; África 816 equipos en 54 países; Norte y Centroamérica 451 equipos en 38 países y regiones; América del Sur 180 equipos en 10 países; Asia 551 equipos en 47 países y regiones; Europa 726 equipos en 54 países y regiones. En total, en 214 países y regiones hay 2,848 equipos de primera división, mismos que con un promedio de 21 jugadores, entre titulares y banca, suman 59,808 jugadores en el mundo en una temporada (Anexo:Cantidad de clubes de primera división de fútbol por país - Wikipedia, la enciclopedia libre).
De los casi 60 mil jugadores de primera división en el mundo, son sólo algunos cientos los que ganan esas cantidades exorbitantes que gustan los poderosos medios de comunicación de presentar como el ideal al que deben aspirar todos los miles de asalariados deportivos: jugadores de todas las divisiones profesionales, árbitros, entrenadores y personal diverso. Ese es el resto que forma la base trabajadora que el gran capital explota y de donde surge su riqueza temporada tras temporada. Esa es la base trabajadora que, por las inevitables leyes económicas del sistema capitalista, independientemente de los deseos, no puede ganar más que lo que cuesta su fuerza de trabajo, su capacidad deportiva, para luego ser desechados.
Lo mismo ocurre con todas las ramas del deporte profesional, en donde el ejemplo de los excelentes sólo sirve a los ricos como la zanahoria para mover al resto en pos del ideal que, en interés de sus explotadores, todos se deben imaginar, aunque sufran Acoso, abuso y maltrato en el deporte mexicano o cuando dejen de competir y se retiren queden en desgracia, con lesiones y discapacidades que nadie les atenderá. “Un estudio elaborado por la fundación inglesa XPro, que se dedica a ayudar a ex futbolistas con problemas económicos, reveló en 2013 que tres de cada cinco futbolistas de la premier se arruinan en los primeros cinco años después de su retirada y que uno de cada tres rompe su matrimonio antes del primer año jubilado. Alrededor de 150 exjugadores de la Liga inglesa han pasado por prisión.
Las cifras son similares en el deporte americano. Según la revista estadounidense Sports Illustrated, al menos el 60 por ciento de los jugadores de la NBA se declara en bancarrota antes de que pasen cinco años sin jugar. El porcentaje se eleva hasta el 79 por ciento en el caso de la NFL” (El abismo de los deportistas retirados: "Pierdes tu lugar en el mundo y aparecen todos los fantasmas" | Historias).
Combatir este sistema explotador y cambiar los ideales del deportista, por un deportista humanista y rebelde que luche por rescatar el deporte para bien del pueblo trabajador, masificando su práctica y transformando la realidad con la creación de miles de escuelas y unidades deportivas por todo el país, la formación de miles de entrenadores y maestros del deporte con la garantía pública de que se dedicarán a entrenar masivamente a los mexicanos trabajadores, debe ser la tarea de la vanguardia y de todos los antorchistas de corazón. Ese es el ideal de nuestra XXI Espartaqueada Nacional Deportiva, por eso es grandiosa. ¡Bienvenida!
0 Comentarios:
Dejar un Comentario