El pasado viernes 3 de septiembre del año en curso me enteré que un familiar lejano estaba gravemente enfermo, que su hermano mayor acudió en su auxilio acompañado de una asistente de salud comunitaria quienes al llegar a su casa y verificar que le faltaba oxigenación, decidieron llevarlo a que le dieran atención médica; lo subieron al vehículo y su hermano mayor lo trasladó primero con el médico que siempre había atendido al enfermo pero tuvo la mala suerte de no encontrarlo; de allí lo trasladó al Hospital General de Zacatecas donde no quisieron atenderlo porque, según dijeron, no estaban recibiendo a nadie por falta de oxígeno y le ordenaron que se lo llevara inmediatamente; impotente, salió con su enfermo buscando algún médico particular pero conforme pasaban los minutos respiraba con más dificultad y por temor de que se le desmayase, decidió comprar una botella de alcohol para “untarle” en lo que hallaba un médico; se metió en una plaza comercial donde hay un mercado Soriana, compró alcohol y al salir ya lo esperaba otra sobrina de profesión enfermera que también trató de ayudar al enfermo pero no pudieron hacer mucho. Acudieron los paramédicos y las autoridades correspondientes quienes se llevaron al enfermo que no sobrevivió y les entregaron el cuerpo a los familiares.
¿Cuántos hechos similares habrán ocurrido durante estos años de pandemia? Personalmente conozco uno acaecido el año pasado en Monterrey Nuevo León en el que falleció mi amigo y compañero de lucha Jacinto Ponce Rubio; no murió enfermo de covid-19 pero sí murió a causa de ese virus; Jacinto tenía un padecimiento crónico adquirido en su juventud cuando trabajaba en una fábrica de pinturas en la que la aspiración de los químicos usados en la fabricación le destrozaron los pulmones; el día de su muerte tuvo una recaída y al andar buscando oxígeno, ningún hospital se lo pudo proporcionar porque todos estaban saturados con los enfermos de covid-19. No pretendo hacer un recuento pormenorizado de los casos que conozco, señalo estos dos para ilustrar lo trágico que está resultando la pandemia para las familias trabajadoras que en todos los casos son las más afectadas. Dos hechos diferentes, pero con una similitud, ambos eran hombres muy trabajadores, Jacinto fue obrero y el segundo agricultor.
El segundo caso cuyos nombres me reservo por el momento, tiene otras connotaciones importantes. Primera, el enfermo vivía solamente con su esposa dedicada también al campo y al hogar; por su origen la señora no tenía nociones de lo peligrosa que era la enfermedad que padecía su esposo ni mucho menos de la atención que requería. Segunda, todos sus hijos emigraron a Estados Unidos donde viven desde hace más de veinte años y no pudieron estar pendientes de su padre; de ellos, solamente uno pudo venir al sepelio porque para quienes van a trabajar “al otro lado” les resulta difícil tanto por el gasto como por los peligros y los problemas legales que enfrentan. Tercera, el señor tenía cultivadas sus tierras y a punto de cosechar, pues, aunque los hijos emigran la gente de acá sigue luchando por sobrevivir; ahora su hijo tendrá que levantar la cosecha.
Me interesa resaltar este hecho porque en su tercer informe de gobierno, el presidente de la república, ante la falta de obras y acciones realizadas en sus tres años de gobierno, presumió como un logro histórico suyo, el aumento de las remesas enviadas por los paisanos a sus familias. No puedo dejar de señalar el desagrado que me causó escuchar un pronunciamiento tan triunfalista y tan fuera de lugar porque sé de los padecimientos de maltrato, explotación y discriminación que sufren los emigrados en aquel país y de los peligros que corren para cruzar la frontera; conozco, además, las penalidades que sufren los miembros de las familias que se quedan en el país. Tanto los que se van como los que se quedan sufren por igual el distanciamiento y la desintegración familiar con todas sus secuelas, que son muchas.
Se dice que en 2020 emigraron hacia Estados Unidos 618,161 mexicanos y que en aquel país hay 38.5 millones de personas censadas; agregando los nacidos allá, se comprenderá la magnitud del problema y se entenderá que tragedias como las narradas líneas arriba, se dan por cientos de miles. Por eso, creo que el primer mandatario se equivoca al presumir un logro que no es resultado de su gestión sino del trabajo de los mexicanos que sufren las calamidades de la emigración y que, además, no comenzó con este gobierno, sino que existe desde antes de la Revolución Mexicana de 1910; en su euforia, el mandatario olvida que quienes emigran lo hacen huyendo de la carestía de la vida, la falta de empleo, la violencia y la falta de salud. Vaya un reconocimiento a nuestros paisanos que allende las fronteras se parten alma y corazón para sostener a sus familias aún con el riesgo de no volver a casa.
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