* En el II Torneo Nacional de Beisbol, en Culiacán Sinaloa.
Culiacán, Sin. A las dos de la mañana, una voz femenina llamó a través de mi ventana y con preocupación reflejada en el rostro me dijo: "Maestro, voy a traer unas ollas grandes que me faltan, le tocó cuando llegue para que me abra la puerta".Una hora más tarde llegó con enormes ollas, "nos las prestaron en un comedor comunitario", dijo, mientras yo me preguntaba cómo le habría hecho para conseguirlas a esa hora.Le ayudé a meterlas dentro de la casa.Ella todavía se quedó trabajando en su computadora, algo imprimía.
Las emociones iniciaron este día no en las gradas, sino en los pechos de cientos de sinaloenses que, como ella, estaban volcados en la organización del II Torneo Nacional de Beisbol que prepararon en conjunto con la Comisión Nacional Deportiva, encabezada por Samuel Aguirre Ochoa y por Telésforo García Carreón.Infinitos detalles: colgar las vinilonas la tarde previa, comprar los víveres, imprimir los boletos, los volantes, distribuirlos, y un largo etcétera que cuando es muy largo conviene resumirlo en una palabra: antorchista.
Cuando mi reloj sonó, a las seis de la mañana, ya estaba despierto el ingeniero Pergentino Cortés, dirigente estatal en Sinaloa, arreglando papeles en su habitación.Pensé en un cafecito, pero pronto se me olvidó para revisar lo que había publicado la noche anterior y las noticias de mi Sonora.Entretanto el "inge Perge", como cariñosamente le llaman todos, apresuraba el ritmo de sus actividades.Si su teléfono celular pudiera quejarse diría que estaba atormentado esa mañana: ya preguntaba por esto, por aquello, por lo otro: "dónde estás", "ahorita ya no es tiempo de eso", "esa cantidad de hornillas no te va a alcanzar, consigue más", "hazte cargo de ese albañil".
Salimos hacia los campos de Japac, sede del torneo y ya había gente como hormiguitas en el comedor, llevando, trayendo, dando órdenes, pasando esto a aquella señora o a la otra enfurruñada por la lentitud de alguien.Sobre un plástico en el recién regado pasto yacían varias manoplas de beis para su venta, después de todo no siempre llegan más de 800 jugadores de todo el país a estos campos, seguro alguno se enamorará de la de color beige; una persona pasaba pujando cargando garrafones de agua; faltaba todavía un paquete más de volantes para ir a difundirlo u escuché un "toma, hazte cargo", dicho a la carrera.
Se ven circulitos por aquí y por allá: los entrenadores de los primeros equipos comienzan a convocar a sus pupilos, a reconvenirlos, a mostrarles el doloroso camino de la responsabilidad y la honorabilidad deportiva.Aquéllos jóvenes, de esbeltos cuerpos, cargando manoplas y bates, se acercan a ver un periódico mural que muestra fotos de viejas glorias que han pisado estas canchas.Sí, es bello trotar por el mundo: "comer alimenta al cuerpo, leer alimenta la mente, pero viajar alimenta al espíritu".
Se miran llegar apresurados comisionados y responsables de las comisiones antorchistas que se agrupan a revisar los más mínimos detalles, uno está revisando una por una las últimas actas de nacimiento, bajo la mirada atenta de todos.Se sientan en cualquier lugar que les permita trabajar.Todo tiene que salir bien: esa determinación se les ve en la mirada.
Dentro de los campos uno, dos y tres, ya hay equipos calentando, En la mañanita fresca la tranquilidad de un paseo se viste con los aleteos preparatorios de los peloteros que quieren alzar el vuelo.
Ya se acerca la hora de iniciar, hay nerviosismo por todos lados: en el dogout de Sonora los preparativos son intensos, las emociones se mezclan, la espera es tortuosa, las manos están ansiosas y las miradas son reflexivas…veinte veces las mismas recogen tierra y la embarran sobre la angostura del bate, parece que nunca es suficiente, como si el terco palo se resistiera a dejar de ser resbaladizo.Ya el cátcher inicia con su ceremonia que lo caracterizará durante todo el juego, quitarse insistentemente su mascarilla para secarse el sudor, primero de un lado de las sienes, después el opuesto, siempre igual, con la misma mecánica, repetitiva, nerviosa, como una muletilla que ahonda su concentración…
Y el campo de la batalla que está a punto de iniciar sufre sus últimos preparativos, esos que sólo un escalador experimentado puede darle: las líneas, los límites, como todo en la vida.Aquí no caben los errores, aquí la perfección de lo aparentemente pequeño es el requisito imprescindible de la grandeza de las hazañas…
Los calentamientos se aceleran, los elásticos brazos insisten en golpear rudos las manoplas que sueltan su grito triunfante a golpe de bola.Aquél pitcher mira y remira la bola, le da vueltas, la sopesa, la vuelve a mirar y finalmente la arroja para hacer gritar con profunda voz de bajo a otro guante.
Llegan el ampayer y sus auxiliares y de inmediato el coordinador antorchista corre a ellos, los saluda, se ponen de acuerdo, ya todo se platicó afortunadamente en las juntas previas y ahora es el momento simplemente de actuar.
Una última reunión del entrenador con todos y los últimos consejos: Más sabe el diablo por viejo… los consejos amistosos, pero firmes del que sabe lo que cuesta la disciplina: quizá es el que más sufre en estos momentos, pocos como él saben valorar la derrota y sus consecuencias, por eso da consejos valiosísimos.Luego vendrá el grito unificador…"Sonora".
Directivos y ampayer, bajo el cuidado del responsable antorchista, terminan de ponerse de acuerdo alrededor del home.Viene la verificación de que todo está en regla, no tenemos cachirules, la malicia tramposa y malévola es expulsada del campo, todo en regla… venga el volado para ver quién se adueña primero del montículo.
Presurosamente llegan Samuel Aguirre y el Inge Perge, para dar una última verificación.Al darse cuenta de que todo va como debe, de que este torneo no puede ser una mácula para el prestigio antorchista de hacer las cosas bien, quedan satisfechos y aceptan de inmediato una foto con los dos contendientes:
Bueno, por fin, ahora sí: "¡Play ball!"
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