Desde la muerte de Iósif Stalin (1953) se han dado muchas respuestas a ese cuestionamiento. Sin embargo, por lo menos hasta la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991, y también después de este año, la amplia mayoría de respuestas llegaron de Occidente. Se trata de una larga lista de publicistas antisoviéticos o sovietólogos prejuiciados, cuyas producciones se reducen a la simple propaganda sensacionalista e infundada. Muy pocas voces occidentales han alcanzado a criticar con suficiencia esas fabricaciones marcadamente ideológicas cuya principal virtud es abusar de cifras sorprendentes, totalmente inventadas, que convierten en monstruos carniceros e insaciables a Stalin y a su régimen. En cambio, la crítica desde la academia histórica rusa es mucho más contundente. Los historiadores serios de este país han desmentido desde la evidencia concreta de los archivos las calumnias elaboradas en contra de la URSS: sostienen que la represión política del estalinismo fue bien cierta, pero al mismo tiempo demuestran que no fue tan amplia como se supone. Esta violencia estatal sólo afectó a una parte reducida de la población soviética.
Naturalmente, en el ambiente rusófobo de ayer y de hoy que mantienen los líderes imperialistas de América y Europa, no ha convenido sacar de las agendas políticas la propagación y circulación de mentiras que sirvan para el discurso condenatorio de Rusia y de su pasado socialista. Entre las más notables están las invenciones de Alexander Solzhenitsin, quien elaboró de la nada la cifra imposible de 110 millones de víctimas mortales de la represión política en la URSS.[1] También han servido mentiras como las que inventaron desde cero los “expertos” occidentales durante la Guerra Fría, cuyos recuentos de víctimas mortales del estalinsmo fueron elevados al rango de 50-60 millones de personas, o “estimaciones” más recientes, como las del Libro negro del comunismo, editado en 1997 por Stéphane Courtois, cuyas cuentas arrojan el número inventado de 20 millones de muertos de represión política estalinista.[2] Este tipo de publicaciones se editan y reeditan, dejando en la oscuridad cualquier versión alterna de las historias anticomunistas o antirrusas que cuentan.
Por eso considero que, en este escenario abrumadoramente hostil hacia lo ruso, es digna de reconocimiento la valentía de los promotores marxistas franceses de Éditions Delga. Esta casa editorial osó publicar, en febrero de 2022 –es decir, en el mismo momento en que comenzó la Operación especial de Vladimir Putin en Ucrania–, su traducción al francés de una notable obra del historiador Viktor Zemskov (1946-2017). Me refiero al elocuente título Staline et le peuple: pourquoi il n’y a pas eu de révolte (en español: Stalin y el pueblo: por qué no hubo revuelta), cuya edición original en ruso apareció en otra fecha sumamente significativa del conflicto ruso-ucraniano: en 2014, el año del Euromaidán.[3]
Desde el final de la década de 1980, Zemskov fue de los primeros y pocos historiadores que tuvieron acceso a los reportes estadísticos sobre la represión política estalinista elaborados por el KGB, el Ministerio soviético del Interior, el ministerio de la Seguridad de Estado y otras altas instancias políticas de la URSS. Esta información había sido mantenida en secreto por muchos años, por lo menos hasta 1989, cuando los Archivos del Estado abrieron sus puertas a la investigación académica.[4] De esa manera, por el simple efecto de las fechas, casi todo lo publicado en Occidente hasta el inicio de la década de 1990 –e incluso después– que estuviera relacionado con la represión política, así como las supuestas decenas de millones de asesinatos o ejecuciones del estalinismo, es mentira, es inventado, o simplemente no tiene fundamentos científicos ni es verificable en los únicos repositorios que pueden decir algo concreto sobre dicha represión: los Archivos estatales de Rusia.
En términos generales, Zemskov señala que las tergiversaciones históricas sobre la represión partieron del interior del postestalinismo oficial. La mentira salió especialmente de la pluma de uno de los primeros sujetos que demonizaron a Stalin, Nikita Jrushchov. Éste anotó en sus Memorias –un manuscrito posterior a su salida del gobierno soviético, en 1964– que los internos que existían en los campos soviéticos en el momento de la muerte de Stalin alcanzaban los 10 millones. Pero este número es falso pues, mientras fue jefe de Estado, el propio Jrushchov firmó y validó documentos en los que se hablaba de un total de 2,6 millones de prisioneros registrados hasta el día en que murió Stalin. En otras palabras, dice Zemskov, Jrushchov multiplicó casi por cuatro la cifra real, el número que él mismo había dado por bueno unos años atrás.[5]
A partir de ese momento inaugural, los números fueron incrementando progresivamente. Los inflaron los voceros antisoviéticos de Occidente, los disidentes de la propia URSS de tipo Solzhenitsin, así como algunas voces detractoras del régimen de los Sóviets, como Roy Medvedev (quien sumó, de donde pudo, 40 millones de víctimas). Algunas voces de académicos de Occidente –como John A. Getty, Stephen Wheatcroft, Robert W. Davies y Gábor T. Rittersporn– se levantaron entre 1980 y 1991 en contra de las invenciones ideologizadas de los plumíferos de Europa y América. Pero los promotores de la Guerra Fría contra la URSS dieron más foro a la mentira de los 50-60 millones de víctimas, dejando en la sombra a aquellos protestantes que exigían mayor circunspección y seriedad para realizar esos cálculos.[6]
El invento de un estalinismo monstruoso surtió efecto hacia el interior de la URSS. En las postrimerías de la Guerra Fría, la población soviética llegó a creer que eran ciertas varias de aquellas cuentas exageradas con fines propagandísticos. Así, cuando estaba por caer la URSS, el antiguo jefe del KGB del gobierno de Gorbachov, Vladimir Kriuchkov, declaró por primera vez en público algunas de las cifras verdaderas: en el periodo de 1930-1953, dijo, los prisioneros políticos y los condenados a muerte habían alcanzado los 3,778,234 y los 786,098, respectivamente. Pero nadie le creyó. Una cuenta tan pequeña resultaba casi inadmisible para un público acostumbrado a la propaganda ideológica y, por su parte, los publicistas detractores se apuraron a revalidar las invenciones tipo Solzhenitsin y los datos “científicos” de los imaginativos académicos occidentales, quienes –hay que recalcar– nunca habían pisado siquiera el umbral de los Archivos del Estado ruso.[7]
Todavía en la primera década del siglo XXI, el autor franco-estadounidense de origen soviético Moshe Lewin llamó la atención sobre las “preconcepciones” de los estudiosos de la era de Stalin. Entre otras cosas, Lewin refería que éstos proyectan o asumen llanamente “un número de víctimas desproporcionado y ridículo e imposible de verificar, y en el que se mezclan las víctimas del terror con las [de] decisiones políticas y económicas”. Las cifras de la represión política son engrosadas, indicaba este autor, con números como el de las “criaturas nonatas” o simplemente son ampliadas mediante el ejercicio de alargar artificialmente la periodización de la represión política: por ejemplo, establecen como su debut el año de la Revolución Rusa, 1917, y como su final la caída de la URSS.[8] Así, las cifras atribuidas a la violencia estalinista terminan por incluir a víctimas de otros conflictos (como la Revolución y la Guerra Civil) o a muertos que nada tuvieron que ver con algún género de represión política (como los nonatos).
En cambio, Zemskov respondió desde el archivo a esa producción prejuiciada. Como buen historiador, se sentó a leer y sistematizar los detalles de los reportes sobre la represión política, interpretó los resultados de su trabajo y produjo una aproximación mucho más precisa al estudio de las víctimas del régimen de Stalin. Lo anterior arrojó, entre otras cosas, que entre 1921 y 1953 los condenados por “crímenes contrarrevolucionarios y por otros crímenes de Estado particularmente peligrosos” ascendieron al total de 4,060,306. Dentro de esa cifra: 799,465 personas fueron condenadas a pena de muerte; 2,631,397 individuos fueron enviados a campos, colonias o prisiones; 413,512, condenados al exilio y deportación, y 215,942 sufrieron otras medidas (véase el cuadro 1).[9] Esta información, así como otras más que presenta en su libro, le permiten sostener que la represión política del estalinismo únicamente afectó a una pequeña parte de la población soviética.
Por último, teniendo presentes estas cuentas, me gustaría ofrecer un cálculo rápido que puede permitir poner a prueba la tesis de Zemskov. Para ello, me permito tomar una cifra de la población soviética basada en los censos de la década de 1960, recalculada por un tal “M. Bennigsen” y recogida por Le Monde diplomatique en 1967. Este periódico decía que, ordenados por ramas de nacionalidades, la URSS contaba con 173 millones de “indoeuropeos”, 32 millones de “uralo-altaicos”, 4 millones de “ibero-caucasianos”, 2 millones de “semitas”, 350,000 personas de varios “pueblos asiáticos”, y 127,155 personas de “los pueblos del Norte”. Eso hacía un total aproximado de 211,477,155 habitantes, aunque el mismo Le Monde estimaba que la cifra real de la población en 1967 sobrepasaba ya los 230 millones de soviéticos.[11]
Ahora bien, ¿cuánto representaban las cifras de condenados del estalinismo registradas en los archivos frente a esos cálculos de población total? En términos absolutos, la cifra de varios millones de víctimas que recupera Zemskov es muy significativa, es decir, 4 millones es ¡muchísima gente! No obstante, poniendo ese universo de víctimas del periodo 1921-1953 frente a los totales de población soviética, los guarismos del Cuadro 1 resultan muy pequeños: los cuatro millones de condenados representan apenas entre el 1.8 y el 2% de la población que reportó Le Monde; los 799,465 condenados a muerte, entre el 0.3 y el 0.4%; los 2.6 millones de prisioneros, entre el 1.1 y el 1.2%; los 413,412 exiliados y deportados, entre el 0.18 y el 0.2%, y los 215,942 que sufrieron “otras medidas”, entre el 0.09 y el 0.1%. De esa manera, tal como propone Zemskov, además de que los reprimidos políticos de Stalin fueron mucho menos que aquellas decenas de millones que reportan de manera calumniosa los voceros rusófobos, la represión política bajo el gobierno de Stalin tampoco pudo ser un elemento tan imponente como lo señalan los estigmas occidentales, en la medida en que no afectó más que a una pequeña porción de esos 211-230 millones de soviéticos.
BIBLIOGRAFÍA
[1] La elaboración de su mitología sobre la represión comenzó por lo menos a partir de su libro Archipiélago Gulag, elaborado entre las décadas de 1950-1960 y publicado en Francia en 1973.
[2] Este libro a pesar de sus mentiras, que incluso ocasionaron discusiones y críticas entre los colaboradores, ha sido publicado en muchos idiomas. La primera edición en español apareció en 1998 y al parecer la fuerza de las fobias occidentales hacia lo comunista han llevado a una edición española relativamente reciente, de 2021.
[3] Viktor Zemskov, Staline et le peuple: pourquoi il n’y a pas eu de révolte, Paris, Éditions Delga, 2022.
[4] Ibidem, pp. 14-17.
[5] Ibidem, pp. 21-22.
[6] Ibidem, pp. 21-23.
[7] Ibidem, pp. 23-24.
[8] Moshe Lewin, El siglo soviético ¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética?, Barcelona, Crítica, 2006, 33-34 (versión epub). La versión original en francés fue publicada en 2003.
[9] Zemskov, Staline…, op. cit., pp. 15-16. Al parecer hay una errata de registro de una decena en el cuadro de Zemskov.
[10] Cuadro copiado de Ibidem, p. 16 (la traducción del título y los conceptos son del autor).
[11] “Composition nationale de l’URSS”, Le Monde diplomatique, octubre 1967, p. 2 (consultado en los archivos de https://www.monde-diplomatique.fr el 7 de noviembre de 2023).
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