Hay calles que cruzamos diario y eventualmente, en las que no nos detenemos a observar lo que sucede alrededor, pasamos con prisa, sea por el trabajo, por temor a perder el camión o por miedo a que nos suceda algo. A lo mejor ya estamos acostumbrados a ver al doguero, al anciano afuera de la Coppel pidiendo dinero, a los puestos de gorras o a la cantina que a cualquier hora entran y salen borrachitos, algunos de ellos por la traición del alcohol se quedan reposando en la banqueta con la temperatura cálida de verano de Hermosillo. Todas estas cosas parecen insignificantes, se convierten de tanto verlas, en costumbre, tanto, que ya no nos produce ni un sentimiento que nos relacione con ese panorama.
Este pequeño panorama, también se traslada a las comunidades de la periferia. Al entrar en algunas de ellas, en esta era de progresos sin igual, entramos a lo absurdo: las calles ya no están pavimentadas, son absurdamente de tierra y digo absurdamente porque con toda la riqueza que hay en México ya no debería haber una sola; cables absurdamente tirados por todos lados, charcos de insano lodo donde algunos niños juegan absurdamente vichis mientras algunos padres toman su cerveza debajo del arbusto. También se encuentran absurdamente rodeadas de basura. Se puede ver a los cholos absurdamente arrastrando un
abanico u otra cosa robada de por ahí, cuando hay tanta riqueza en el mundo como para que todos viviéramos dignamente, sin necesidad de que nadie robe nada. Y así, entre otras cosas de lo absurdo, nadie dice nada.
Si alguna vez, la curiosidad vence a la monotonía (y no me refiero a la de Shakira) y pregunta a alguno de los colonos: “¿No les molesta vivir así?”, la respuesta será “no, así estamos bien”.
-¿Esa basura no le molesta?
-Ahorita vienen los cholos y se la llevan.
-¿No le interesa que se regularice su colonia?
-No hace falta, tengo luz, tengo agua.
-Pero, anda colgado de la luz y conectado ilegalmente del agua ¿no le molesta eso?
-No, mientras no pague así estoy bien.
-Eit y ese refri que lleva aquél, ¿de dónde lo sacará y a dónde lo lleva?
-¡Ahhh! Así es aquí, oiga, al rato lo verá arrastrando una estufa.
Es tanto el “acomodo” que lo absurdo se pinta de “normal”, cualquiera que no encaje en esta categoría, a los ojos de los demás, es un subnormal. O como le dicen a los colectores de Sonora “Eres un loco, métete”; con este calor, ¡te vas a enfermar!” Tan es así que cuando se les llega a plantear a los vecinos, amigos, o en algunas colonias populares que es necesario el cambio (ya sea por convicción propia o por convicción antorchista) inmediatamente comienzan los bloqueos mentales: “¿Para qué?, si así es la
gente”; “siempre hemos sido así”, “mejor no porque capaz me sale más caro luego estar pagando agua y luz”. “¿Y si me quieren sacar dinero nomás? ¡Qué flojera dar vueltas y al final no se resuelva nada!”, entre muchas otras objeciones.
Una mujer me comentó un día, desesperada por la apatía de la gente de su comunidad: Y yome pregunto. ¿Por qué a las personas no les interesa mejorar sus condiciones de vida? ¿Acaso creen que no se lo merecen? ¿Cómo pueden no pensar en el futuro de sus hijos? Por eso, los políticos siempre nos hacen lo que quieren, pero al rato ahí andamos quejándonos donde no nos escuchan.
Ante este absurdo, es necesario hacer lo que para lo sociedad es absurdo o, mejor dicho, lo que para las elites capitalistas es absurdo: rebelarse contra el orden de las cosas, darnos cuenta que todo cambia, que es posible y que, con todos unidos en Antorcha, actuando coordinados como un solo hombre, unidos fraternalmente, lo podemos lograr. Como lo dijo el “Che” en su momento: “Si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante”.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario