Desde mi punto de vista, para la gente común, de a pie, como usted, amable lector, y como yo, la mayoría de los términos usados constantemente por los especialistas (llámense analistas económicos o articulistas) nos resultan confusos, ininteligibles y totalmente ajenos a nuestro vivir cotidiano y, por tanto, completamente fuera de nuestro interés. Sobre todo si se trata de especialistas que abundan en los medios informativos y que, salvo raras excepciones, están al servicio del sistema económico y social en el que vivimos.
Todo lo que estamos apreciando es el reflejo del agotamiento natural del capitalismo, que intenta curarse por todos los medios, sin descartar los más agresivos y hostiles para la humanidad.
A estos se les paga, me imagino que muy bien, para adornar con florituras verbales y cubrir con palabras azucaradas la realidad desastrosa y amarga que padecemos las grandes masas trabajadoras, no sólo de México, sino del orbe entero, lo cual vuelve riesgoso el panorama para la estabilidad y comodidad del dominio de clase de los ultrarricos, que pueden contarse con los dedos de las manos, sobre toda la población mundial. Aunque usted no lo crea.
Entre esos términos a los que me refiero, que se han puesto de moda últimamente por el relevo de gobierno en los Estados Unidos, se encuentran aquellos relacionados con la política económica de ese país en sus relaciones globales. Por ejemplo, la amenaza de imponer aranceles (impuestos a las mercancías extranjeras que entren a Estados Unidos) como medida de protección a los productores nacionales, pretendiendo fortalecer su mercado interno y como palanca o garrote para obligar a muchos productores a realizar las inversiones ya no en terceros países, donde existe mano de obra barata para explotar y mejores condiciones para producir con un margen mayor de ganancia.
Esta situación ocasionó que las plantas industriales emigraran para reinstalarse en otras latitudes, haciéndose más pequeño este sector en su país de origen, aunque la ganancia y todo el capital agrandado y acumulado en esos países fluyan constantemente hacia la metrópoli, y los ricos más ricos sean precisamente de ahí, pero fortaleciéndose sobre todo como sector financiero.
Es decir, se está implementando el proteccionismo por el actual gobierno estadounidense sin dejar de ser capitalista y tampoco neoliberal, lo que vendría a resultar en un ensayo más para tratar de curar de su natural desgaste y agotamiento al capitalismo, después de que la globalización no hubiera arrojado los resultados que pretendían. Aunque sí los necesarios y congruentes con el natural desarrollo del fenómeno, más bien tuvo como consecuencia el ascenso de fuertes competidores que en buena lid le han ganado la delantera, como es el caso concreto de China y de otros países que vienen creciendo a un ritmo acelerado a pesar de sanciones y agresiones extremas, como es el caso de la misma Rusia.
Su secreto no es otro sino la aplicación de un modelo, y hasta de un sistema económico y social diferente, más humano, justo y equitativo en cuanto a la repartición de la riqueza social producida, lo que va aparejado con una mejora sustancial en el resto de relaciones sociales superestructurales, con una verdadera democracia, el auténtico respeto a los derechos humanos, justicia, la igualdad de derechos en la práctica y no sólo en el papel o a nivel declarativo, como sucede a menudo en el capitalismo.
El problema de Estados Unidos y todo el sistema capitalista es estructural, es decir, se encuentra en las relaciones sociales de producción, en las formadas necesariamente dentro del proceso de producción de bienes materiales, de distribución y consumo de los mismos en una sociedad históricamente determinada, o sea, en el ser social o modo de producción.
La solución, no hay de otra, se encuentra también en la estructura de la sociedad, en esas relaciones de producción que se hacen evidentes cada vez más y han quedado rebasadas por el desarrollo de las fuerzas productivas sociales contemporáneas, convirtiéndose en los hechos en una camisa de fuerza que intenta frenar el desenvolvimiento de aquellas.
Esto requiere su urgente sustitución por otras relaciones sociales acordes con el cada vez más social proceso productivo, evidenciado hasta para los no entendidos por la interdependencia de las economías nacionales en una integración global, llamada cadena de suministro mundial, que se ha vuelto incompatible con los estrechos márgenes del individualismo y su reflejo económico: la apropiación privada de lo producido por toda la sociedad. No hay más.
Lo que estamos apreciando, pues, no es más que el reflejo del agotamiento natural del capitalismo, que intenta curarse por todos los medios, sin descartar los más agresivos y hostiles para la humanidad, pero que, como lo viejo y lo caduco, debe dar paso, lo quiera o no, a lo nuevo y vigoroso. Pues, como dijo Hegel, todo lo que nace merece perecer.
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