La historia de terror que desencadenaron los pistoleros de la Unión Campesina Independiente (UCI) y los caciques de la familia Aco en Huitzilan de Serdán, durante los años 70 y principios de los 80, debe ser analizada por la opinión pública, sobre todo por la juventud huitzilteca para no repetirla. Digo esto porque muchas veces la historia de nuestro pueblo se ha distorsionado por los enemigos del progreso, con el firme propósito de desprestigiar al Movimiento Antorchista, organización que vino a salvar a nuestro municipio de esa época de terror, asesinatos y violencia, de tal manera que la juventud no sienta la necesidad de organizarse y luchar por mejores condiciones para su pueblo, y peor, no logre ni siquiera identificar quienes son nuestros verdaderos enemigos de clase.
Pero una verdadera investigación científica de la historia de nuestro pueblo, encontraría que todo el desarrollo y progreso del que hoy gozamos no fue algo espontáneo, no surgió de la nada, sino que es el resultado de la lucha y el esfuerzo del pueblo pobre organizado, que supo escoger el camino correcto en momentos difíciles. Las futuras generaciones necesitamos conocer la realidad objetiva de este momento histórico, así podremos comprobar que fue Antorcha quien vino a salvar a nuestro municipio y quien ha demostrado en la realidad de los hechos que un cambio en favor de los más desprotegidos es posible, que podemos enfrentar situaciones, por más difíciles que parezcan, como ya lo comprobó el pueblo huitzilteco.
Me atrevo a relatar tres etapas de la historia de Huitzilan, que son las que nos pueden ayudar a abrirle los ojos a la juventud; esto de acuerdo con testimonios del mismo pueblo que sufrió y luchó contra las atrocidades del cacicazgo y la UCI, y cómo Antorcha vino a salvar a nuestro municipio, logró levantarlo y convertirlo en un rubí de la Sierra Norte, después de estar prácticamente en las ruinas.
Es común que los abuelitos recuerden la situación de explotación a la que estaban sometidos los indígenas huitziltecos bajo el yugo del cacicazgo: las largas jornadas de trabajo en los trapiches, donde preparaban aguardiente, que sirvió para emborracharlos e inventarles deudas para despojarlos de sus tierras. “Las jornadas de trabajo eran desde que amanecía hasta que oscurecía; los niños de apenas ocho a 10 años teníamos que realizar trabajos muy pesados, porque no podíamos estudiar; no había escuelas, ni servicios básicos como luz eléctrica; íbamos a los trapiches, desde niños, a cargar con huacales la mazorca y panela que producían nuestros papás, y teníamos que atravesar puentes y veredas en malas condiciones. Era mucho el sufrimiento y cansancio, que a cambio de todo eso solo nos pagaban con una panela y medio almud de maíz (3.5 k) que no alcanzaba para alimentar a toda la familia, y teníamos que complementar con plátanos verdes si bien nos iba”, relata mi madre, mujer huitzilteca de 60 años, quien transmite con mucha tristeza toda la época de injusticia y explotación que tuvo que soportar en su niñez y juventud, los mejores años de su vida.
La segunda etapa es cuando llegó la Unión Campesina Independiente (UCI) a organizar a los huitziltecos bajo el lema “abajo el impuesto predial” y “tierra para todos”; ese discurso no lo materializaron, pues su ambición y su falta de educación política solo desencadenaron de 1979 hasta 1984 una lucha por el poder contra los pistoleros de los Aco. Los asesinatos estaban a la orden del día, no existía la ley y toda clase de atrocidades se podían cometer en contra de los indígenas que no aceptaban someterse a sus dictados, ocasionando así que las familias huitziltecas empezaron a abandonar sus hogares y a trasladarse a municipios vecinos a refugiarse. Ya no había vida en Huitzilan: los de la unión saquearon todas las tiendas, solo quedaron la de los caciques; las escuelas se cerraron, lo mismo que la presidencia. En esta época se cometieron más de 160 asesinatos, violaciones, apropiación de terrenos, así como la quema de viviendas.
Esta situación llevó a un grupo de hombres valientes, encabezados por Francisco Luna Gobierno, Sebastián Manzano, Ramírez Velásquez, Ignacio Gómez Cipriano, entre otros, a dar la lucha para liberar a su pueblo. Acudieron con organizaciones, partidos políticos, incluso, con el gobierno del estado y nadie los quiso ayudar, hasta que encontraron en el camino al Movimiento Antorchista. Los antorchistas, se atrevieron a desafiar la violencia asesina y se metieron, con grave peligro de sus vidas a organizar al pueblo.
Por eso insisto en que el presente de Huitzilan no se puede analizar sin su pasado. Es necesario un estudio científico de la realidad objetiva, como el que ofrece el libro “De revolucionarios a pistoleros”, del autor Ehécatl Lázaro Méndez, que habla de una de las épocas más difíciles de nuestro pueblo. Debemos aprender de esta historia, porque nuestra lucha no acaba: los políticos convenencieros, los arribistas de siempre, adheridos ahora a Morena, como lo es Alonso Aco -quien en varias ocasiones lanzó, a través de un medio estatal, amenazas de muerte en contra de uno de nuestros grandes líderes el licenciado Manuel Hernández Pasión, ex alcalde huitzilteco que engrandeció a nuestro pueblo para llevarlo a un desarrollo más acelerado y que fue asesinado por las balas asesinas del cacicazgo regional-, acechan, acosan al pueblo trabajador para volver hacer realidad todas sus ambiciones.
Los hijos del pueblo huitzilteco no debemos bajar la guardia, hoy más que nunca tenemos que estar más atentos, más unidos y dispuestos a luchar en el Movimiento Antorchista, para defender el proyecto que ha costado mucho esfuerzo y sacrificio a nuestro pueblo, y para honrar la valentía de sus mejores hombres que ofrendaron su vida para llevar a Huitzilan al lugar a donde hoy se encuentra.
“¿Qué es lo más valioso del mundo para nosotros? –continuaba Shulgá-. ¿En aras de qué vale la pena vivir, trabajar o morir? Pues en aras de nuestra gente ¡del hombre! ¿Hay en el mundo algo más hermoso que nuestro hombre? ¡Cuántos trabajos, cuántas dificultades ha soportado para nuestro Estado, para la causa del pueblo!”, La Joven Guardia.
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