Hoy, el Día Internacional de la Mujer, antes denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora, conmemora la lucha de las mujeres por su participación en la sociedad y su desarrollo íntegro como personas, en pie de igualdad con el hombre.
La cuarta ola del feminismo surgió como una crítica, pero hoy es la sombra de la lucha inicial, dejando de lado las verdaderas condiciones de desigualdad que enfrentan las mujeres en el sistema económico actual.
Fue la alemana Clara Zetkin quien propuso esta fecha en memoria de las trabajadoras textiles de la fábrica Cotton de Nueva York, que se manifestaron en 1908 en contra de las condiciones laborales y por el derecho al voto.
Ahora que ya se logró el sufragio, están en otras condiciones, pero ¿realmente ha cambiado la sociedad para mejorar las condiciones de las mujeres o solamente ha cambiado su sometimiento? Para hacer una pequeña reflexión, necesitamos revisar el estado actual de la mujer.
Hoy hablamos del empoderamiento femenino y el liderazgo que trata de promover la liberación de la mujer sobre su economía, su cuerpo y sus emociones, pero la realidad es contraria a lo que se cree.
En la sociedad aún están arraigadas la asignación de roles de género; esto es así porque se percibe a las féminas con el papel de educadoras y pilar familiar. No obstante, debido a los bajos salarios de sus parejas, les ha tocado salir a trabajar para completar el gasto familiar.
La cuarta ola del feminismo, como algunos la llaman, emergió como una crítica, pero se ha convertido en la sombra de la verdadera lucha inicial.
La primera ola del feminismo fue el movimiento sufragista de finales del siglo XIX; la segunda ola, el nuevo feminismo de los años sesenta; la tercera ola, la heterogeneidad e individualización de los años noventa.
En este feminismo actual hay una ambivalencia: por un lado, se encuentra la contribución al gasto familiar y, por otro, el deseo de ser una persona económicamente independiente.
En la primera, donde las mujeres deben salir de sus hogares para contribuir con el gasto básico promedio mensual que en México es de 16 mil 421 pesos, según la Ensafi 2024, se contradice con el salario mínimo mensual en México, que para el año 2025 es de 8 mil 364 pesos.
Por lo tanto, la mujer tuvo que salir a aportar para sobrellevarlo, pero, para procurar a la familia y el hogar, muchas se incorporan al mercado laboral informal, que les permite tener flexibilidad en sus horarios.
De acuerdo con los datos del primer trimestre del 2024 publicados por el Inegi en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), 32.8 millones de la población ocupada en México trabaja en condiciones de informalidad, y de estos, 55.4 % son mujeres y 54.1 % hombres, según datos del tercer trimestre del 2024.
Esto demuestra aparentemente que las mujeres, al ganar su propio dinero, pueden ser independientes; sin embargo, el capitalismo usa el sueño de la emancipación femenina como forma de justificar la explotación de la mujer.
Otra forma en que el Estado maquilla el empoderamiento son los microcréditos, programas de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur global.
Presentados como un empoderamiento de abajo hacia arriba, alternativo al burocratismo de los proyectos estatales, los microcréditos se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza y el sometimiento de las mujeres; sin embargo, estos créditos se conceden como una medida para combatir la pobreza, sin atacar sus causas estructurales.
La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria y unida en pos de una lucha común.
Para llegar a ello, las feministas necesitamos romper esa amistad peligrosa con el neoliberalismo, unirnos en favor de un proyecto universal y entender que sólo la lucha y la unidad podrán lograr la emancipación, no solo de las mujeres, sino del género humano, al que hasta hoy mantienen sometido.
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