El proceso educativo lleva implícito tres alcances que resultan indispensables, el primero de estos, que se da dentro del aula, es la instrucción, apegándose al currículo haremos alusión a una serie de pasos, guías, instrucciones que son las que permiten que los estudiantes desarrollen una tarea inmediata, se instruye, pues, para dar una receta, para dar indicaciones para llegar a algún lugar, así como para poder resolver un problema de factorización.
El segundo de estos alcances vincula los aprendizajes obtenidos con los valores que son indispensables para la práctica social y educativa, por ejemplo, cuando enseñamos a un niño a multiplicar y uno de los problemas a resolver es que un grupo de niños como él (aprendizaje contextualizado) tienen cierto número de caramelos e incluimos en el problema matemático que uno de ellos hurtó esos caramelos, debatiremos en el aula acerca del porqué un hurto resulta ser una acción fatal en dependencia del caso.
Por último, el desarrollo llevará consigo el conjunto de habilidades, aprendizajes, saberes, competencias y valores y se aplicarán en la vida cotidiana, es decir, el proceso educativo parece nunca culminar pues hasta que no se ejecute no sabremos con exactitud qué impacto haya tenido este.
Visto desde este punto esquemático, parece que la educación es un fenómeno muy fácil de ejecutar, sin embargo, en nuestra entidad parece ser más sencillo obtener títulos de propiedad en tierras ajenas que lograr que nuestros niños y jóvenes obtengan una educación de calidad.
A principios de la pandemia, el Gobierno federal instauró ciertas acciones que garantizarían que todos los jóvenes y niños en la república pudiesen hacerse de los recursos necesarios para seguir estudiando, no es mi intención detenerme en explicar estos ramilletes de buenas intenciones pues ya he hablado de esto con anterioridad sin embargo lo que realmente impacta es la renuncia a los parámetros internacionales de medición del dominio de las habilidades en Matemáticas y lecto-escritura que se hizo en nuestro país.
Renunciar a estos parámetros dejaba una brecha enorme en la cuantificación del dominio de las habilidades básicas por parte de nuestros estudiantes. Sin embargo, el enunciado fatal fue poder decir que el programa de la escuela en casa había tenido tanto impacto que nueve de cada 10 estudiantes había podido desarrollarse, sí desarrollarse, con todo lo que eso implica. Parece una broma terrible, sabemos que esto no es cierto.
En nuestro estado, las autoridades educativas nunca hicieron un estudio real de las condiciones en las que se encontraba la comunidad estudiantil, ni los centros educativos o las familias de los estudiantes pues era éste, el núcleo familiar, quien se encargaba de sostener el proceso educativo o al menos parte de éste. Al mismo tiempo se han cerrado programas de apoyos que no eran precisamente monetarios pues el recorte a la investigación y actualización, la cancelación de los programas de escuelas completas entre otras acciones unilaterales, dejaban en evidencia la nula empatía por parte del gobierno federal.
Chiapas es el estado con mayor índice de pobreza, la pobreza material que se traduce en una educación decadente pues el 444% de los jóvenes en edad de estudiar o no lo hacen o deben fluctuar entre las aulas y un trabajo de medio tiempo para poder subsanar los gastos necesarios.
Es, por tanto, insultante, que las autoridades ahora digan que estamos más que bien y que, al mismo tiempo, en nuestro estado, la educación va aumentando su calidad cuando la realidad palpable y real (disculpe la redundancia) muestra otros datos.
Se necesita, pues, sacar al pueblo de su atraso, pero esto no se conseguirá si antes las aulas no garantizan el logro completo del proceso formativo, por tanto, en Chiapas la educación no sólo es importante, sino una necesidad para poder salir a flote, que valga que nosotros lo hemos dicho, antes que el pueblo exija por fuerza lo que necesita.
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