Ideología y enseñanza, la contradicción del sistema educativo
¿Cuál debe ser el fundamento de la enseñanza? ¿Qué significa educar? ¿A quién corresponde desempeñar en la sociedad actual el papel de educador? Estas preguntas quedaron pendientes en la primera parte del análisis y corresponde, una vez puesto de manifiesto que la primera condición que exige un pueblo para ser educado es contar con las condiciones materiales necesarias antes de intentar transformar las espirituales, acercarnos en esta segunda parte a los fundamentos científicos y a los elementos pedagógicos que exige un modelo educativo verdaderamente social y humano.
Así como todos los aparatos superestructurales de un sistema social, la educación tiene dos funciones generales (ideológica y formativa), aunque particularmente está condicionada por el sistema en que se desenvuelve. El “sistema educativo” solo en su etapa primitiva igualó las condiciones de enseñanza entre los hombres; no existían diferencias de género, raza, e, incluso, edad, que distinguieran al educador y al educando. A pesar de que de manera natural el adulto, por experiencia, tuviera más conocimiento que brindar, el niño y el joven no eran tratados sólo como objetos de aprendizaje, en la medida en que su conocimiento del entorno y su experiencia los avalaran, la igualdad entre toda la tribu, como asevera Morgan, se hacía patente en la práctica. Sin embargo, desde que aparece la propiedad privada, se requiere, más allá de un sistema policiaco que detente y defienda los intereses de una clase, un aparato de control que permita subyugar y someter, sin necesidad de hacer uso de la violencia, a una inmensa masa de seres humanos. La “educación” se prioriza en las sociedades modernas como una herramienta de sometimiento ideológico que impide cualquier inconformidad producto de las desigualdades materiales existentes. Es siempre más sencillo y eficaz, según este nuevo sentido en la enseñanza, ponerle cadenas al espíritu que al cuerpo.
La educación no existe pues de manera pura y separada de las necesidades sociales de adoctrinamiento. Su razón de ser es ideológica, a pesar de que en varias etapas del desarrollo de la humanidad, como en el renacimiento, “época que necesitaba gigantes y engendró gigantes”, haya predominado el elemento formativo. Caeríamos en un error si absolutizamos cualquiera de estas funciones en una etapa social determinada. Sin embargo, no podemos dejar de considerar que la necesidad de crear escuelas, gimnasios, institutos, etc., se encuentra en el corazón mismo del ser social como una condición para perpetuar su existencia. No existe momento de la historia, una vez superada la comunidad primitiva, en el que la clase en el poder no haya utilizado este “aparato” para imponer sus intereses. Sólo en el México antiguo, para tener un ejemplo histórico inmediato, la existencia de las dos escuelas: Calmécac y Telpochcalli, evidenciaban la existencia de dos clases en desarrollo. En la primera de ellas los jóvenes eran preparados en “el arte de gobernar”, mientras que en la segunda institución, destinada a los hijos del pueblo, se enseñaba “el arte de trabajar” y de guerrear, considerando que la nación azteca existía fundamentalmente de sus conquistas militares. Hoy, esa división parecería imposible, pero en su lugar tenemos las escuelas públicas y privadas, cada una de ellas cumpliendo las mismas funciones que el sistema les atribuía otrora a las antiguas instituciones de enseñanza.
De tal manera, es necesario no olvidar este contenido inevitable en todo aparato educativo, su misma condición de “aparato” reclama orientar esencialmente la educación hacia las necesidades e intenciones del Poder, al cual sirve y regula. En este sentido, al acercarnos al contenido de la enseñanza, antes de pensar con qué materias o disciplinas instruir, es preciso considerar para qué se enseña. Si partimos del fundamento humano y liberador de la educación, requerimos entonces enfocar nuestro análisis en aquellas disciplinas y ciencias que permiten un desenvolvimiento y un crecimiento del ser humano y social; desarrollando cada una de sus capacidades, poniendo a prueba todas las posibilidades espirituales que radican en el individuo y desarrollando aquellas cuya potencialidad sólo exige práctica y entrenamiento. No se trata de reemplazar a los grandes gigantes de la antigüedad o el renacimiento, el objetivo humano y social de la educación debería ser que: “cada uno que lleve en sí un Mozart o un Rafael pueda desarrollarse libremente”.
Obligados a ser esquemáticos, la educación debería centrarse necesariamente en tres aspectos: ciencia, cultura y sociedad. En ellos radica primero, el conocimiento del mundo, de lo real; segundo, el crecimiento espiritual y humano que tiene en el arte su realización, utilizando la idea platónica del arte como elemento que nos permite acercarnos a la idea perfecta del hombre y, finalmente, la comprensión del ser individual como un ser colectivo y social; la formación de cada individuo como ser político consciente de sus responsabilidades sociales no sólo frente al Estado, como se estila en nuestros días, sino sobre todo, frente a sus semejantes, visto, en el sentido más inmediato de la explicación, a sus iguales de clase con los que tiene una responsabilidad y un deber innatos.
El capitalismo, en su afán de generar riqueza, depuró a la educación de todo su sentido humano y espiritual dejando, en su lugar, el burdo “pago al contado”. Condicionó la formación del trabajador en la deformación del hombre. Creó máquinas parlantes y obedientes en lugar de seres pensantes y humanos. Hoy, la educación está casi absolutamente orientada hacia la generación de riquezas y depurada casi en su totalidad de su sentido creador y transformador. La creación de “profesionales” requiere la fragmentación del espíritu, dejando sólo una parte útil y desarrollada; como a un cuerpo que, para aguzarle el sentido del oído, se le anularan todos los sentidos restantes. Este hombre de una sola dimensión es el que define y representa al aparato educativo de nuestros días. Por ello, todo conocimiento que no sea útil al sistema, que ponga a pensar al trabajador, que le haga recapacitar e incluso cuestionar su mundo y su realidad es desterrado y censurado. Pensar es peligroso en nuestros días, la escuela se centra en adoctrinar pero dejó ya obsoleto el razonar y el cuestionar. No se explicaría de otra manera que poco a poco las ciencias cuyo enfoque radicaba precisamente en la formación del ser humano hayan quedado obsoletas: la filosofía, la historia, las matemáticas, así como la poesía, la pintura y la literatura son, hoy, materia de discusión de unos cuantos expertos de gabinete mientras que, en las escuelas y en las universidades salen cada año, listos para ser absorbidos por el engranaje de la máquina, millones de profesionales que, sin ser conscientes de la diferencia de estar educados y formados, marchan al mismo paso, con título en mano, dispuestos a enajenar su fuerza mental y física, al que mejor la pague.
¿Qué hacer entonces para darle al aspecto formativo dentro de la educación el papel que requiere? ¿Cómo volver el aparato en un verdadero sistema que engendre hombres preparados para vivir y no trabajadores dispuestos a dejarse explotar a cambio de no morir de hambre? ¿En México cuáles son las transformaciones que el sistema requiere; es realmente la reforma “cuatroteísta” la solución al problema que existe en la enseñanza? Para poder hacer de este análisis no sólo una interpretación teórica del problema educativo, es necesario que, en la última parte del mismo, demos respuesta a los problemas concretos que aquejan y laceran la realidad nacional que es, en última instancia, el motivo de este escrito.
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