Netflix acaba de dar a conocer en los últimos días que “El Juego del Calamar” es el estreno más exitoso en la historia de la plataforma al sumar 111 millones de espectadores en sus primeros 28 días de emisión. Es innegable el hecho de que la serie antes mencionada debe mucho de su arrollador éxito a la empatía que los personajes generan con el público, y es que basta con mirar a la izquierda o a la derecha para encontrarse con historias de la realidad, exageradamente similares a las que la ficción de Corea del Sur nos intentó ilustrar.
Resumamos muy brevemente el argumento de la historia de “El Juego del Calamar” para todos aquellos quienes aún no tengan idea de qué trata esta historia. “El Juego del calamar” es una historia donde una serie de individuos provenientes de la clase asalariada lidian con problemas como el desempleo, las deudas, el hambre y la pobreza. Sin embargo, ante ellos se cruza la oportunidad de remediar sus necesidades mediante la participación en una serie de concursos donde los participantes paulatinamente se dan cuenta de que la única manera de ganar es pasar por encima de la vida de los demás participantes. Detrás de esta serie de concursos se esconden las manos de personajes de una clase distinta a los jugadores, personas con una condición económica superior que solo utilizan al juego como un entretenimiento donde no escatiman las vidas por mantener su distracción.
Pareciera un argumento totalmente ficticio y sin posibilidades de materializarse en la vida real, pero no es así, México hoy se enfrenta a su propio juego suicida, escrito con un presupuesto de austeridad, absurdo como la misma serie y con una duración que pareciera eterna.
En 2018, el pueblo de México cayó engatusado bajo las promesas de un candidato desalineado que les prometió a los más humildes una transformación de su realidad con palabrejas como “por el bien de todos, primero los pobres”, “abrazos, no balazos”, “fuchi caca con la corrupción” y demás inocentes sentencias que a primera vista parecerían inofensivas, pero hoy vemos que no son así, vayamos a un ejemplo: qué tentador suena el hecho de que desde el primer día en que llegue un nuevo gobernante los criminales abandonen las armas para dedicarse al camino del bien, y se pongan a trabajar la tierra y cosechar, ¿no? Sin embargo, qué cosa más alejada de la realidad nos encontramos tres años después del plazo en que se hizo esa promesa.
Y ya no vayamos solo al hecho de que este año, 2021, ha sido el más violento en la historia de nuestro país desde la época de la revolución, detengámonos solamente en que apenas septiembre, el mes pasado, se colocó como mes más violento del 2021 al registrar un promedio diario de 80.2 víctimas de homicidio doloso, de acuerdo con cifras presentadas por el propio Gobierno de México. No otros datos, ¡sus datos! 80 asesinatos es una cifra que no se obtiene ni siquiera en países en guerra, pero sí en el juego de los “abrazos, no balazos”.
De la pandemia ya ni hablemos, parece cansado repetir que la cifra oficial, los datos proporcionados por el mismísimo gobierno ya nos ponen como uno de los países donde la pandemia ha sido más letal, al día de hoy tenemos más de tres millones de contagios, y 284 mil contagios, una cifra que según expertos no corresponde con la realidad, pues señalan que la cifra más creíble sería entre el doble o triple a lo que dan los datos oficiales. Aun con estas pésimas cifras el gobierno se ha llenado la boca de auto elogios al aplaudir su propia estrategia contra la pandemia. Mienten, mienten, mienten, y el absurdo llegó en la zona metropolitana, donde el gobierno de la CDMX declaró semáforo verde en la emergencia sanitaria, aun a pesar de las nuevas variantes de la pandemia, la lenta estrategia de vacunación, y lo mal que se han manejado las recientes olas de contagio.
Hace apenas unos días se volvieron virales las imágenes en donde la policía de Tabasco reprimía las manifestaciones de miles de trabajadores de la refinería de Dos Bocas (que para la secretaria de energía, Rocío Nahle, parecían decenas) que solo exigían mejores garantías y condiciones laborales. Garrote y granadas se veían, muy poca voluntad de diálogo, muy poco “abrazos, no balazos”, poco reflejo se vio del discurso del gobierno en la realidad. Nada, más bien. Cabe aquí la pregunta, ¿a esto se referían cuando hablaban de ponerse del lado del pueblo?, para pronto, ¿a esto llaman transformación?
La realidad nos ha dicho con hechos, que ese juego al que quisieron entrar 30 millones de mexicanos no es lo que se prometió, el encanto de las promesas poco a poco se termina, hay manifestaciones en Tabasco, en Oaxaca con los doctores, y en la CDMX los trabajadores del metro, que a casi nada están de detener actividades. Este gobierno no está con los pobres, está con los mismos de siempre, aquellos que mueven los hilos y el dinero a sus intereses, y a quienes en esta ocasión les convino jugar con la fachada de la “transformación” el juego de un impostor, “el juego del pejelagarto”.
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