MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El llanto de una madre por su hijo muerto

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Era un domingo de esta primavera, yo manejaba y mis acompañantes revisaban los acontecimientos en las benditas redes sociales. De pronto mi copiloto me dijo, “murió el hijo de nuestra amiga”, iba en curva y no escuché bien, al salir a la recta, le pregunté ¿estás segura?, y me contestó que sí, que el tío del muchacho era quien daba la noticia.

De inmediato y sin ponernos de acuerdo decidimos ir a la casa de nuestra amiga porque la consideramos como de nuestra familia. Llegamos, no puedo olvidar el llanto y los lamentos desgarradores de la madre que tenía poco de haber recibido la noticia y no podía creer ni aceptar que su joven hijo había muerto tan lejos de su casa. Debo reconocer que se me quebró el ánimo y después del saludo me retiré discretamente.

El muchacho rondaba los 22 años y emigró porque en su pueblo natal no hay suficiente trabajo y los pocos empleos que ofrecen son muy mal pagados y no alcanzan para cubrir las necesidades mínimas de una familia. Tenía bajo su responsabilidad a su madre, a dos hermanas y a dos sobrinas quienes quedaron sin el principal sostén de la familia. No cito nombres porque no lo considero necesario, por respeto al dolor de la familia y porque no les comuniqué mi interés de publicar esta pequeña historia.

Mueren jóvenes por enfermedad, por accidentes de trabajo, por la inseguridad pública y por muchas razones más, pero el dolor de su pérdida es igual de grande para todos, particularmente para sus madres, porque ellas padecieron las dificultades del embarazo, el dolor del parto y todas las angustias por su salud, su alimentación, sus desvelos.

Si se estudiaran los casos de muertes juveniles por cada una de las causas antes enlistadas, se podrían escribir libros enteros. Mi pretensión es muy sencilla, solo refiero un caso particular que conocí de primera mano y que, de algún modo, refleja las penas que sufren los emigrados y sus familiares.

Hay quienes han narrado las peripecias que sufren los migrantes para cruzar la frontera y encontrar trabajo en el país del norte; personalmente no conozco los hechos por lo que me atengo a lo que me platicaron algunas personas, particularmente mi amigo Samuel Gaona, cuando coincidimos en la ciudad de Tijuana; él sí cruzó varias veces la frontera y me platicó que los migrantes sufren muchos peligros al atravesar el desierto, las sierras, al brincar el muro, al atravesar el río bravo, al viajar en cajuelas de autos o hacinados en contenedores; muchos mueren de sed, de hambre, por piquete o mordedura animales ponzoñosos; otros mueren a manos de delincuentes en el desierto, en la sierra o en las ciudades. 

Los que cruzan y los agarra la migra sufren maltratos que atentan, incluso, contra la dignidad humana. Muchos que no hallan trabajo tienen que buscar alimento entre la basura y varios tienen que pagar una renta para que los dejen vivir en un rincón debajo de algún puente. 

Es cierto que quienes van con algún trabajo ya contratado, que cuentan con familiares o conocidos de confianza no sufren estas vejaciones, pero son los menos; aún ellos deben apretarse el cinturón para ahorrar y enviar recursos a sus familiares porque allá no rinde el dinero, rinde cuando lo mandan a México, por eso pueden construir casas y a veces poner algún negocio; que bueno por ellos porque lo están haciendo con el producto de su trabajo.

Por todo ello me causa urticaria cuando oigo al señor Andrés Manuel López Obrador presumir que aumentaron las remesas, vanagloriándose como si fuera resultado de su buena administración gubernamental. No señor; el aumento de las remesas se debe al incremento de la migración, y la migración aumenta porque su gobierno ha fracasado en ofertar empleos dignos y en fomentar la pobreza. 

Hace más de treinta años conocí un caso similar. El muerto fue un amigo joven de escasos 22 años, su madre rondaba los cuarenta y cinco. Fue una muerte muy distinta, fue por impulsar un ideal.

Sus ideas eran muy distintas a las que se comenzaban a formar en mi conciencia, pero siempre reconocí su honestidad y su valentía. 

El sufrimiento de la madre fue similar; destrozado su corazón, su alma y su ánimo, sacó fuerzas de flaqueza por honrar la memoria de su hijo caído. Sí, ambos murieron por distintas razones, pero por una sola causa: la injusta distribución de la riqueza, que a uno lo obligó a emigrar para sacar adelante a su familia y a otro lo llevó a enarbolar el ideal de un México más justo. 

Por eso termino citando lo que leí en la cruz del joven idealista y que se me quedó grabado por lo impactante del hecho: decía así: “(…) tu muerte fue injusta, solo tu pensamiento quedó: luchar contra este mundo injusto donde solo para el poderoso existe… la justicia”. 

Descansen en paz todos ellos, y nosotros, a seguir bregando.  

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