MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El Mundial de Qatar y la hipocresía mediática 

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En las últimas semanas se han escuchado críticas, reflexiones y llamados conjuntos de todos los frentes para sabotear el mundial de futbol que se celebra en Qatar. La izquierda y la derecha coinciden en sus críticas: “es un evento deportivo que no debió celebrarse”, “va en contra de todos los principios que por siglos ha defendido Occidente”.

Por lo mismo y como suele suceder, con todas las causas políticamente correctas, el eco de estas voces resuena en cada rincón del orbe llevando a futbolistas, actores, cantantes, a levantar la voz por vez primera en su larga y fecunda carrera. Su indignación llega a tal grado que, comprometidos con la causa social, cualquiera que esta fuese, que los lleva a criticar un evento deportivo de esta magnitud, han decidido renunciar a su participación, portar insignias o estandartes de protesta y, en algunos casos, sobre todo entre el gremio futbolístico, se han comprometido consigo mismos y muy seriamente “a ver los partidos, sentados en el sofá de su casa y con una copa de vino”, pero bajo protesta. 

Lamentablemente, esto no contiene ironía alguna, fueron las palabras del nuevo crítico e inventor del futbol, Pep Guardiola. Esta censura, han pensado algunos muy en el fondo, puede ser muy redituable en el futuro; es lo que se conocía en otras épocas como filantropía más cinco por ciento. 

El mundial de Qatar es, en efecto, y en esto coincido con todos los indignados, un mundial hecho para obtener dinero; un acto de corrupción impúdico, un evento erigido con la sangre de miles de obreros que dejaron sus vidas en la construcción de estadios, plazas, hoteles. Es también un atentado contra los derechos humanos, considerando que muchas de las conquistas que, a la humanidad le han llevado siglos, son rechazadas y vetadas en un país construido para la oligarquía petrolera de Medio Oriente, en el que el 80 por ciento de sus habitantes son inmigrantes y en el que apenas una ínfima minoría goza de los privilegios que el dinero puede comprar. Esta desigualdad se observa en cada rincón de Qatar; los trabajadores apenas sobreviven después de jornadas de más de 12 horas, mientras la plutocracia disfruta del jugo que a estas vidas les ha exprimido.

Coincido con los indignados, con los críticos, con las izquierdas alarmadas, con los defensores de los derechos humanos, con Amnistía Internacional y prácticamente con el mundo entero. Esto es una injusticia y no debería suceder, pero... ¿no sucede esto en todo el mundo y todo el tiempo? ¿Acaso existe, considerando las excepciones, un país en que el capitalismo funcione de otra manera? ¿Quién construye los estadios en los que los Guardiolas y los Messis juegan todos los días? ¿Acaso creen que los obreros, los albañiles, los meseros, los choferes, cumplen con su función social con placer en las naciones europeas? ¿Los actores y cantantes que hoy se manifiestan indignados no han cantado sobre foros construidos con sudor y sangre? Tal vez en Qatar la sangre y el sudor tengan un tufo que a los burgueses de Occidente les moleste más que el que todos los días y a todas horas padecen los trabajadores de sus propias naciones. Esto, en política y en la vida misma se llama oportunismo, charlatanería y farsa. Hagamos la crítica, pero sin caer en el autoengaño y la complacencia. 

El futbol es, como toda forma social, un reflejo de la estructura económica sobre la que se cimienta toda sociedad, es decir, una manifestación superestructural de la forma en la que se produce, determinada, a su vez, por las relaciones de producción, de tal manera que si en una sociedad dada existen relaciones sociales de producción de explotación, todas las manifestaciones humanas que de ella se desprendan tendrán el sello de la explotación y la desigualdad.

Si vivimos en un mundo en el que la oligarquía controla la producción, en el que a los trabajadores no se les retribuye el valor de su trabajo y se les paga lo suficiente para no morir de hambre; si en este momento el uno por ciento de la población controla la mitad de la riqueza social, ¿podemos pensar entonces en un futbol justo? ¿En una cultura justa? ¿En un arte, una educación o una democracia justas? Imposible. Todas las formas sociales están controladas por los grandes monopolios, y el futbol no es, siendo tal vez la de mayor trascendencia social, una excepción. Los mismos millones de dólares que hoy llenarán los bolsillos de la FIFA y los jeques, son los que el día de mañana caerán en las cuentas de las élites europeas y norteamericanas. Ya lo dijo el expresidente de la FIFA, Havelange, menos oportunista tal vez que las mafias modernas: yo he venido a vender un producto llamado fútbol. No importa dónde y quién se lleve la ganancia, siempre se repartirá justamente entre la élite que controla el futbol y la riqueza en el mundo entero. 

Finalmente, y sobre todo porque conviene desenmascarar a esas izquierdas que se suman como corderos a los berridos que surgen de la gran burguesía, viene una última consideración. En el futbol, como en el arte, la democracia y la educación, no se trata de cambiar la forma en que se consume, sino la forma en la que se produce. ¿Es sensato decirle ahora al trabajador, que tiene como única salida y fuga de la vida miserable y paupérrima que lleva, ver cada cuatro años un espectáculo deportivo saboteemos juntos el mundial, te hago el llamado a no ver este espectáculo enajenante; o, los más inconscientemente desclasados, es decir, los pseudointelectuales al grito de eel futbol es el opio de las masas, reclamarle al obrero, al albañil y al trabajador en general que sufran en silencio y sin hacer ruido? No, la solución no está en taparse los ojos, tampoco en cambiar la forma de consumir el producto, el capitalismo no caerá dejando de comprar cocacolas, esa es la crítica del oportunista.

Cambiemos la forma de producir, regresemos el futbol, como todo lo demás, al pueblo, y para ello hace falta más que un grito de descontento, una revolución política que ponga en manos de la gente la riqueza que ella produce, incluido un deporte tan hermoso como es el futbol, que antes podía producir y crear, pero que ahora está condenado únicamente a consumir.

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