Desde que surgió el hombre, surgió también la necesidad de explicarse lo que veía, oía y sentía. Estas sensaciones tan grandes y profundas se agudizaban al contacto con la realidad. Así nace el arte, como respuesta a estos fenómenos y como una forma de expresar inquietudes y sentimientos, pero, sobre todo, para plasmar capacidades creativas.
Entonces, cuando el artista pinta, danza, compone poesía, música o escribe una obra de teatro, nos está enseñando a conocer de manera más profunda el mundo que nos rodea, eso es lo que hace con sus obras.
El arte de Antorcha es bello porque es verdad. Le muestra a su público la verdad cruda tal y como es; no la disfraza, no le pone careta. Ese, querido lector, es el gran poder del arte antorchista.
Precisamente por eso, el artista se ha convertido en un ser privilegiado, capaz de sentir y conmoverse con cosas que al resto de la gente podrían pasar desapercibidas, capaz de descubrir belleza y extraer sentimientos donde parece que no los hay.
Esto significa que todo aquel que descubra cualidades elementales de artista debe considerarse privilegiado y, por tanto, debe ser un crimen no dedicarle tiempo a esta capacidad, emoción y voluntad de desarrollar sus cualidades artísticas, porque estaría desperdiciando un don por una actividad común entre los seres humanos.
En segundo lugar, no podemos concebir como un verdadero artista a aquel que se desarrolla con sentimientos mezquinos, egoístas, porque esos sentimientos son incompatibles con el espíritu limpio de un verdadero artista, además de compartir este don universal con los demás con humildad.
Pero esa actitud egoísta del arte y del artista, que ve toda creación artística como mercancía, no surge de la nada.
Con el desarrollo de la producción capitalista, las capacidades del hombre fueron mutiladas, convirtiéndolo en un ser unilateral, incapaz de ver más allá de sí mismo.
El hombre, en este proceso de esterilización, va perdiendo su capacidad de sentir y de vivir la vida de manera múltiple, convirtiéndose en un ser individualista alejado del resto de la sociedad.
Es el capitalismo el culpable de esta mutilación del hombre y, por tanto, de la prostitución del arte. El capital y sus secuaces lo tienen tan calculado que ofrecen falsas salidas para que el individuo descargue su energía en el alcohol, la droga, el sexo desenfrenado, etcétera.
Estamos ante un problema real y de alto impacto social. En el fondo, el problema de la insatisfacción de los individuos, de la incapacidad para vivir una vida tranquila, serena y equilibrada, la incapacidad para satisfacer plenamente aquellas inquietudes y sentimientos indefinidos tiene como explicación la incapacidad del hombre para volcarse íntegro; es la mutilación espiritual del hombre la base fundamental de su incapacidad para ser feliz en lo humanamente posible.
El sistema capitalista ha hecho del arte una mercancía más, cambiando totalmente el objetivo del artista, lo vuelve farsante, mercenario, que lo único que le interesa es alimentar su ego y ganar unas cuantas monedas para presumir de “showman”, sin importar que para ello engañe a la gente.
Es decir, el capital ha convertido lo mejor de la sociedad en un individuo vanidoso, soberbio, individualista, altanero, que menosprecia a aquellos a quienes les cuesta más avanzar, a aquellos que tienen que esforzarse más para aprehender el diálogo.
En ello ha desencadenado un arte abstracto, imposibilitado de promover en los seres humanos una conciencia que les permita ver su realidad y, por tanto, la esperanza de poder transformarla. Ese es el panorama actual del artista y de su arte.
Ante esta situación tan grave, el Movimiento Antorchista se ha planteado regresarle su verdadero sentido al artista: hacer de este un ser compartido con la gente, que viva de manera modesta, hermanada, humanista y entregada, sin poner un precio al mejor postor.
Ahora más que nunca se requiere de verdaderos artistas, porque necesitamos que el mundo, a través de su arte, conozca la realidad para transformarla, y así, poder curar al mundo de todos esos males que lo están matando: el hambre, la violencia, la pobreza.
El artista, desde una pintura bien elaborada, un baile o danza ejecutada con maestría, una poesía bien escrita o recitada, hasta con una pieza musical y una obra de teatro con contenido de justicia, puede crear consciencia en la sociedad para que esta asimile la realidad que tiene ante sus ojos. Ese es el gran papel del artista antorchista: cambiar la consciencia humana, cambiar la mentalidad del pueblo trabajador para que este luche por sus intereses.
Decía el escultor francés Auguste Rodin:
"Es feo en el arte lo que es falso, lo que es artificial, lo que pretende ser bonito o bello en lugar de expresivo, lo que es afectado y precioso, lo que sonríe sin motivo, lo que amanera sin razón, lo que se arquea o se endereza sin causa, todo lo que carece de alma y de verdad, todo lo que no es más que alarde de hermosura y de gracia, todo lo que miente.
Cuando un artista, con la intención de embellecer la naturaleza, añade verde a la primavera, rosa a la aurora, púrpura a los labios jóvenes, crea fealdad porque miente. Cuando atenúa la mueca de dolor, la deformidad de la vejez, el espanto de la perversidad, cuando corrige la naturaleza, cuando la vela, la disfraza, la modera para complacer al público ignorante, crea fealdad porque tiene miedo a la verdad".
El arte de Antorcha es bello porque es verdad. Le muestra a su público la verdad cruda tal y como es; no la disfraza, no le pone careta. Ese, querido lector, es el gran poder del arte antorchista: por eso es un arma muy poderosa y los enemigos de clase lo saben.
Antorcha no se ha equivocado en promover en los jóvenes las actividades artísticas, en fundar escuelas de arte donde los jóvenes puedan desarrollar sus dotes artísticos y ponerlos al servicio del pueblo. ¡Ay de aquellos que quieran cambiar el mundo, viendo la actividad artística como mero adorno!
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